Violencia institucional. ES MERODEO, ES YIRE: EL DESEO.

Cuando termine esta nota vuelva aquí y pregúntese qué le pediría a Cordera que cante para el epígrafe de hoy. Si puede responderlo, disfrútelo.

         con los locos, los borrachos
con las putas y los guachos ...
Al zaguán de un mundo liberado
al placer de un mambo marginal.

        Lo que ves es solo una apariencia
Bamboleame el corazón, que se está por enfriar
Acercate haremos un cóctel de amor.

* * *  
Teníamos diecisiete y dieciocho años. Éramos cuatro: Ariel, Lucas, Dani y yo. Era el año dos mil cuatro, era noviembre, era una noche de verano. Salimos a bailar a Club V, en la calle Tucumán casi llegando al cruce con la cañada. Sonaba Hollywood por Madonna, Christina, Britney y Missy Elliott. Yo entré primero, al ver que se demoraban y nos íbamos a perder la coreo salí corriendo a avisarles que se apuren. Recibí de un extraño, un bife en seco que me partió la cara. “Corré loca!” Me gritó alguna. Y yo corrí. Nos encontramos a las dos cuadras, el tipo les había sacado un arma y les había apuntado, pero ya no nos perseguía.
No entendíamos nada de lo que estaba ocurriendo. Qué había sido todo eso. Por qué me habían pegado y nos apuntaban para hacernos correr. Dar aviso a la policía no estaba en nuestros planes. Intuición de putos. No pasaban más colectivos a Villa Allende ni a San Vicente. No teníamos a dónde volver.  En realidad sí. Volvimos a la disco y nos emborrachamos hasta que lo acontecido perdió toda credibilidad. Terminé en la cama de un desconocido que se vestía de cuero negro y me prometía emparejarme el rostro si ponía la otra mejilla. Menos cristianas las amigas se fueron de after a Sucre y Colón. En la puerta las esperaba el mismo tipo del cachetazo y el arma, pero ahora uniformado. Dicen que les sonreía y las miraba fijo. Dicen que les daba asco y miedo. Una dijo que le calentaba un poco. Luego de un silencio aclaró que no sabe si el tipo, o la situación, si fue en ese momento o ahora al recordarlo después de tanto. Al salir las detuvieron, porque sí.  Ariel llevaba documentos, pero daba igual. Marche preso lo mismo, como dice otra amiga. Por merodeo y travestismo. Dani argumentó que su ropa era unisex y que no era travesti todavía. No se te nota, le dijeron los policías del género. Las llevaron a la seccional primera, justo esa madrugada lloviznaba y hacía frío. Donde yo estaba también llovía, pero en dorado.
La vida no era rosa para ninguno pero ya tendríamos tiempo de contar la historia del color que mejor nos pareciese. No era seguro, pero nos gustaba pensar que ya tendríamos tiempo.
* * *
Acá estamos, otra vez noviembre, diez años después. Acá estoy, recién llegado de la Marcha de las Putas en Buenos Aires. No había putas en la marcha, quiero decir, putas en serio. Pasó una por casualidad, cuando cruzábamos la 9 de Julio por Avenida de Mayo. Llevaba puestos unos tacos de acrílico, un jean ajustado, un corsé negro y un bolso magenta al hombro, el cabello alto, tirante, con extensiones, pedía permiso y resoplaba algo molesta mientras se hacía paso entre la gente. Intuyo que llegaba tarde a algún lado, a alguna whiskeria, a un hotel, a una esquina, a su casa. Claro que no tengo modo de corroborar que lo que digo sea cierto, que la matriz de inteligibilidad que me alienta a decir que esa sí era una trabajadora sexual, surge de un estereotipo representacional que llevamos muy arraigado y de algún modo reproduce aquello que esta marcha intenta combatir: los prejuicios a través de los cuales los tipos nos sentimos con derecho a endilgarle a una mina que es una puta. ¿Qué puedo decir a mi favor? Que las putas elaboran estrategias de visibilidad para ser reconocidas, que no sólo existen tipos (malos) y minas (buenas) y que, como dice el dicho, ojo de loca no se equivoca. Son argumentos débiles y en cualquier caso ahí estábamos nosotras las bienpensantes  de clase media con un berenjenal de consignas absurdas: unas llevaban escrito “Soy Re-Puta”, otras “No soy tu puta” y hasta había un pibe que se  había pintado un corazoncito en el pecho “I love putas”. Todas al ritmo de Bonnie Tyler con I Need a Hero. Complejo. No es No, dicen las mujeres: No hay confusión posible, y yo me pregunto qué ocurrirá con ese ex que me dijo que me puedo quedar a dormir en su casa esta noche si termino tarde, pero que no va a pasar nada para no confundirnos. Tarde: Estoy muy confundido.
No sé bien por qué marché hoy, no me convenció enteramente ninguna de las consignas, marché triste, supongo que aun con todo la categoría puta todavía me convoca. Puede que haya otro motivo: Decía que acá estoy, recién llegado de la Marcha de las Putas y tengo que escribir algo sobre la Octava Marcha de la Gorra en Córdoba, a la que no asistí por quedarme a ver si no es realmente no, entre los putos. Salí de putas para potenciar algún placer, para estimular mi letra, también de puta: pórnē gráphein puro. No pasó eso, la misma cantaleta de siempre de la moral abolicionista, me dejaron claro que ésta fue una marcha de mujeres no putas que han sido insultadas bajo ese epíteto y desde la  ofensa quieren reivindicarse pero que prescinden de las voces de trabajadoras sexuales para hacerlo. Me pregunto qué ocurriría si todos los varones que sin ser putos fueron injuriados con esa palabra decidiesen convocar La Marcha de los Putos.  Creo que iría, a yirar un poco.
* * *
Cuando fueron detenidas mis amigas no estaban solas, había muchos otros pibes detenidos también. En realidad sí estaban solas porque esos otros pibes las insultaban, las agredían, las escupían. Los policías decidieron ponerlas a las tres en el patio del recinto, separadas por rejas de los otros pibes. Así había unos enjaulados y otras a la intemperie. Estuvieron desde las cinco de la mañana hasta las catorce horas que las revisó el médico, haciéndolas desnudar delante de todos antes de liberarlas. Mientras, no las dejaban sentarse ni apoyarse contra la pared. Cuando se acomodaban para tomar un poquito del sol que cada tanto  alumbraba en medio de la  llovizna las trasladaban a otra parte del patio. Durante las nueve horas que estuvieron cortando clavos de pie, sin hablar, y rogando por dentro para que sus padres no se enteren que estaban arrestadas por putos, mis amigas fueron insultadas sin descanso. Como si la violencia fuese un gran dominó y ellas las últimas piezas sobre las que caían uno tras otro los insultos. Llovía por todas partes. Desde las celdas, los pibes les tiraban té o mate cosido caliente, tratando de alcanzarlas para mojarlas más. También se tocaban el bulto y las arengaban. En el patio y en el calabozo, de una forma o de otra: todos merodeaban.
¿Cuál es el punto? Tenía que escribir sobre la Marcha de la Gorra y como dije más arriba no estuve allí este año. Tengo algunas ideas sueltas. Y otras tantas experiencias como cuando me quisieron arrestar por portar quince armas blancas que eran las gubias con las que hacía grabados en la universidad. Me pareció más importante desempolvar esa otra historia que da cuenta de la compleja relación que existe entre el deseo, el poder, la violencia y la sexualidad.
Alguna vez hace unos años llevé a la marcha de la gorra una consigna que oponía frente a la figura del merodeo la del yire y el deseo, así como otros activistas oponen la figura del paseo, para exigir se garantice el derecho a la libre circulación por el espacio público. La consigna decía: No es merodeo, es yire y deseo. Cumplió con el objetivo de visibilizar que muchos putos, travas y trabajadores sexuales somos detenidas por busconas, por salir de levante. Que la sexualidad también se criminaliza y se reprime. Pero lo cierto es que sí: es merodeo. Qué es el deseo si no mero rodeo. Darle vueltas al machito de la esquina, como decía Lemebel. Es un me rodeo de negros, de putas, de travas, de chongos y chongas, de tortas y de inconvenientes, de pobres, de locos, de grasas, de fumanchines, de jóvenes, de viejos.
Y trato de decir lo que digo, por fuera del entusiasmo afirmativo. Yo sé que la misoginia y la homolesbotransfobia como todas las violencias del régimen patriarcal están también entre los pibes más pobres, en la periferia, en las villas. Y sé que el racismo y el clasismo circulan y abundan en el arcoíris de la diversidad.  No me olvido que a mis amigas y a mí nos gritaban Laisa, utilizando el nombre de una trans como insulto. Ni que a veces salíamos temprano de la disco para regresar tranquilas y sin tener que viajar en el colectivo de regreso con todos esos negros. Tampoco me olvido que hicimos de esa injuria una resistencia, ni que Dani se las arregló para pasarle su teléfono a un preso, sin hablar, haciendo números con los dedos de las manos y él para sonreírle en medio de tanta vigilancia pandillera. Que ningún pibe nace choro, como ningún pibe nace hetero.
El arma más poderosa con la que contamos es el deseo, pero no entendido como una verdad de cada sujeto -yo deseo esto o deseo lo otro- sino como una materia sobre la que podemos rondar e intervenir hasta encontrarle la vuelta. Los lazos y las solidaridades que se están forjando en Córdoba entre las que militamos la disidencia sexual y las trabajadoras sexuales, por ejemplo, dan cuenta de estas potencias y sus desarrollos políticos.
No sé a ustedes pero cuando yo leo la consigna “Más vale gorras embrollando, que la Policía matando” me imagino que las gorras que embrollan son las de tres o cuatro pibitos que se transan, o las gorras de esas tortas bien machonas que se franelean en la verja de alguna casa. Pienso en esas gorras fucsia fluo con strass o animal print que usan las travas y las putas para atraer chongos. Me gusta imaginarme las calles pobladas de esas gorras y me gusta imaginármelas embrollando conmigo.
* * *

¿Se acuerdan del tipo vestido de cuero negro con el que conté que me fui la noche del arresto? Bueno, nos volvimos a ver en la marcha del orgullo de este año, avanzaba con su grupo sadomasoquista, me saludó con cara de no recordar bien de dónde me conocía. Yo tampoco estaba seguro, hasta que vi que llevaba a un sumiso con gorra de policía y la inscripción en la espalda: ABAJO EL CÓDIGO DE FALTAS.

Juan Manuel Burgos - Revista Deodoro, Diciembre 2014

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