Llamando a Ruth Mary Kelly
Por Emmanuel Theumer
10 de diciembre de 1983: Raúl Alfonsín brinda, desde el Cabildo, su histórico mensaje presidencial. No sabemos muy bien cómo pero, desde abajo, en las primeras filas, una sexagenaria intenta desviar la atención e interrumpir el discurso -introducir fallas a la coherencia inaugural de la apertura democrática- a los gritos de “¡Presidente, Presidente, soy trabajadora del sexo!”. No está claro qué fue lo que ocurrió después, la memoria de su amiga, Ilse, la conduce a otros episodios. Pero, visto por un presente interesado por derechos laborales en el hetero-cis-patriarcado-blanco-capitalista-capacitista, todo indica que una de las deudas de la democracia parecía precipitar desde el día uno. Mirarle a los ojos hubiese implicado atender su llamada. Abrir una posibilidad de escucha, o reconocimiento. Su nombre: Ruth Mary Kelly.(1)
Absorbida por el olvido en beneficio de un relato que asegura pertenencias, punto ciego de las historiografías y memorias sexopolíticas, Kelly despliega su disidencia alrededor de la militancia feminista, homosexual y punk durante los años ’70 y ’80. Dada nuestra avergonzante amnesia colectiva, antes que recuperar a Kelly mediante las mismas técnicas de producción normativa–historiográficas, antropológicas, sociológicas, museográficas- que la invisibilizaron, lo que debemos preguntarnos es si éste es un presente en el que ella podría volverse nuestra contemporánea. Volverse nuestra. Si éste es un presente en el cual devolverla a un pasado abierto permitiría expandir nuestra posibilidad de contagio e imaginación política o si, por el contrario, quedará encriptada en Google mediante una eterna nota al pie de paper de Congresodisponible en CD u on-line.
Safo y Revolución
En 1971 Ruth Mary Kelly increpa al conocido escritor Julio Ardiles Gray y acaban publicando “Memorial de los infiernos” (1972), una literatura documental de su vida como prostituta que hoy podría leerse como la resistencia de un cuerpo al continuo disciplinamiento psiquiátrico-carcelario que signa la vida en los márgenes de la ciudad industrial. Asunto crítico, por entonces, sólo comparable a los xilocollages de Ramona Montiel. Dicho ejercicio de publicitación textual-sexual es la primera señal política de la que tenemos registro.
Meses después, Ruth intentará acercarse a la naciente Unión Feminista Argentina (UFA) pero será expulsada por sus argumentos sobre el reconocimiento de la prostitución. No es para menos, Kelly estaba introduciendo fallas a los términos en que podría pensarse la emancipación feminista(2). Abriendo posibilidades. Al menos así lo denunció en La Opinión: “Esperaba encontrar eco en el lugar que creí más indicado desde donde se lucha por la liberación total de la mujer… [pero no había] cabida a los problemas para la liberación de la mujer prostituta”.
De su paso por el mítico Frente de Liberación Homosexual también existen algunos registros. Algunas memorias de los integrantes del FLH -entre ellas, las publicadas por Juan José Sebrelli- aseguran que Ruth Mary impulsó Safo, el primer micro-grupo lesbiano del que tenemos noticias. Otras, sitúan a Kelly más próxima al grupo de estudios Política Sexual. Lxs “emprendedores de la memoria” (Jelin) disparan múltiples versiones. Lo cierto es que uno de los fanzines atribuidos a Safo está dedicado –curiosamente- a la prostitución, contiene menciones al libro de Kelly y cierra con un exergo que permite releer las políticas sexuales del presente: “encontramos que hay grupos feministas que piden seguridades gremiales y reconocimiento de las prostitutas organizadas”.
Pero mientras en Lyon se desataba la revuelta de las prostitutas y en San Francisco comenzaba a extenderse el lenguaje del “trabajo sexual” como mecanismo de resubjetivación política, en Buenos Aires el recrudecimiento del aparato represivo obligaba a estas emergentes experiencias sexo-desobedientes a diluirse.
Dicho proceso inconcluso fue irónicamente ilustrado por Néstor Perlongher, para la revista Alfonsina, como el de “Ruth Kelly durmiendo sobre las revistas Persona y el teléfono sonando permanentemente con las amenazas más disparatadas, las mujeres huyendo despavoridas”: Perlongher se refiere a la sede del Movimiento de Liberación Feminista y su mencionada revista, un espacio liderado por María Elena Odonne que habría tenido mayor apertura, al menos en términos de escucha, para Ruth Mary Kelly.
En cuanto a “Memorial de los infiernos”, integrará la lista de libros prohibidos durante la última dictadura cívico-militar.
Llamamos a Kelly y nos encontramos con una prostituta feminista, conque quizás la primera militante lesbiana fue una prostituta, conque la primera activista trabajadora del sexo era también una lesbiana. Lo de Kelly no era tanto una identidad estratégica como una fractura identitaria. La continuidad y coherencia aparente de algunas genealogías feministas-LGBTI parecen conmoverse. Aunque su presentificación pública no pasa inadvertida, su voz outsider se vio cancelada. No existía, aún, un marco de inteligibilidad política que la vuelva reconocible.
Años ’80: espectros de la democracia
8 de marzo de 1984: Ruth se suma al encuentro por el Día de la Mujer utilizando una gran pancarta, “Trabajadora del sexo”. Lleva consigo copias de los edictos policiales, su objetivo es darlos a conocer como auténticos excesos del aparato represivo estatal. Tanto su irrupción como la de María Elena Odonne (recordemos su fotografía épica, subiendo las escalinatas en Plaza de los Dos Congresos, bajo el sintagma “No a la maternidad, si al placer”) causan estupor en el seno de la Multisectorial de mujeres. El diario La Nación por entonces registra tales consignas para intentar descalificar la conmemoración y lo hace presentando a las feministas como trabajadoras del sexo y aborteras. Nos encanta.
Perfilando un horizonte político ya rastreable en los ’70, Kelly hace un llamamiento a todas las prostitutas a constituirse como sindicato: “los derechos de las prostitutas son idénticos a los de cualquier trabajador, en los aspectos gremiales, sociales y humanos… ¿por qué el estado no nos deja trabajar en forma independiente?”, “tenemos que sindicalizarnos, tener nuestra jubilación, nuestro servicio médico, servicios sociales” escribía para El Porteño y Cerdos&Peces, respectivamente.
Al parecer, avanza en presentar un anteproyecto para reglamentar la Ley de Profilaxis con el objetivo de restarle poder a proxenetas y a la policía. A mediados de los ’80, desde el núcleo Profesionales del Sexo, entablará alianzas con agrupaciones punks, homosexuales, como la CHA, el SASID (Servicio de Acción Solidaria Integral del Detenido) y activistas independientes. A través de las “sentadas” públicas de lo que se trataba era de intentar fracturar el brazo represivo de la policía, exigiendo derogar la averiguación de antecedentes y, especialmente, del edicto 2°H. “incitar u ofrecerse públicamente al actor carnal, sin distinción de sexos”, o de todos los edictos. La disputa por ocupar la ciudad, por quebrar los códigos visoespaciales de producción visible del cuerpo sexuado, estaba en juego y en labor.
Pero, ¿Cómo es que Kelly, ya a inicios de los ’80, escenifica su disidencia como trabajadora del sexo?, ¿No era éste un invento colonial-imperial impuesto en los años noventa por el proxenetismo internacional? Lejos de ello, la categoría trabajo sexual fue motorizada políticamente por las prostitutas hacia fines de los ’70 en California, con el objetivo de combatir el estigma y reorganizar discursivamente la protesta social activada en torno al reconocimiento.
En una de sus entrevistas Ruth manifiesta conocer las experiencias organizadas de EEUU y Europa, pero cronológicamente esto resulta algo problemático. Quizás lo suyo se trató de un agenciamiento político sui-generis, más próximo al iniciado por Margo St James y Grisélidis Réal en sus respectivos contextos históricos. Luego de conversarlo con una innegable referente, Carol Leigh, nos inclinamos por esto último.
A lo largo de los ’80 Kelly imparte charlas y corta las calles, se introduce en espacios feministas como Lugar de Mujer, pasa por Universidades como la de La Plata y el Centro Cultural San Martín. Sus vínculos se expanden, desde el criminólogo Eugenio Zaffaroni al sindicalista Saúl Ubaldini, pasando por el Indio Solari. Pero no es comprendida. Su política sexual, que articulaba una resubjetivación feminista frente al capital –representarse a sí misma como trabajadora del sexo- se ve licuada. Se dirige a las prostitutas y fracasa. No es fácil apostar colectivamente a objetivos de mediano plazo cuando las necesidades más urgentes demandan, precisamente, otros tiempos. El Grupo de Acción Gay (GAG) por entonces denuncia los intentos por quebrarla públicamente, mientras que lxs punks ven en ella una maestra para organizar la protesta(3). Las feministas registran su afán por una organización colectiva de profesionales del sexo en términos de un atomismo: algunas reconocen la necesidad de escucharla mientras que otras cuestionan su estatuto mental, como si su capacidad de agencia estuviera determinada a-priori por las condiciones de vulneración que todas, incluída Kelly, coincidían en denunciar. Pero el efervescente antagonismo que signa nuestra coyuntura reciente aún no existía. En 1985 Marta Fontenla publicaba para la revista Brujas: “(a Ruth) se la acusa de querer legalizar e institucionalizar la prostitución… ¿Y qué otra forma tiene un explotado/a de luchar por su liberación, que organizarse para esta lucha? ¿Por qué, en nombre de qué, les negamos este derecho a las prostitutas?”
El cuerpo disidente que Kelly trae a escena pervierte las fronteras sexuales de las fantasías feministas pero también del sujeto hetero-ciudadano que implanta la democracia republicana. A lo largo de su trayectoria política Kelly encarna una triple subalternidad -mujer, lesbiana, trabajadora sexual- pero no busca representarlas, las activa en el orden de lo visible, las pone a circular como espectros de la democracia. Un más allá que amenaza la elaboración del duelo en la postdictadura argentina, sus retóricas de derechos, sus nunca más. Kelly encierra todas las cualidades de un personaje de la transición, como tal, del conflicto para lograr una versión acabada de la representación política.
Me verás volver
En la segunda mitad de los ’80, en medio de la crisis del SIDA y sus “grupos de riesgo”, pero también del fortalecimiento internacional de las prostitutas organizadas, Ruth parece disiparse. Reflexionando sobre su edad, en una entrevista para El Porteño, se lamenta: “puede ser que esté muerta y no alcance a ver nuestro gremio formado, pero seguramente alguien lo va a seguir por mí”.
Como nos recuerda Osvaldo Baigorria tras años de absoluta miseria, Ruth Mary Kelly muere hacia 1994, meses antes de conformarse la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR). Para entonces el neoliberalismo alimentará la recomposición del mundo del trabajo –eso que Ricardo Antunes llama “trabajo polimorfo”- y de un nuevo sindicalismo, no en vano en 1995 la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) abrirá sus puertas a las trabajadoras sexuales organizadas. Pero este ya es otro contexto.
No sabemos si finalmente Ruth Mary Kelly logró encontrar a la hija que le arrebataron en los años ’50. Pero hoy una coalición feminista-sexodisidente-diversofuncional-protrabajo sexual la reclama. Nosotrxs somos hijxs de esta puta. Orgullosxs hijxs de esta puta.
(1)Sin mis amigxs de ruta archivística, Juan Pablo Queiroz y Mabel Bellucci, esta nota no hubiese sido posible.
(2)Si bien durante los ’70 la prostitución fue tema de análisis político (un texto de referencia fue, sin dudas, la antología de Otilia Vainstok) ésta ocupó un lugar subsidiario -en la economía discursiva de la revolución sexual, la liberación de la mujer, el intento de maridaje con las izquierdas- a menudo bajo una operación más de rescate que de reafirmación subjetiva de si.
(3)Recomendamos el reciente documental “Desacato a la autoridad. Relatos de punks en Argentina (1983-1988)” dirigido por Tomás Makaji y Patricia Pietrafesa.
Imagen portada: Revista El Porteño. Gentileza: Gabriel Levinas.
Imagen interior: Captura de “Desacato a la autoridad”.
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