La sonrisa imperial: Trump y la promesa vacía
Rodrigo Karmy Bolton
Académico, Universidad de Chile
Si Cristo asume la forma de la “democracia” es porque ésta última designa el reino económico-administrativo de las grandes corporaciones financieras. No quiere decir esto que, como vio en su momento Hannah Arendt, en los EEUU no haya habido una tradición orientada menos hacia Dios que hacia la República, pero la deriva imperial norteamericana terminó privilegiando al ethos mormón y la singular sonrisa presente en los presidentes de EEUU.
Todos los presidentes norteamericanos de los últimos cincuenta años han sonreído. Trump es la excepción. EEUU nos han inundado de bombas, articulado conspiraciones permanentes, han ocupado nuestras tierras con bases militares, financiado una prensa reaccionaria y comprado (armándolos, capacitándolos, ordenándolos) a nuestros ejércitos, apenas un esbozo de sus intereses económicos podían verse amenazados. Todo se ha hecho con sonrisa. Como resabio mesiánico que reedita míticamente el ingreso libertario del Cristo a las puertas de Jerusalén montado en un burro, la sonrisa es la expresión de la “alegría” con la que el pueblo recibe la “buena nueva” (el Evangelio). En efecto, la sonrisa de la que aquí se trata es la sonrisa kerigmática que no viene a anunciarnos la buena nueva: el mesías ha llegado.
Por cierto, no se trata del Cristo católico del mundo hispano-portugués, tampoco del Cristo republicano o monárquico del eje franco-británico, sino del Cristo mormón de la época norteamericana-atlántica. Porque los grandes imperios son creadores de grandes religiones. Y los EEUU son el relevo del proceso que comenzó hace mas de 500 años cuando los Reyes Católicos iniciaron el fortalecimiento del Norte europeo en contra de su circuito mediterráneo expulsando a musulmanes y judíos de su península y abriendo una primera forma de capitalismo articulado en la forma de la evangelización de las “Indias Occidentales”. No existen más los Reyes Católicos (al menos en la forma del siglo XV), pero su espíritu pervive en los diferentes presidentes norteamericanos que mantienen viva la sonrisa kerigmática cada vez que asoman sus garras de dominio imperial. Si el kerigma clásico anunciaba la llegada de Cristo, el contemporáneo anuncia la llegada de la “democracia”.
Trump no sonríe. No es mormón o, al menos, carece de total vocacion evangelizadora. Pretende bombardear sin sonrisa, con enojo, alzando la voz si es necesario, tratando a los periodistas de “falsos” y con la rudeza de un ceño fruncido. Trump no cree en la sonrisa. Tampoco tiene un pueblo que se alegre con su llegada. Mas bien, su seriedad, el golpe que ejerce con sus manos y la violencia de su lenguaje no dejan de recordar la imagen en la que Melania sonríe hasta que Trump gira, algo le dice, y ella se entristece de un momento a otro. Como si la tristeza de Melania fuera la verdad del vaciamiento kerigmático en el contexto imperial, como si en ella, el kerigma ya nada tuviera que ofrecer salvo destrucción. Melania nos enseña que el kerigma imperial que había intentado salir a flote con Obama, parece estar experimentando su ocaso (el kerigma, pero no la violencia imperial). Porque parece no haber “buena nueva” en Trump, ni kerigma que anunciar, ni evangelio que enseñar. Como si en Trump, el resabio mesiánico de la sonrisa kerigmática que los diferentes presidentes de EEUU habían mantenido vivo, hubiera terminado de vaciarse de su fuerza mesiánica para terminar completamente muerto.
En términos históricos, diríamos que la sonrisa kerigmática usada por los diferentes relevos de la imperialidad, no fue más que “pasión triste”, atentado pastoral contra la vida que termina por consumarse en el nihilismo kerigmáticode Trump. Sin embargo, la sonrisa kerigmática sostiene al proyecto imperial en su vocación evangelizadora, mecanismo clave de su hegemonía en el que anuncia la “promesa” a cumplir. ¿Cuál es la promesa de la administración Trump, donde está su “sonrisa”, el kerigma que ha de anunciar?
Para los EEUU el kerigma se sitúa en la “democracia” y la “sonrisa” sostiene esa promesa. Como dice el libro del Mormón: una de las perdidas tribus de Israel habrá poblado “América” cuyo texto revelado a Joseph Smith por el ángel del Mormón dice que en esta tierra no habrá “rey” alguno sino tan solo “gobierno”. Es la tierra de la libertad, el punto en el que la economía de la salvación consuma su mensaje, el lugar del “fin de la historia” en el que no habrá soberanía, sino tan sólo economía entendida esta última como aquél ejercicio que, alguna vez, Michel Foucault calificó con el término “gubernamentalidad”, esto es, una forma de ejercicio del poder que funciona bajo el modelo de la economía liberal.
Si Cristo asume la forma de la “democracia” es porque ésta última designa el reino económico-administrativo de las grandes corporaciones financieras. No quiere decir esto que, como vio en su momento Hannah Arendt, en los EEUU no haya habido una tradición orientada menos hacia Dios que hacia la República, pero la deriva imperial norteamericana terminó privilegiando al ethos mormón y la singular sonrisa presente en los presidentes de EEUU.
Como ha visto el historiador Kevin Kruse, el énfasis religioso del discurso imperial norteamericano tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial fomentado por las grandes corporaciones durante el gobierno de Eisenhower cuya acción termina por agregar la frase In God we Trust en el papel moneda convirtiéndola en la fórmula que expresa el ethos imperial norteamericano de toda la segunda mitad del siglo XX[1]. El combate ideológico contra el socialismo soviético transformó a los EEUU en una nación que se vio a sí misma como “cristiana” recuperando la matriz gubernamental heredada por el mormonismo posibilitado por la acción de las grandes corporaciones financieras que aceitaron al evangelio y la sonrisa kerigmática que los diversos presidentes de EEUU lucen cada vez que tocan tierra “amiga”.
Bombardear sin sonrisa es sacrificar sin promesa de salvación. Trump pretende mantener la presencia imperial norteamericana en un contexto donde hace mucho tiempo que no existe algo así como un sistema internacional sino un campo donde acontece la anarquía entre grandes potencias que pugnan por la apropiación de los flujos del capital. Nosotros los imperialistas somos los verdaderos anarquistas– podría esgrimir hoy día un Pasolini. En cualquier caso, Trump no sonríe, y quizás, ese sea el asunto político decisivo puesto que la “promesa vacía” vuelve a mostrar la fisura sobre la que puede irrumpir toda resistencia. Trump condensa la promesa vacía y el vaciamiento de toda promesa en la “democracia”. Porque en la falta de sonrisa se juega la falta de salvación imperial, la crisis de un discurso que ha sufrido mutaciones desde hace 500 años en que un Puerto de Palos vio zarpar a un sonriente Cristóbal Colón.
[1] Kevin Kruse One Nation Under God. How corporate America invented Christian America Ed. Basic Books, 2015.
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