Ir al contenido principal

Desaparición afro?

Es autora del libro Andares negros, caminos blancos. Afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX. En sus investigaciones demuestra que en el país la descendencia afro es una presencia palpable y viva. Y que su negación es producto del racismo.
Imagen: Sandra Cartasso
El color oscuro de la piel todavía denota en nuestro país lo extranjero, señala mayormente a aquellos a quienes no parece reconocerse como propios. Es que la historiografía oficial decretó hace mucho que la nación argentina es blanca y que el “crisol de razas” en el que se forjó estuvo alimentado por antepasados que bajaron de los barcos, pero de barcos que llegaban de Europa… no de Angola, Congo, Cabo Verde o Senegal. Pese a que una parte importante de su población, a partir de la colonización española y en sucesivas oleadas migratorias, llegó de África.
Pero en las últimas décadas, y en buena medida gracias a la labor militante de las organizaciones de afrodescendientes y de migrantes afro de la Argentina, han comenzado a reconocerse las raíces negras de la nación, pero no como reliquias del pasado sino como una presencia viva y palpable de nuestra cultura. Un logro de su trabajo conjunto se pudo ver en la inclusión –aunque de manera imperfecta– de la variable afro en el último Censo Nacional de       Población, Hogares y Viviendas (2010); o en la promulgación de la Ley Nacional 26.852 (en el año 2013) por medio de la cual se instituye el 8 de noviembre como el “Día Nacional de los/as afro argentinos/as y de la cultura afro” en conmemoración de una heroína negra no reconocida, María Remedios del Valle, a quien el General Manuel Belgrano le confirió el grado de Capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla. Es que los/as habitantes afro en los albores de la Argentina desarrollaron tareas de lo más variadas, que no se limitan a los estereotipos gastados de la mazamorrera o el aguatero. De investigar estas cuestiones se ocupa desde hace años la antropóloga y doctora en historia Lea Geler, autora del libro Andares negros, caminos blancos. Afroporteños, Estado y Nación Argentina a fines del siglo XIX.
–Desde la biología se puede afirmar que la raza no existe como distinción entre seres humanos, pero es un concepto muy utilizado en las humanidades. ¿Cómo entiende el concepto de raza?
–Es uno de los conceptos más difíciles que hay para trabajar, porque la raza es un concepto que está ligado a lo biológico, y desde la biología está totalmente comprobado que las razas no existen. Si ponemos a toda la humanidad, uno al lado del otro organizados en una línea de color, desde el blanco más blanco hasta el negro más negro, no hay donde establecer un límite entre un color y otro, porque siempre hay matices. Se trata de una decisión social. La raza como concepto existe en lo social, la mirada siempre está racializada porque tiene formas de ir separando los unos de los otros. Pero no es un concepto separado de otras cuestiones, como por ejemplo la clase social, especialmente en Argentina. La clase social por cómo es concebida en Argentina, y el concepto de nación, van marcando distintas formas de racializar, que es lo que no nos damos cuenta que hacemos. Y esto es más difícil todavía en la Argentina, donde se cree que todos tenemos una ascendencia blanca y europea, y que acá el racismo no existe. 
–¿De qué manera se da esta ligazón entre mirada racializada y clase social en la Argentina?
–Cuando vemos una persona con rasgos que nosotros ubicamos con ancestros indígenas, en seguida pensamos que es un boliviano o un peruano. Ahí ya se está racializando, extranjerizando. Es en la manera como construimos nuestro concepto de nación, nuestro nosotros nacional, que tiene que ser distinto a esa persona que vemos como diferente.
–En relación a cómo se conforma la nación Argentina, la idea predominante de “blanco-europeo-ilustrado” es alimentada por el mito fundante del “crisol de razas”, que supone que los inmigrantes que poblaron el país descendieron de barcos que vinieron de España, Italia y Francia, y no de Angola o de otros países latinoamericanos. ¿Cómo funciona este mito de “crisol de razas”? 
–Está, por un lado, la idea de que la Argentina es una nación homogénea, algo que se viene construyendo desde el siglo XIX. Si a esto le sumamos lo del crisol de razas, habría que preguntarse qué resultó de la mezcla de ese crisol. No resultó como en otras naciones una nación mestiza, sino que acá se entendió que todo eso se mezcló y dio blanqueamiento, que somos una nación blanca. ¿Por qué? Porque llegaron supuestamente más inmigrantes europeos blancos de la población que había acá, y eso iba a dar como resultado una raza blanca. Básicamente así es como el crisol se va entremezclando en la idea de blanqueamiento. Y este blanco monolítico va dejando afuera a todo lo que no se logró incorporar, a los “otros”. Y hay “otros” internos a la nación, que son las poblaciones indígenas, y “otros” externos a la nación, que son todo lo que no es connacional. Pero también, en este relato que se fue construyendo acerca de la nación argentina, hay “otros” que desaparecieron, que son los descendientes de esclavizados.
–La figura del negro como “desaparecido” también es una especie de mito, porque en la historiografía que construye esta idea se hace referencia a las guerras de la independencia y a las pestes de fines del siglo XIX, como si ambos acontecimientos sólo hubieran afectado a la población negra. ¿Cómo se construye ese mito?
–Lo primero que hay que decir, por supuesto, es que los descendientes afroargentinos no desaparecieron, de ningún modo, están entre nosotros. El mito de la desaparición afro era absolutamente cerrado hasta no hace tanto. Pero no hay ningún dato que indique que la fiebre amarilla mató más población afrodescendiente que no afrodescendiente, de hecho devastó a la población de Buenos Aires por igual. O, por ejemplo, en las guerras de la independencia, efectivamente la población afro sufría mucho más fuertemente las levas para la guerra, estaban obligados, al principio, cuando todavía estaba la esclavitud, les ofrecían la libertad a cambio, que muchas veces no se las daban. Pero no morían más que los regimientos que no eran formados por afrodescendientes, morían más o menos en las mismas cantidades, si bien es cierto que a lo largo del tiempo la carga militar les cayó mucho más a ellos. Además, evidentemente había niños, mujeres, gente más vieja, que no iba a la guerra. Entonces, la esa explicación no es sólida. 
–La otra idea que sostenía el mito de la desaparición es que el mestizaje hizo desaparecer a la población afroargentina. 
–¿Por qué el mestizaje va a hacer desaparecer a la población afro? Porque está la idea del blanqueamiento, porque se supone que cuando un afro se mezcla con un no afro, gana el no afro, y la descendencia deja de ser afro, es esta idea que tenemos de cómo se va construyendo lo blanco en la Argentina. En todo caso, podríamos decir que el blanco argentino es un mestizo, y eso va a repercutir en las categorías raciales que tenemos hoy. Pero estos mitos no dejan de reproducirse hasta el día de hoy en la institución más importante, que es la escuela. El tema de la desaparición empieza en el colegio, en los manuales escolares, en cómo las maestras y los maestros niegan cualquier tipo de posibilidad de ancestros afro en los niños. Hay todavía chicos que en la escuela son enviados a la Dirección por decir que son afroargentinos, porque se supone que mienten. Pero esto sucede también con descendientes de tehuelches, por ejemplo. Entonces, son estos “otros” a los que se designan desaparecidos, cuyos descendientes no encuentran resquicios de reconocimiento. Es la forma más primaria de discriminación, eso es lo que viven cada día los afroargentinos hoy.
–En sus investigaciones usted se ocupa de analizar a la población afro que se desempeñaba en tareas y profesiones que supuestamente no llevaban a cabo las personas negras en el siglo XIX, como periodistas, artistas, abogados. ¿Quiénes son estos actores sociales que son bastante poco visualizados en la historia?
–Muy tempranamente, en comparación con otros países de América latina, y tal vez por este sistema de educación pública que se instaló también muy tempranamente en la Argentina, los afroporteños publicaban gran cantidad de periódicos. Yo estudié todos los periódicos afrodescendientes en Buenos Aires disponibles desde 1876 hasta 1882. Y la lectura de estas publicaciones me mostró una comunidad afroporteña absolutamente vívida, totalmente compenetrada con lo que estaba sucediendo en el contexto en el que vivían. Y ese contexto no les era fácil a los afrodescendientes porque era un contexto en el que se estaba imponiendo la blanquitud como proyecto de nación, donde se hablaba de la homogeneidad como el proyecto que estaba ligado a la civilización, y donde se requería de todos los ciudadanos argentinos el progreso y la civilización a la europea. Y lo que se ve en esos periódicos, que son escritos por afroporteños y dirigidos a la comunidad afroporteña, es que quienes escribían en estos periódicos estaban totalmente comprometidos con el mundo de la política. Al ser ciudadanos argentinos, muy tempranamente en relación con otros países de Latinoamérica, los afrodescendientes votaban, por lo que eran votos requeridos en un mundo de votantes muy pequeño. Conocían, discutían, y estaban muy cerca del mundillo político y de los proyectos que la elite ilustrada iba proponiendo.
–¿Había algún tipo de impugnación más o menos orgánica a este proyecto de nación que se estaba gestando?
–Lo que se ve en los periódicos es discusión, y eso es increíble. Porque ellos no sólo estaban comprometidos con este proyecto de nación, porque votaban, iban a luchar, a las revoluciones, y discutían las razones de unos y otros. Hay una discusión muy ilustrativa que tienen los intelectuales afroporteños sobre si fundar o no un colegio para niños de color porque, según contaban, hacía décadas que los venían discriminando los profesores, no recibían la misma educación, y además los niños afroporteños tenían que trabajar desde muy pequeños porque era una población más pauperizada y, por supuesto, iban al colegio cansados, entonces, no recibían la misma educación y por lo tanto no egresaba la misma cantidad de gente. Pero cuando había un hecho específico de discriminación, la comunidad se organizaba y el Estado siempre los apoyaba contra la discriminación, siempre apoyó la integración, hablando de la nación homogénea en construcción. Entonces, ellos decían: “¿Por qué vamos a invertir nuestro dinero en fundar escuelas para chicos de color si a la larga el Estado igual nos da lugar en las escuelas públicas? Y nosotros como ciudadanos argentinos no sólo ponemos dinero para las escuelas públicas, sino que vamos a las armas. Todos estos derechos que tenemos, los ganamos nosotros también. ¿Por qué nos vamos a separar de este proyecto de nación?” Entonces, es muy interesante porque esto muestra cómo trabaja la hegemonía. Se terminan defendiendo proyectos que a la larga van restando ciertas posibilidades. Pero en el caso de ellos, les era imposible reconocerse como afros en un país que se estaba creando como blanco, y donde lo afro estaba ligado a lo salvaje, a lo atrasado.
–¿Qué sucede con las nuevas migraciones africanas en el país, sobre todo las que recalan en Buenos Aires?
–Me parece que ponen en la palestra el racismo de la sociedad porteña y los estereotipos raciales que están funcionando hoy día con respecto a los africanos subsaharianos: infantilización, hipersexualización, visión de barbarie/falta de civilización. Además, cabe resaltar la terrible reforma de las leyes migratorias que está teniendo lugar en nuestros días, la falta de derechos y el riesgo constante en que viven estos migrantes, como por ejemplo el asesinato irresuelto todavía del activista senegalés Massar Ba (quien fue encontrado gravemente herido en marzo del año pasado cerca de su domicilio, y horas después falleció).
–¿Existe desde hace un par de décadas un mayor grado de autoreconocimiento por parte de los integrantes de la comunidad afro local, como también un fortalecimiento de las organizaciones?
–En realidad nunca dejaron de autoreconocerse, pero hay momentos en que eso impacta más en la esfera pública. Y lo que se dio en los años noventa es que la esfera pública empezó como a permearse un poco más a reclamos que venían sucediendo sobre un reconocimiento afro en un país donde era imposible porque estaban las corrientes del neoliberalismo, la ideología multicultural que llegó al país, un montón de cosas que se dieron en esa situación, en la crisis del 2001, y pudieron aflorar reclamos históricos, y escucharse. Esto permitió que las organizaciones comenzaran a nuclearse mucho más fuertemente, y hoy hay muchísimas organizaciones afro que están luchando. El primer punto de la lucha, aunque parezca mentira, sigue siendo que se reconozca que hay afroargentinos. Poder reconocer a otra persona como argentina descendiente de esclavizados, gente a la que trajeron esclavizada al país, o gente que vino al país migrante de Cabo Verde o actualmente de otros países de África y que son argentinos. Ese primer reconocimiento básico es el que no existe todavía. Es tan fuerte la extranjerización, negarle al otro la posibilidad de ser, que repercute en todo lo demás.
–¿Y qué pasó a partir de este momento, en la década del 90, cuando empieza a haber más espacio en la esfera pública para que esto sea más visible?
–Creo que las luchas se afianzaron, continuaron, y uno de los logros más interesantes que tuvo el movimiento afro fue lograr la inclusión de la pregunta en el Censo 2010 sobre afrodescendencia. Que fue una pregunta que no se hizo en el cuestionario principal sino en un cuestionario que no se tomó en todos lados, con lo cual fue una estimación. Si bien los resultados no coinciden con una muestra previa que se había hecho, de todos modos fue un primer paso importantísimo en el reconocimiento. Ahora para el Censo 2020 ya se está empezando a trabajar de nuevo en este sentido. Las organizaciones afro están muy interesadas en que esta pregunta se vuelva a hacer.
–Según lo que plantean las organizaciones, la cifra de población afrodescendiente que arrojó el Censo es mucho menor a las estimaciones que se venían haciendo de manera informal…
–Es así, pero acá tenemos un problema. Uno piensa que las estadísticas reflejan la realidad, pero en realidad las estadísticas construyen la realidad, según como uno pregunte, para qué pregunte y cómo pregunte. La estadística tiene que ser una herramienta más, no la única herramienta, y esto todas las organizaciones afro lo saben. Pero sí es una herramienta importante, porque a partir de que el Estado le da legitimidad a este dato estadístico, se puede pensar en elaborar políticas públicas al respecto.

Comentarios