Rescatada por la arquitecta Elisabetta Andreoli y la artista Ligia D’andrea en el libro “Arquitectura andina de Bolivia”, la irrupción mediática de esta arquitectura, de la mano de Freddy Mamani -un exalbañil convertido en ingeniero y constructor- se ha convertido en la excusa para hablar de todo lo demás en el país altiplánico: las carencias y lujos de una rápida expansión urbana dispersa en El Alto, la ciudad más joven de Bolivia; el nacimiento de una nueva burguesía aimara ante el ninguneo de los élites blancas; y el nacimiento de una identidad arquitectónica contemporánea que incomoda a puristas y enorgullece a aimaras, pero es rechazada por las escuelas locales de arquitectura.
Después del salto, revisa el artículo sobre esta nueva arquitectura, junto a las fotografías de Alfredo Zeballos.
Fue un logro para todos. Uno para Elisabetta y Ligia. Otro para Mamani. Con la presentación del libro “Arquitectura andina de Bolivia: la obra de Freddy Mamani Silvestre” en el Museo Nacional de Arte en La Paz en marzo pasado, Elisabetta y Ligia lograban dar un nuevo paso en la documentación seria de la arquitectura boliviana, sin estereotipos ni entendiéndola como una guía turística, tal como la primera publicación de Elisabetta: “Bolivia contemporánea” (2012). “No había ni un solo libro que no tratara sobre paisaje y turismo”, señala la arquitecta italiana.
Pero en aquella noche de marzo, en la ceremonia también se validó ante el establishmentcultural de La Paz la prolífera carrera de Mamani, con más de 60 proyectos en un decenio. Curiosamente forjada en El Alto, una antiguo barrio pobre de la capital boliviana, pero que en cincuenta años alcanzó vida propia acercándose al millón de habitantes, tomando protagonismo en la llamada “Guerra del Gas” que en 2003 hizo caer al presidente Sánchez de Lozada, y luego arroparía a Evo Morales en las elecciones de 2005, en un simbólico trasvasije: Bolivia pasó del 'Gringo' al 'Cholo', y junto a aquello, el orgullo de ser indígena.
Eso sí, Freddy Mamani no es arquitecto. Nacido en una pequeña comunidad aimara llamada Catavi, partió trabajando hace veinte años como asistente de albañil, pero sus sueños lo empujaron a estudiar en la Facultad Tecnológica de Construcciones Civiles en la Universidad Mayor de San Andrés (1986), y posteriormente cursar la carrera de Ingeniería Civil en la UBI. Todo esto a pesar, como explicó en un artículo reciente, que su familia le instaba a desistir: “no estudie una carrera cara, es una carrera para ricos”.
Mientras tanto en la ciudad El Alto –receptora durante décadas de miles de indígenas campesinos venidos de La Paz, Oruro y Potosí probando suerte- se formaba una nueva burguesía aimara que encontró en el oficio de Mamani a uno de los suyos: un tipo sin aprensiones academicistas, pero embarcado en la idea de encontrar una identidad arquitectónica aimara. “Busco darle identidad a mi ciudad recuperando elementos de nuestra cultura originaria”, comenta Freddy en “Arquitectura andina de Bolivia…”.
Nathalie Iriarte apunta en ‘Arquitectura transformer’ que el primer encargo de ese tipo fue de Francisco Mamani, un comerciante importador de celulares, quien “tenía un terreno de 300m² y quería construir un inmueble, pero no sabía qué tipo”. Entonces Freddy Mamani le sugiere un “edificio elegante, con formas andinas, colorido y con un gran salón de eventos, algo que hasta entonces no había en la ciudad”.
Ahí comenzó todo: construcciones de seis pisos que dominan las vistas de la ciudad altiplánica, de grandes paños acristalados y enmarcados en fachadas convertidas en composiciones plásticas de molduras de yeso ensayadas en el momento y bañadas en brochazos de colores complementarios: naranja/verde y azul/amarillo. Una paleta cromática agresiva para la arquitectura tradicional, pero irresistible para una ciudad levantada en ladrillo desnudo, tras un paisaje altiplánico monocromático, frío y seco.
Las fachadas diseñadas por Mamani comenzaron a ser denominadas 'transformer', o despectivamente 'cholas'. Surgió el concepto de 'cholets', un juego de palabras entre chalet y cholo, y la prensa boliviana presentó efusivamente a Freddy como creador de un estilo independiente y único, que no le debe nada a nadie, sin referentes ni tributos. Sin embargo, Mamani “dice que quería hacer una arquitectura que hablara un lenguaje andino, ya que lo que se enseña en las universidades no tiene nada que ver”, comenta Elisabetta Andreoli desde Italia en conversación con Plataforma Arquitectura. “Algunas formas las ha sacado del arte andino. Los tiwanacotas usaban un lenguaje de civilización en sus formas: tejidos, cerámicas y ruinas arquitectónicas. Mamani ocupa la cruz andina, la yuxtaposición diagonal de los planos, la duplicidad, la repetición, el círculo y hace de todo esto un tema de estilización, ésa es su fuente”
La composición plástica de estas fachadas ha eclipsado las cualidades programáticas propuestas por el constructor aimara, cuyo principal atractivo son los salones de baile, construidos en un segundo nivel por sobre la decena de locales comerciales diseñados en el primer piso. Como evidencia Andreoli, "la cultura aimara suele celebrar los grandes acontecimientos de la vida. Siempre hay un motivo para brindar" y cuando las comunidades indígenas emigran a las ciudades, encuentran en los salones de baile la instancia para mantener sus tradiciones, pero hasta ahora, no estaban pensadas para las actividades de la comunidad aimara. Nadie las pensaba y diseñaba como Mamani: espacios amplios y de doble altura, con bares, mesas para comer y beber cerveza, pistas de baile y tarimas para las dos o tres bandas que tocan en vivo. Salones generosos en espejos que rebotan las cientos de lucecitas incrustadas en paredes y techos, de las cuelgan lámparas de lágrimas traídas desde China. Las pistas son resguardadas por columnas bordadas en detalles, mientras robustas curvas coloridas van tejiendo composiciones en los cielos, balaustradas con diferentes tonos y requintes.
En este sándwich programático, por sobre los salones de baile, se diseñan departamentos para arrendar, o bien, para los hijos de los dueños, con especial énfasis en los espacio comunes. Sobre éstos, y coronando el edificio, se diseña “la vivienda del dueño, de una forma y diseño que rompen con el resto del edificio: es la casa patronal”, señala la arquitecta italiana.
Respetan la paleta cromática del resto de la obra, pero estas viviendas de techos a dos aguas -con antejardín en altura y vista privilegiada sobre la ciudad- hacen del edificio dos regalos totalmente distintos envueltos juntos con el mismo papel. Sobre esta coronación, abundan las lecturas: documenta el libro “Arquitectura andina en Bolivia…” que en La Paz se cree que ésta sería “una réplica de la casa campesina con su espacio alrededor” y otros argumentan que de acuerdo a la concepción andina, la vivienda en altura permite estar más próximo al Alaqpacha (mundo superior), por encima del Akapacha (mundo terreno). No obstante, “a diferencia del edificio comercial, que ocupa todo la parcela, la casa del dueño puede ser más pequeña y autónoma, así calienta mejor las habitaciones con el calor del día y puede protegerse del frío del altiplano”, aclara Elisabetta.
A pesar del éxito y el entusiasmo de la prensa, su trabajo despertó la animadversión de la academia. “Hicimos una charla en una universidad. Hubo profesores que ni siquiera nos escucharon, algunos se fueron y pocos entendieron que esto podía ser parte de una identidad boliviana”, confiesa Andreoli. Mamani también lo señala en el libro “Arquitectura andina de Bolivia”: “en la facultad técnica nos sentíamos menospreciados por la cultura, pero ahora con el Presidente Evo se revaloriza la cultura originaria. Yo fui a Tiwanaco y me impresioné con sus formas y estudié los libros. He dado a mi diseño una descomposición y estilización de las formas andinas”.
A juicio de Elisabetta, “las facultades de arquitectura están con mucha envidia. Ellos deben pensar: ‘nosotros que estudiamos la carrera no hemos logrado inventar un lenguaje contemporáneo que sea boliviano y viene este tipo que es albañil y lo encuentra antes”. Y claro, las escuelas bolivianas están cargando con la cruz de formular una marca propia, pero que no sea ésa, sino en línea con el resto de Occidente. “Además Mamani no trabaja con la estética de la élite boliviana y por eso la consideran pintoresca y poco seria. Podría entenderse como clasismo y racismo”, plantea.
Enfrentado a la cobertura mediática, las críticas, la discriminación y los nuevos encargos que se van sumando, Mamani no olvida su formación de albañil: acá no hay planos ni computadores ni rénders. Sin embargo, una vez finalizada la obra gruesa, cada mañana reparte directamente las instrucciones a su equipo y para explicar algún detalle, lo anota en un papel, o a veces, le basta con apoyar el lápiz en un muro para decir: “en la pared, en el instante yo explico”.
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Para más información de libro “Arquitectura andina de Bolivia”, de las autoras Elisabetta Andreoli y Ligia d'Andrea, contacta a elisand@aol.com
Se hizo también una exposición a cargo de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en el Museo Nacional de Arte, La Paz. Esta exposición será presentada a partir de julio en otras ciudades del país: Sucre, Potosí, Santa Cruz y Cochabamaba.
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