La Argentina se funda en un genocidio
“¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.” Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)
“Estamos como nación empeñados en una contienda de razas en que el indígena lleva sobre sí el tremendo anatema de su desaparición, escrito en nombre de la civilización. Destruyamos, pues, moralmente esa raza, aniquilemos sus resortes y organización política, desaparezca su orden de tribus y si es necesario divídase la familia. Esta raza quebrada y dispersa, acabará por abrazar la causa de la civilización. Las colonias centrales, la Marina, las provincias del norte y del litoral sirven de teatro para realizar este propósito.” Julio Argentino Roca (1843-1914)
Estas declaraciones, medida y pacata la de Roca y desbocada la de Sarmiento, dejan en claro que buscaron y consiguieron un genocidio. El cura Mamerto Menapace hace notar que hay en Occidente, en total correspondencia con su modo de ver y razonar, un principio según el cual si la invasión va seguida de genocidio, da derechos. Así es desde hace 6000 años.
Este genodicio dio derechos: su resultado fue, en números solo aproximados, citados por Felipe Pigna: la ley de remate público del 3 de diciembre de 1882 otorgó 5.473.033 de hectáreas a los especuladores. Otra ley, la 1552 llamada con el irónico nombre de “derechos posesorios”, adjudicó 820.305 hectáreas a 150 propietarios. La ley de “premios militares” del 5 de septiembre de 1885, entregó a 541 oficiales superiores del Ejército Argentino 4.679.510 hectáreas en las actuales provincias de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego. La cereza de la torta llegó en 1887: una ley especial del Congreso de la Nación premió al general Roca con otras 15.000 hectáreas.
Si hacemos números, tendremos este balance: La llamada “conquista del desierto” sirvió para que entre 1876 y 1903, es decir, en 27 años, el Estado regalase o vendiese por moneditas 41.787.023 hectáreas a 1.843 terratenientes vinculados estrechamente por lazos económicos y/o familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período. Entre ellos se destacaban 24 familias “patricias” que recibieron parcelas que oscilaban entre las 200.000 hectáreas y las 2.500.000.
Este es el modelo occidental de expropiación de tierras conducido en la Argentina, pero repetido una y otra vez desde hace milenios. Uno de sus episodios fue el derrame de Europa sobre Abya Ayala que se produjo a fines del siglo XV, pero que no fue sino la reiteración de un proceso iniciado milenios antes, en cuyo transcurso los “arios”, palabra que significa “noble” y está relacionada con “arado”, de paso exterminaron a los nómades del mundo.
Esta alternancia de expropiación/apropiación no terminará sino con el final del ciclo actual, cuando la declinación metafísica del ser alcance su límite en el reino de la cantidad pura, sin cualidad, que tiene una expresión actual comprensible en la reducción de todos los valores al dinero. Es la negación misma de la relación armónica con la tierra que hoy día, como todo, está sometida al poder del dinero.
Se está produciendo ahora otro capítulo, otra vuelta de tuerca, con la “revolución verde”, que es un volcarse del capital financiero, del dinero como rasero único de todos los valores, sobre el campo como antes la cruz y la espada sobre Abya Yala.
Comentarios
Publicar un comentario