"Ni una menos"


"Que la rabia nos valga"
Yo no soy la mujer de la bolsa. Por eso estoy acá, frente a uds, leyendo este texto y respirando todo nuestro dolor, nuestra lucha y nuestra esperanza.
Yo no soy la mujer de la bolsa, porque esa (entre otras) es Daiana, quien ya no está, y nada debería borrar lo insustituible de su ausencia, lo irrecuperable e insuplantable de su muerte violenta a manos de un femicida.
Nosotras no somos las mujeres que ya no están. Pero todas ellas nos atraviesan. Nos duele su ausencia. Activa en nuestros cuerpos la memoria de las propias heridas, las veces que callamos los abusos, las que cruzamos de vereda temblando, las que nos cubrimos acatando la orden de mantener el cuerpo a resguardo porque es débil, porque podría ser tomado.
Ellas, las que ya no están, son la herida que desmadra a todas las heridas y de ese tajo común se alimenta nuestra rabia, ahí es donde se funde el sentido de nuestra lucha.
Ellas, las que ya no están, nos confrontan con el límite más cruento de un sistema hetero-patriarcal que nos quiere sumisas, devotas, calladas, temerosas. Y que, en el mejor de los casos, nos acepta "inclusivas" y comprensivas.
Pero nosotras somos también las de la mano pesada, las gordas que revientan las calzas, somos las que podemos correr, las que gritan como las locas de la Plaza. Somos las que buscamos la potencia de la horda y en el abrigo de la tribu nos hacemos fuertes. En la tradición de la Furia Trava, de nuestras guerrilleras, de las amazonas del Bajo Flores escrachando a los golpeadores y en la de aquellas que tensaban el arco sobre el pecho ausente, venimos a poner el cuerpo, estos cuerpos que gozan y cogen y sufren y se celebran y pelean, cuerpos soberanos que deciden contra todo, que se plantan y dan el grito para que suene con otros.
Nosotras, las que estamos acá, tenemos que inventar las suturas para que la herida cicatrice y la ausencia no devenga vacío. Nosotras, con lágrimas en los ojos y el cuerpo en situación de guerra, nosotras decimos "basta". Y que no se nos malentienda. Nosotras no queremos pedir clemencia, ni piedad, ni consideración. No queremos las dádivas de simpatía que les dan a sus hijas, sus hermanas, o sus amores. Nosotras queremos ser las otras, las fugitivas del heteropatriarcado, las que aprietan fuerte la herida para detener la sangre con la que nos quieren disciplinar.
Nos-otras, queremos otras vidas, otros mundos. Queremos ser las otras. Las prófugas del continuum de violencia al que nos vemos sometidas por el mero hecho de habitar un cuerpo asignado al género-mujer. Preferimos el riesgo de la intemperie compartida, el cobijo que se construye cuando se deshilvana el tejido de violencias que sostiene al mundo tal y como está, a negociar pequeñas libertades a cambio de un discurso que pacifica conciencias y exonera de responsabilidades. Nosotras no somos las mujeres de la bolsa, pero podríamos serlo.
Que la herida alimente nuestra rabia feminista, tortillera, trans, contestataria. Y que la rabia se haga palabra, arma y refugio frente a la hostilidad hetero-cis-normativa. Porque nosotras no queremos ni una menos. Nuestros cuerpos se tensan y cuentan, su historia y su memoria se tejen con otras. Que por acá no se pase más. No queremos ser ni temer ser una más en la lista de las que van a parar a la bolsa de desechos corporales del patriarcardo.
Desde la herida, construyamos el nosotras-otro que nos defienda y que repela sus violencias cruentas y sistematizadas.
Desde la rabia, enlacemos el nosotras-otro que sea la alquimia del dolor y la muerte, la resistencia al amparo de la ternura y la amorosidad.
Virginia Cano
Marta Dillon

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