El cielo de las travestis.

A Cristal Gramajo, que murió siendo amable, amable a más no poder conmigo, sin siquiera conocerme... un ser que se merece el cielo que quiera. La puta que las parió.
En el cielo de las travestis las cartas de amor siempre se contestan. Se escriben a mano con tinta rosa y llevan un beso estampado en su final. Se atan con una cinta de seda y se envían en la boca de un pájaro del color del mar, que se posa en la mano del amante y le da el amor, con su pico y el amor es bien recibido. En el cielo de las travestis las jaulas están vacías, las trampas obsoletas, los ramos de novia se quedan en el campo, raíz y suelo es lo que alcanza. En el cielo de las travestis las casas son los árboles, y cada mañana, ellas, se abrazan con toda la piel y la silicona del mundo, a los troncos de sus casas. Nadie sabe qué susurran los árboles al oído de las travestis, pero las hace sonreír, y calma cualquier nostalgia, como si les hablara dios. Los templos están abiertos a todo el mundo, hablar con dios es cosa fácil, te tiende su mano y te sana cualquier herida que se conserve fresca. En el cielo de las travestis, algunas tienen hijos, preciosos hijos que corren como cachorros por el paraíso, y devoran las frutas del conocimiento, ávidos de saberlo todo. Las travestis son excelentes madres, incluso un poco cínicas, hacen dormir a sus bebés en brazos y entonan roncas canciones de cuna, cantadas por una voz que no es de hombre ni de mujer, porque como decía Paco, my love, tal vez ser padre y ser madre sea lo mismo. En el cielo de las travestis, ellas se pasean con sus novios y de cuando en cuando, se arrebatan un beso a plena luz del día, y nadie se da vuelta para mirarlas, es una indiferencia feliz, nacida de la costumbre. Los hombres no tienen miedo, se dan, una puede sentirlos con el corazón, el pensamiento y el culo, y aquellas viejas y vergonzosas vergüenzas, fueron extinguidas hace muchísimos siglos, sus cenizas están húmedas. Pijas, conchas, pronombres y adjetivos, masculino, femenino, lindo, feo, en el cielo de las travestis, son cosas que ya no existen. Triunfó eso que no se puede nombrar, y que sin embargo es. En la tierra el paralelo era el amor, o la ternura... escasos, como sus definiciones. En el cielo de las travestis, ellas no tienen que hacer ningún duelo por sus padres. Las travestis son amadas por sus padres, cuidadas, acompañadas, eso es lo bueno que tienen a veces los reencuentros, en el más allá, sobretodo. Es como un negativo del planeta tierra. En el paraíso de las travestis, los flamencos rosados, se acercan y comen de la mano, saben cantar jazz y cuando vuelan, refrescan el aire. En la calle nadie les da vuelta la cara, al contrario, qué tal vecina, a dónde va tan linda, si así vas de verde cómo será cuando madures, cosita linda. Billie Holiday actúa todas las noches en un bar de Harlem y todas están invitadas a ir. Lady day les presta sus pieles, les regala sus discos, flor de hija de puta! Le dice a una que tiene dos tetas épicas. Y ríe con ellas, se da a ellas. Y ellas la aman. Billie Holiday es feliz en el cielo de las travestis y canta como nunca cantó en la tierra, el whisky no le hace daño, el racismo es una página ya dada vuelta, y sus recuerdos son felices. La soledad es una mujer alegre, que a veces llega de visita, pero consigo trae cosas siempre útiles como las tías del campo. En su compañía, las travestis se meten dentro de sí mismas, se conocen, no han sido manipuladas. Como un animal peligroso, siguen siendo libres. En el cielo de las travestis, a San Francisco se llega caminando, los carnavales de Río son celebraciones en nuestro honor y el mar está en la puerta de sus casas, brota de las paredes, cubre el cielo como una nube, se está constantemente en el mar. Todas cantan, la música es eterna. Brota desde vertientes invisibles y acompaña lo que necesita compañía. Hasta el silencio es musical en el cielo de las travestis. En el cielo de las travestis no existen enfermedades venéreas y el porro se corta de la planta, como un racimo de uvas. En el cielo de las travestis, no existen niños huérfanos. Por cada niño con hambre, hay también una travesti queriendo salvarlo. El narcotráfico no fue inventado y la lisergia no es necesaria. El mundo es como es. La luz no nos miente. En el cielo de las travestis los tacos altos nunca cansan, las tetas nunca pesan, los otros nunca duelen. En el cielo de las travestis viven amigas, y estoy segura de que son felices. Sortear el cuerpo es una tarea amarga, mis amigas. Hay que vivir a un cuerpo, respirarlo, andarlo, saber darse amor y saber dolerlo. Ay! Cómo duele llevar un cuerpo!. Casi tanto como gusta tenerlo, y tener la piel que todo lo siente. Mis amigas, allá en el cielo, viven una vie en rose, quiero creerlo así, que es nuestra última reencarnación y que al morir sólo nos resta nadar en el mar. Mis amigas allá, brillan como una estrella que no conoce la muerte. Sus casas, en los árboles, huelen a menta porque de todas las paredes, cuelga un ramito que ahuyenta los recuerdos de este mundo. En el cielo de las travestis Mozart se sienta al piano en una colina con vista al mar, y Marlon Brando actúa en un teatro de la calle Cris Miró, se desnuda, de frente a la platea, y las travestis suspiran de amor, para nada decepcionadas y aprietan el bulto de sus novios. En el cielo de las travestis, la barba sólo existe para el que la quiera, la delicadeza es una cuestión de compromiso y no existe la idea de una cadena. Aún no se han inventado siquiera los eslabones, no es necesaria la idea de atar nada. Marguerite Duras se toma un vino con ellas y luego escribe, loca con la idea de que exista un alma como esa, que conserve la memoria de lo masculino, y tenga tanta mujer adentro. En el cielo de las travestis tampoco existe la idea de las joyas, la mejor joya es la piel, tampoco la idea del nuevo rico, eso es una vergüenza de este mundo, las mascotas nunca mueren, las pesadillas no se inventaron y las esquirlas de todas las guerras, de todos los misiles, la sangre salpicada en los muros, las tumbas de aquellos, se convirtieron en matas de nardos. En el cielo de las travestis Lorca vive, y tiene un espectáculo como transformista, los negros del Bronx lo aman con locura, los niños no se visten de novia en los roperos, y llorar, como lloran los niños del último banco, es también una manera de reír.
La fe es una cosa extraña. En mi desierto nihilista, que creo consecuencia de tantos desengaños, a veces una isla de fe brota, como una religión. La de creer que más allá, pueden hacerse promesas y cumplirlas. Y que la verdad, nos brota con la misma calidad con que nos brota la mentira. Cristal querida, bon voyage.
Por Camila Sosa Villada

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