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La enfermedad infantil del izquierdismo: balotaje, autocritica y construccion de poder popular

Entre el miedo y el pánico de estos dias electorales, no puedo sino dejar de pensar en dos situaciones. De un lado, la subestimacion al ciudadanx quien vota sin conocer realmente las propuestas politicas y el transfondo regresivo de Macri. (visión que por cierto ubica al resto como informadxs e ilustradxs). De otro, la resignación trágica por la cual lxs ciudadanxs votan a consciencia un modelo conservador que nos arroja al pasado y al atraso bajo el signo publicitario y vacio del cambio. Entre medio la autocritica y la posibilidad del retorno del debate politico han movilizado algo (mas no sea la posibilidad del voto estrategico). Entre la desesperanza, la desazón y el realismo resurgen las distinciones. No son lo mismo Scioli que Macri, aun cuando quieran parecerse, aun cuando sus distancias haya que construirlas: "La igualación de Scioli y Macri, la repetición de su disolución en una mismidad supuesta, sólo se entiende como la articulación de aquella ideología que recorre nuestros días: cinismo. He allí una de las formas más pregnantes de la derecha, en la misma forma de asumir posiciones y construir pensamiento"Emmanuel Biset
Walter Ego & Martin De Mauro 2015 copyleft

No me alcanza con decir no a Macri. Tampoco acuerdo con votar en blanco. El 22 voto al FpV, algo más que votar a Scioli. Ambos candidatos tienen agendas lgbt conservadoras pero hay una diferencia que no podemos omitir: la posibilidad de comunicación con el Estado y la consiguiente afectación de la disidencia sexual en las políticas públicas. Allí donde el PRO mira a un sujeto lgbt víctima, que en el mejor de los casos hay que rehabilitar, salvo que se asimile al modelo de sus clases, el FPV ve a un actor político.
por Emiliano Litardo
Hegemonía y estrategia socialista
El Frente para la Victoria
a) El Frente para la Victoria cometió el mismo error que el FIT comete –en general- frente a los logros del “modelo”, sólo que respecto de las críticas de la oposición. Básicamente no las tuvo en cuenta. Simplemente las ninguneó.
b) Se puede decir que ni siquiera estuvieron atentxs al manualito de Laclau por atender o articular las nuevas “demandas” que de “la sociedad civil” se les venían realizando. De “representante universal”, el gobierno pasó a condensar la “repulsa general”.
c) Si “las demandas” venían “por derecha”, simplemente se las desestimaba por ser un invento mediático de “la corpo”. Si venían por izquierda, se las ninguneaba simplemente porque “le hacían el juego a la derecha”.
d) El cretinismo posmoderno les hizo creer que la realidad social es poco menos que un mero constructo mediático-discursivo. Exageraron propagandísticamente sus “ilusiones” nacional-populares, y (se) aturdieron pretendiendo silenciar las críticas.
e) La inflación y la (in)seguridad de una parte; la precarización socio-laboral y la devastación medio-ambiental de la otra son problemas reales. El tema es cómo se los plantea y se los aborda. Aturdido por sus ilusiones, el Frente para la Victoria simplemente los ninguneo. Todo es culpa del gorilismo congénito de “las clases medias” (¿Qué quieren, que “la clase media” tenga aspiraciones diferentes, cuando el tan cacareado “modelo” no ha hecho más que alimentar sus tendencias capitalistas, para luego fustigarlas? Por lo demás, los “sectores populares” también les fueros esquivos). Pero, a nuestro juicio, estos “errores” resultaban inevitables, toda vez que “el proyecto” se construyó como “la pared” a partir de la cual no se podía ir más hacia la izquierda. Y la pared se les viene encima.
EL FIT
A) Se muestran demasiado “ensoberbecidos” por sus performances electorales y no estamos seguros de que estén evaluando correctamente la composición y el carácter general de su –coyuntural- electorado. Le serialización electoral suele conducir al autoengaño.
B) De suyo admitimos que en el caudal de votos al FIT también se expresan su consolidación o crecimiento orgánico, como un relativo crecimiento de su ascendiente “ideológico” sobre el electorado serializado. Pero no nos hagamos ilusiones.
C) Irónicamente, el FIT, con una campaña de carácter más bien económico-corporativa, se ha visto beneficiado por la crisis de hegemonía nacional-popular, de la mano del “voto bronca” o “voto castigo” tanto de votantes macristas como kirchneristas.
D) El crecimiento electoral del FIT tiene algo de paradójico, en tanto que en las luchas sindicales suelen tener las posturas más intempestivamente anticorporativas, mientras que en las contiendas electorales suelen mostrar un clasismo de lo más estrechamente corporativo.
E) Esta estrechez clasista, a nuestro juicio, les ha llevado a cometer el error táctico de anticipar de antemano su campaña en favor del voto en blanco ante el ballotage. En este sentido, es más inteligente la táctica de Massa y Saá de tratar de conseguir concesiones. Carente de perspectiva hegemónica –o preso de una estrechez “clasista-corporativa”- el FIT pierde la oportunidad de convocar a distintos representantes de movimientos sociales –sindicales, ambientales, de género, “indígenas”, etc.- para tomar sus demandas en pos de elaborar y presentar ante la sociedad un “programa de transición” y para interpelar “por izquierda” al Frente para la Victoria y tirar abajo su “pared”.
Muy difícilmente el Frente para la Victoria aceptaría un programa de este tenor. Esto no solamente hubiera acabado con las ilusiones progresistas que aún lo contemplan como alternativa a “la derecha” (sea lo que sea eso), sino que, al mismo tiempo, legitimaría más y mejor la campaña por el voto en blanco, apuntalaría la ascendencia “ideológica” del FIT y lo sacaría de su estrechez sindical. Como en su momento señalara Engels, lxs comunistas, si no quieren terminar predicando el comunismo en alguna hojita “aldeana” –universitaria o sindical diremos nos- se ve obligado a aparecer como la “extrema izquierda” democrática o, acaso, progresista. En ello, siempre según Engels, radica la perspectiva de “un gran partido de clase”, frente a la de una “pequeña secta”.

por orko de la puntania tomandoelcieloporasalto@hotmail.com

Argentina: un balotaje crucial para América Latina – Por Atilio Boron

El resultado de las elecciones del pasado domingo no fue un rayo en un día sereno. Un difuso pero penetrante malestar social se había ido instalando en la sociedad al compás de la crisis general del capitalismo, las restricciones económicas que impone a la Argentina el agotamiento del boom de las commodities y la tenaz ofensiva mediática encaminada a desestabilizar al gobierno. Era, por lo tanto, apenas cuestión de tiempo que esta situación se expresara en el terreno electoral. Ya las PASO (elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) celebradas el 9 de Agosto habían sido una voz de alarma, pero no fue escuchada y analizada por el oficialismo con la rigurosidad requerida por las circunstancias. Prevaleció una actitud que para utilizar un término benévolo podríamos calificar como “negacionista”, gracias a la cual la autocrítica y la posibilidad de introducir correctivos estuvieron ausentes, con las consecuencias que hoy estamos lamentando.
Me ceñiré, en este breve análisis, a algunos aspectos más relacionados con la estrategia y la táctica de la lucha política adoptadas por el Frente para la Victoria en los últimos meses. Dejo para otro momento la realización de un balance de la experiencia kirchnerista en su integralidad y con sus múltiples contradicciones: asignación universal por hijo y concentración empresarial; extensión del régimen jubilatorio y regresividad tributaria; desarrollo científico y tecnológico (ARSAT I y II, etcétera) y sojización de la agricultura; orientación latinoamericanista de la política exterior y extranjerización de la economía. Algo he dicho al respecto en el pasado y no viene al caso reiterarlo en esta ocasión. Volveré sobre este tema en un escrito futuro, sin el apremio del momento actual. Tampoco me referiré, por ejemplo, a cuestiones que remiten a un arco temporal que trasciende la actual coyuntura electoral, como por ejemplo la llamativa ineptitud para construir un sujeto político y hacer de “Unidos y Organizados” una verdadera fuerza plural y frentista y no un cascarón vacío cuya única misión fue apoyar, sin ninguna eficacia práctica, las medidas del gobierno. O a la asombrosa incapacidad para preparar, al cabo de doce años de gobierno, un liderazgo de recambio que no fuera Daniel Scioli, un político nacido del riñón del menemismo. O a la suicida actitud, seguida hasta hace unos pocos meses, de descalificar y hasta ridiculizar a quien, al final del camino, era el único candidato con el que contaba el kirchnerismo a la hora de enfrentar la riesgosa sucesión presidencial. Es decir, se vapuleó a una figura, contra la cual no se ahorraron ninguna clase de ofensas y humillaciones, sin percibir, en la alegre ofuscación de los cortesanos del poder, que era la única carta con la que contaban y que poco después deberían vergonzosamente aferrarse a ella, cual clavo ardiente, en una desesperada tentativa por salvar “el proyecto”. Dejo a la imaginación de los lectores la calificación de esta actitud.
Más cercano en el tiempo se cometieron varios errores de estrategia política de incalculables proyecciones: para comenzar, la decisión de no apoyar a Martín Lousteau en el balotaje por la jefatura de gobierno de la ciudad de Buenos Aires en contra de Horacio Rodríguez Larreta, el delfín de quien hoy aparece como el probable verdugo del kirchnerismo. De haberse actuado de esa manera, dejando de lado un absurdo fundamentalismo, el macrismo habría perdido la ciudad de Buenos Aires y se le habría propinado un golpe -si no mortal, al menos demoledor- a la candidatura presidencial de Mauricio Macri. Esta ofuscación del FPV, de la cual participaron desde la Casa Rosada hasta el último militante, fue una bendición para la derecha ya que le permitió nada menos que conservar en su poder a la ciudad de Buenos Aires y salvar el futuro de su principal espada política. Pocos casos de miopía política pueden igualarse a este.
Pero la carrera de errores no se detuvo allí. Con la intención de salvaguardar la pureza ideológica de la fórmula kirchnerista, y ante la desconfianza suscitada por Daniel Scioli y su sinuosa trayectoria política no se tuvo mejor idea que proponer como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini. Al optar por el Secretario Legal y Técnico de la Presidencia se configuró una fórmula “kirchnerista pura”, buena para aplacar la ansiedad de los propios pero absolutamente incapaz de captar un solo voto por fuera del universo político del kirchnerismo. Esta decisión pasó olímpicamente por alto todo lo que enseñan los manuales de la sociología electoral, que dicen que para obtener una mayoría hay que presentar una oferta política capaz de atraer la voluntad no sólo de los ya convencidos -el núcleo duro de una fuerza partidaria- sino también de quienes podrían ser atraídos por otras razones: rechazo a las fuerzas anti-kirchneristas, cálculo oportunista o tendencia a “votar a ganador”, entre muchas otras. Pero la fórmula Scioli-Zannini cerraba todas estas puertas, como se comprobó el pasado domingo y se quedaba enclaustrada en el voto kirchnerista, importante para insuficiente para obtener la diferencia que hubiera evitado el temido balotaje.
A lo anterior se agregó otro yerro inexplicable: el empecinamiento en proponer como candidato a la gobernación de la crucial provincia de Buenos Aires, que con casi el 38 % del padrón nacional es la madre de todas las batallas políticas en la Argentina, al Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidenta Cristina Fernández, Aníbal Fernández. Este fue víctima de una tenaz e inmoral campaña de desprestigio que lo convirtió en el personaje con mayor imagen negativa de la provincia. Pese a ello se insistió tercamente en una candidatura que solo representaba a los propios y que perdía por completo de vista el complejo panorama electoral de la provincia. El resultado fue una derrota inapelable a manos de una candidata opositora, María Eugenia Vidal, que carecía por completo de experiencia en ese distrito ya que se había desempeñado en los últimos ocho años como Vice Jefa de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, acompañando a Mauricio Macri. Justo es reconocer que en esta derrota existen responsabilidades concurrentes: la mala imagen de Fernández se articuló con la pobre gestión de Scioli en la provincia. Si esta hubiera sido algo mejor Vidal no podría haberse alzado con la gobernación. Por ejemplo, si en lugar de dotar a la provincia con los tan publicitados 85.000 nuevos policías el gobernador saliente hubiera designado una cifra igual de nuevos maestros seguramente otro habría sido el resultado. En todo caso, cuesta entender las razones del tan pernicioso como costoso empecinamiento en sostener una candidatura como la de Fernández en esas circunstancias.
Por último, en este breve racconto, otro error fue la decisión de hacer que Scioli desplegase una campaña en la cual fuera lo más parecido posible a Cristina y cuyo eje central fuese la cerrada defensa de la gestión presidencial, sin ninguna proyección a futuro. Contra quienes proponían como slogan el cambio -de ahí el nombre de la alianza derechista: “Cambiemos”- o quien como Macri demagógicamente exaltaba la “revolución de la alegría”, Scioli aparecía como un político triste y titubeante, a la defensiva, e históricamente maltratado por la presidenta y su entorno, debilitado por las críticas recibidas desde la Casa Rosada, la Cámpora, Carta Abierta y con un libreto que lo condenaba a posicionarse como un acérrimo defensor del “proyecto”, sin la menor posibilidad de aludir a todo lo que faltaba hacer en el mismo, como una reforma tributaria integral, la estatización del comercio exterior y la implementación de una heterodoxa política antiinflacionaria que evitase la licuación de una parte nada desdeñable de la cuantiosa inversión social del gobierno de Cristina Fernández. Los resultados están a la vista.
Habría otras cuestiones por señalar, como el faltazo ante el debate con los otros candidatos presidenciales, que lo disminuyó aún más antes los ojos de la opinión pública y el oportunista anuncio, hecho sobre la hora, de duplicar el piso salarial para el impuesto a las ganancias, algo que el gobierno nacional tendría que haber hecho hace mucho. En todo caso, parecería que ciertos cambios habidos en la estructura social argentina y en el clima cultural imperante en el país, fuertemente semantizados por el terrorismo mediático lanzado por la derecha; cambios producidos precisamente por las políticas de inclusión social del gobierno de CF, no operaron en la dirección de otorgarle mayor sustentabilidad al proyecto sino todo lo contrario, en línea con tendencias ya observadas en países como Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela y que es incomprensible que hubieran sido pasadas por alto en la Argentina. No necesariamente los sectores populares que mejoran su situación socioeconómica y cultural gracias a la acción de los gobiernos progresistas y de izquierda luego lo recompensan con su voto, y en la Argentina del pasado domingo esto fue muy elocuente. Hace tiempo que hemos venido advirtiendo que, ante la ausencia de una sistemática labor concientizadora y de formación ideológica –la célebre “batalla de ideas” de Fidel- el boom de consumo no crea hegemonía política sino que termina engrosando las filas de los partidos de la derecha.
Dado lo anterior, revertir lo ocurrido en la primera vuelta electoral aparece como una empresa muy difícil aunque no imposible. Habrá que intentarlo, para evitar que la Argentina sea la punta de lanza de un proceso que, ahora sí, podría ser el inicio del “fin de ciclo” progresista en la región, algo que hasta hace unos pocos días parecía poco probable. De hecho, si el candidato del kirchnerismo es derrotado en el balotaje sería la primera vez que un gobierno progresista o de izquierda es vencido en las urnas desde el triunfo inaugural de Hugo Chávez en diciembre de 1998. Hasta ahora, todos esos gobiernos fueron ratificados en las urnas y sería lamentable que la Argentina rompiera con esa positiva tendencia. Tenemos una responsabilidad regional de la cual no podemos sustraernos: una victoria de Macri sería un golpe mortal para la UNASUR, la CELAC y el mismo Mercosur. Además, la Argentina se realinearía incondicionalmente con el imperio y este redoblaría su ofensiva en contra de los gobiernos bolivarianos, cada vez más privados de apoyos externos. Como latinoamericano y marxista no puedo ser indiferente ante la amenaza que representa un eventual gobierno de Macri que se uniría de inmediato a Álvaro Uribe, José M. Aznar y sus mentores norteamericanos en su pertinaz cruzada para erradicar de la faz de la tierra al chavismo, a los gobiernos de Evo y Correa y para propiciar el “cambio de régimen” en Cuba. Es decir, para liquidar definitivamente todo rastro de antiimperialismo en América Latina. Nadie situado genuinamente en la izquierda política podría contemplar distraídamente esta posibilidad ni dejar de hacerse cargo de enfrentarla con todas sus fuerzas. Desgraciadamente, llegados a este punto, no tenemos mejores opciones que la de apoyar al FPV para aventar el riesgo de un mal mayor, sabiendo empero que si lográsemos triunfar en este empeño tendríamos que darnos de inmediato a la tarea de construir una verdadera alternativa política de izquierda porque el kirchnerismo, con sus aciertos, sus errores y sus limitaciones ideológicas, no lo es y no puede serlo.
¿Podrá Scioli doblegar a su contrincante en el balotaje? Dependerá de cómo diseñe su estrategia de campaña para estas semanas. Los dos debates con Macri pueden ser la llave del triunfo, si es capaz de pasar a la ofensiva y demostrar que tras la vaguedad discursiva de su oponente se esconde un brutal programa de ajuste. Pero no le bastará con eso. Tendrá también que dejar de circunscribir su discurso a la defensa de la obra del kirchnerismo (algo para lo cual la presidenta Cristina Fernández no necesita ayuda porque lo hace infinitamente mejor que él), definir nuevas prioridades y salir con propuestas concretas en materia económica, social, cultural e internacional que le permitan persuadir a la opinión pública que podrá ser el presidente que comience a hacer todo aquello que el kirchnerismo, en otros momentos, reconocía que aún restaba por hacer y no hizo. Y que lo diga con convicción, sin pedirle permiso a nadie ni esperar la palmadita afectuosa de la Casa Rosada. Es una tarea difícil pero no imposible. Enfrente suyo no tiene a un De Gaulle o un Churchill sino a un insulso producto de un astuto marketing político, apoyado por el aparato publicitario de la derecha imperial. Difícil, repito, pero lejos de ser imposible. Ojalá que le vaya bien porque, aunque algunos se empeñen en negarlo, en este balotaje también se juega el futuro de los procesos emancipatorios y de las luchas antiimperialistas en América Latina.
Atilio Boron. Politólogo y sociólogo argentino.
Apuntes rápidos sobre el voto mulo.
Muchos barrios y vidas populares se blanquearon durante la década ganada. Se viene un gobierno de blancos, sí. Pero ese gobierno se incubo desde abajo, se fabricó sensiblemente hace rato en lo profundo de los nuevos barrios: las elecciones del domingo visibilizaron a nivel político la vida mula, expresaron en la superficie pública el contrato existencial que millones de laburantes y vecinos no están dispuestos a romper: consumo + muleo + engorramiento. Eso es lo que querían Juan, Pedro y María: habitantes del centro de una ciudad blanca, laburantes del fondo de un barrio precario, lo mismo da: votantes emergentes de una reorganización de la vida barrial, urbana y social, votantes que exponen obscenamente un modo de valorizar la vida, votantes que padecen el terror anímico y la intranquilidad permanente, y que están dispuestos a lo que sea para sostener el precario (o no) orden propietario que supieron conseguir.
Hace varios años que todos los conflictos que se dan en los barrios se resuelven por la gorra (vecinos engorrados, linchamientos, cinturón sur, policía local, cámaras y todo el negocio de la seguridad) intentando intervenir en el andar anímico del vecinalismo, instaurar la tranquilidad como continuo de la vida mula. Quizás, los cambios políticos a nivel macro sean un sinceramiento y sincronización entre lo que pasa barrios adentro y lo que se gestiona por arriba; ahora sí la sociedad del muleo se podrá expresar en todo su esplendor arriba y abajo sin fisuras, de manera directa.
Acá no hay ideología, no hay derechización, ni conservadurismo. Acá hay que volver a dar una disputa por cómo queremos vivir. O quizás, es derechización existencial y vital más –o antes– que social; y ahí, en ese plano sensible y afectivo la derrota es previa al domingo por la noche. Es este plano el que se vuelve trasversal a cualquier votante, y es por eso que la mera disputa ideológica -sin disputa de las propias formas de vida- puede hacernos una trampa. Acá es la derecha como una percepción sedimentada en afectos, hábitos y morales que cotidianamente se van cocinando… no la derecha ideológica. Enfriamiento existencial y libidinal antes que económico; ajuste de la vida a los pequeños y asfixiantes interiores estallados (a los que ahora quizás se pueda llegar más rápido en Metrobús) y a los moldes laborales y sociales, y poco más. Sobre estas pequeñas, silenciosas, cotidianas y oscuras derrotas se montan las otras más resonantes. Nos quedan algunas preguntas, ¿y si la década que pasó fue una manera de responder a una sociedad a cielo abierto, desde las luchas dosmilunistas que eran resultantes de formas de vida que se preguntaban por otros modos de vivir el trabajo, la justicia, la memoria, el rock barrial y las esquinas... hasta las preguntas que los pibes silvestres le ponían a la comodidad que se iba cerrando a través del consumo y su reverso gorrero? ¿Y si lo que se viene (o que en realidad ya se viene viendo hace rato) nace sensiblemente del resguardo en la propia vida, la comodidad organizada (esa amarga utopía), el conformismo, y la vida interior estallando… es decir, la clausura de esas preguntas abiertas?
*
Así está dispuesto el escenario: por un lado una alianza de clases, blancos y negros bailando al ritmo de la vida mula, vecinos bien y vecinos laburantes, vecinos de los barrios residenciales de las ciudades del conurbano y el interior, vecinos de barrios populares de las ciudades del conurbano y el interior, todos agenciados por el trabajo, el endeudamiento, el consumo, y la pasión suficiente para bancar como sea –seguridad comunitaria, alarma vecinal o fierro en mano– la propiedad o el umbral de vida mejor conseguido en estos años, una alianza de clases que puede ser finalmente gobierno sin mediaciones… Y, por otro lado, la alianza insólita (con algunas experiencias ya conocidas, pero sobre todo una alianza que es todo por venir) con los pibes y con lo silvestre, una alianza para hacer que pasen más intensidades (de esas que estallan las formas de vida existentes, de esas que abren líneas que perforan las sensibilidades mulas y conservadoras), una alianza con aquellos que le metieron preguntas a las formas de vida que se empezaban a clausurar en la época (con gestos y apuestas que nunca fueron vistas como “políticas”)… Pero también una alianza con lo agitable que aún anida en nosotros mismos (sí, es momento de investigarse y ver si todavía hay aguante –de ese que puede inventar nuevas armas–; algunos pocos estamos convencidos que sí, “somos nosotros”, los que nunca dejamos de ser leales a nuestras potencias, incluso si ese nosotros es del tamaño de un puño).
Se abre, a la fuerza, un escenario nuevo. Los lenguajes políticos reconocidos no supieron leer la década ganada: menos podrán con lo que viene (los nuevos barrios anticipaban el clima sombrío y oscuro que ahora toma la ciudad y el país).
Hay que agitar la propia vida, decíamos. Somos parte de una generación que sale agilada de la década ganada: será difícil pasar de Netflix a ponerle el pecho a las gorras estatales… de la pantalla al agite callejero hay un abismo, y la gimnasia social que había desplegado otro tipo de presencia pública y social parece no tener ya efectos subjetivos. Pero aquí vale agrandarnos: No todos perdieron la calle, los barrios, la noche y, sobre todo, no todos perdimos una sensibilidad común con mucha vagancia que será sí o sí (por edad, por prepotencia vital, por pura arbitrariedad) protagonista en la sociedad mula que cada vez se vuelve más obscena: de nuevo, los pibes –en su ambigüedad, en su a-moralidad– fueron los que impidieron el cierre… (“no se vive únicamente para trabajar y consumir”).
La derechización de la sociedad empieza por casa y por la imposibilidad de revisitar el propio nido de serpientes: la tenemos adentro. Entre agitar una vida y agilarla, en lo que se hace en esos intersticios, en lo que se conquista a nivel de intensidades y fuerzas… allí es donde se puede pensar en la fabricación de nuevas imágenes políticas.
Las posibilidades políticas siempre nacen de los terrenos sensibles que se disputan en cada época.

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