SOBRE LOS REFUGIADOS

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RODRIGO KARMY BOLTON / SOBRE LOS REFUGIADOS

Filosofía
Durante estos días, el espectáculo mediático ha gozado con la “humanidad” de los miles de refugiados sirios, kurdos y demases que “invaden” las calles europeas. Nos ha dicho, en el tono de ese snobismo cristiano, que “todos deberíamos ayudar”, nos ha repetido hasta el cansancio “que tragedia más grande” y lo más cultos han insistido en la necesidad de que la abstracta “comunidad internacional” esté a “la altura” de las circunstancias. Los presidentes de Francia y Reino Unido han dicho que “ayudarán”, pero ninguna voz se ha escuchado denunciando la dimensión política del problema: si hay refugiados es porque hay guerra. Una guerra imperial desplegada bajo lógicas mercenarias y policiales (en el punto en que policía y mercenarios se confunden) que ha comprometido a la política exterior de los EEUU, de Europa y de sus aliados regionales: Turquía, Israel, Arabia Saudita e Irán.
Un niño sirio clama para que se acabe la guerra en Siria y que una vez terminada, ellos volverán a su tierra. Él es la única voz materialista que se ha pronunciado. Las palabras que, con el desgarro de su cuerpo, exhiben la crudeza del problema. El niño sirio clamando por el fin de la guerra es, también, la voz de la poesía árabe que, desde Darwish, pasando por Adonis y Mersal no dice mas que una sola cosa: las empresas coloniales europeas primero, y norteamericanas después, no han consistido mas que en la sistemática destrucción del habitar. Porque tal destrucción es parte de un proyecto que ha tenido dos fases: la geopolítica en la que se instala el nómos franco-británico que traza las fronteras político-estatales (acuerdos de Sykes-Picot) y la geoeconómica que, superponiéndose sobre la anterior, sitúa la lucha por los flujos de capital en las que se asientan las diversas formas de “guerra civil” con las que, paradójicamente, se administra a las poblaciones. Pero esa destrucción es  la sustitución del mundo por el globo, de un habitar común, por un simple proceder. Las revueltas árabes del 2011 fueron llevada a cabo por ciudadanos, si. Pero por ciudadanos que, como casi todos los ciudadanos de la tierra, se han acercado cada vez más a ser refugiados en sus propios países por las condiciones de precarización jurídica, económica y social que ha sido sistemáticamente implementada por los diferentes Estados en las nuevas políticas que, desde finales de los años 80, se han denominado “neoliberales” y que impulsa la mutación del proyecto imperial en su versión geoeconómica (donde las diferentes potencias globales y regionales luchan por la hegemonía financiera y la gestión de las poblaciones). Así, las palabras del niño refugiado tocan la misma carne que la poesía árabe de los últimos tiempos, y que denuncia que lo que aquí está en juego es la destrucción de un mundo, el aplastamiento del habitar.  En el célebre texto “We Refugees” Hannah Arendt subrayaba la novedad de los refugiados judíos que, como ella, se caracterizaban porque, a diferencia del refugiado clásico, los judíos no buscaban refugio por sus “actos o ideas políticas”. Por este motivo, la noción de refugiado -planteaba- “ha cambiado”, al punto que éstos constituirían hoy día la “vanguardia de los pueblos”, esto es, la figura que, con su monstruosidad, anuncia el fin de un orden político basado en la figura del Estado. Los refugiados son los monstruos de nuestra época, el tenor de una sombra que testimonia la destrucción de un habitar y la instalación del proyecto geoeconómico. Quizás, en la fuerza de sus cuerpos, en la intensidad de su huida, en la precariedad de sus condiciones, los refugiados anuncian la posibilidad de otro habitar. Un habitar más allá del proyecto geoeconómico y su comparsa estatal.
Pero, la situación de los refugiados, me recuerda la película de Alfonso Cuarón “Gravity”. En ella, nuestro presente está caracterizado en la órbita terrestre con las dispersas bases espaciales que, como verdaderos archipiélagos, flotan sobre la tierra. La época geoeconómica sería una época de archipiélagos en que cada cápsula conserva algo de mundo, un resto de habitar posible. Los cuerpos flotan en el espacio, al igual, que los cuerpos de los refugiados flotan en el mar mediterráneo que se ha convertido en el verdadero mar muerto. Y entonces, la protagonista, que lleva algo monstruoso en sí misma (tiene nombre de hombre -Ryan Stone-, pero es mujer, es una madre, pero que ha visto morir a su hija, y es una especialista cuya misión fracasa), tan solo flota en el espacio, intentando, como una refugiada de nuestro tiempo, alcanzar las diferentes bases espaciales que circundan el globo terrestre. Como los refugiados que van de balsa en balsa, de chekpoint a chekpoint, la protagonista, flota de base en base, hasta que en un movimiento decisivo, ella aterriza, es decir, restituye el mundo, se vuelca a su habitar. De los cuerpos flotando, a los cuerpos que habitan, quizás, esa el tono de un trabajo político que restituya al mundo común en medio de su destrucción.
Imagen principal: Rory Isserow, The Refugees

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