Relatos Salvajes: una
anti-crítica
Ezequiel Espinosa
Antes que nada, debemos
confesar “de qué lecturas somos culpables”, por tanto, lo
primero que tengo para decir es que no soy crítico de cine, ni
pretendo serlo. En segundo término, que soy de los que consideran
que a una pieza de arte, cada cual la interpreta a su manera.
Pero no deja de llamarme
la atención la recepción negativa que ha tenido en “la
crítica” cordobesa la última película del redicho Szifrón;
un bestiario del capitalismo en Argentina, y sobre todo en su
Capital federal (de hecho tiene un claro mensaje anti PRO, aunque se
ve que demasiado sutil para los críticos “nacionales y
populares”, que temen un efecto “Campanella”).
Sabido es que la
película en cuestión tiene buena prensa, pero mala crítica. Y en
tal sentido, diré que lo primero que genera cierta sorpresa al ir a
verla, es la diversidad del público que ocupa las salas. La escena
de las butacas tiene algo de ricotera en su fisonomía, y más
todavía cuando la pantalla se satura con las imágenes y los
discursos con los que se compone la trama del film. Se ha tildado a
la película de “fascistoide” y “efectista”;
“cacerolera” y “crispada”; “misantrópica”
y “anti-política”. Por lo pronto, me parece que Szinfrón
ha descubierto, acaso sin proponérselo, la “estructura de
sensibilidad” que articula el juicio estético “nacional y
popular”.
Por mi parte, confieso
haber ido a verla un poco para despabilarme y otro tanto para
confirmar mis prejuicios sobre el maniqueísmo y esquematismo
ideológico de su director, luego de haberlo visto en la mesa de la
señora. La película es una suerte de tragicomedia con un
claro tono de sátira social, que es el hilo rojo que guía a
sus seis acápites. En un comienzo, todo parecía confirmar mis
temores, pero luego la cosa se pone no sólo más intensa, sino
mejor, más interesante.
Se le ha criticado al
film el que a pesar de los actores y su buen desempeño, no les haya
permitido un mayor despliegue de sus dotes actorales, y que los haya
aprisionado en personajes caracterizados con “trocha gorda”.
A mi juicio, es allí donde precisamente radica su mérito. Si bien
es cierto que el formato corto de los episodios parece haber obligado
a recurrir a una serie de diálogos forzados, o situaciones algo
rebuscadas en aras de lograr una rápida resolución de cada
acontecimiento, hay algo muy interesante en el hecho de que los
personajes se debaten entre su condición de agentes de relaciones
sociales y la trayectoria de su individualidad personal.
El acento será a veces más estructuralista, otras veces más
subjetivista. Pero el disparador de la acción en todos los
casos será el azar, ya sea bajo la forma de accidente, de
suerte, de error o de sorpresa.
La introducción anuncia
-en términos generales- el derrotero de todo lo que sucederá. Allí
las personas no son tan importantes como su rol social, y la única
individualidad personal que realmente importa, es constantemente
nombrada pero siempre será invisible. El desenlace de esa primera
escena es la clave de toda la película. ¿“Venganza”?.
Puede ser. ¿“justicia por mano propia”?. Quizás. Yo
prefiero interpretarlo como la lucha individual contra las
condiciones sociales de existencia, con resultados disimiles en
cada entuerto -aunque casi siempre trágicos- y que por lo general
serían tipificados socialmente como “delito”.
El primer acápite,
tratará sobre la corrupción político-empresarial (algo de
misoginia) y lo entrelazará con la cuestión de la (in)seguridad. No
es tanto una escena de lucha de clases, como una colisión entre el
mundo de los enclasados y los desclasados (o desclasadas), mediada,
sí, por una contingente situación de clase. El chiste del capítulo
está en mostrar cómo un “usurero” se candidatea para
intendente prometiendo mayor “seguridad” a sus posibles
votantes, sin advertir no tanto que la inseguridad que pretende
combatir es una consecuencia de acciones sociales como las suyas -en
tanto que “usurero”- sino, más todavía, que ni él ni
nadie puede ponerse a resguardo de la inseguridad, en la medida en
que la simple represión del crimen resultará siempre ineficaz. El
futuro “intendente” no advierte que puede morir
simplemente por un plato de comida servido por la gente a la que
desprecia y maltrata. No advierte que cuando alguien ya no tiene nada
que perder, no hay medidas de “seguridad” que valgan. Que
la “inseguridad” puede presentarse bajo la forma de un
plato de “papas fritas a caballo”. Se advierte, por fin,
que la cocina de la inseguridad no es la del narcotráfico, sino la
del trabajo basura, o del invisible trabajo en negro que apuñala por
la espalda.
El segundo corto sí
puede decirse que gira en torno a la lucha de clases, tal y como se
entiende empíricamente, es decir, de ricos contra pobres y pobres
contra ricos. En este punto se vislumbran las panorámicas que a mi
sensibilidad le han sabido como un punto alto de la película. Tanto
como la composición fílmica de los diferentes espacios públicos y
privados, con sus tejes y manejes. En este corto, decía, se comienza
como en una publicidad, no solamente de un automóvil, sino de todo
un estilo de vida basado en el confort. No es casualidad que se haya
filmado en esos paisajes, donde el efecto publicidad, de una parte,
es eficaz. Y donde el contra-efecto de la sátira al mensaje
publicitario, por otra, cobra igual eficacia. Un personaje -los
nombres propios siguen sin importar mucho- metido en una burbuja de
confort, totalmente ajeno a las peculiaridades de la naturaleza que
le rodea, y absorto en su mundo sobre ruedas -del cual la naturaleza
no es más que un mero fondo- que se “pincha” por
accidente. Recién entonces el entorno natural deja de parecer una
publicidad, metamorfoseándose en una suerte de entorno inhóspito.
La escenificación de la
lucha de clases que allí tiene lugar en un patético cuerpo a
cuerpo - que sucede luego de que “el rico” pierde la
seguridad de su mundo sobre ruedas, o más bien que la estropea él
mismo por su afán vengativa- “no tiene desperdicios”. El
hombre “rico”, desconectado de la naturaleza pero
conectado inalámbricamente a la red social que lo configura, vs el
hombre “pobre” que cuenta con poco más que su fuerza
bruta. El joven yuppie que suple su cobardía con la potencia
homicida de sus bienes, y el albañil que hace de lo soez un modo de
lucha “cagándose” en los bienes del otro, pero acaso no
en su modo de vida; el que ambiciona “recentidamente”. Una
metáfora no tan metafórica de la lucha de clases bajo sus formas
actuales y que quizás no agrade mucho ni a marxistas ni a
kirchneristas. A unos porque les muestra un desenlace posible de su
tan añorado “motor de la historia” -perspectiva romana
que Marx siempre tuvo presente y que Benjamin advirtió mejor que
nadie- y a los otros porque muestra las miserias del consumismo tan
vitoreado por “la jefa” del modelo “nacional y
popular”.
El final nos muestra
como todo ese mundo confortable termina volando por los aires y de
bruces a la ruda naturaleza. “¿Crimen pasional?”. Sin
dudas, pero como un homicidio social impulsado por el estímulo
comercial de las pasiones más sórdidas y mezquinas.
El tercer capítulo nos
lleva, no por casualidad, a la capital del capitalismo argentino.
Pasando por una bien lograda escena de la demolición de un espacio
asociado -quizás errada, pero eficazmente- a épocas pasadas de un
capitalismo productivo y de pleno empleo. Y al mismo tiempo asociada
-más certeramente, pero con igual eficacia- a las glorias pasadas
del modelo agro-exportador. A partir de allí comienza el derrotero
de un buen ciudadano -aquí sí importa un poco más el
nombre, pero ya no lo recuerdo- entrampado en el “tejido de
ilusiones prácticas” de las ficciones jurídicas que
se entrelazan más o menos determinantemente con el hacer cotidiano
de cualquier hijo de vecino. El personaje en cuestión no solamente
quedará preso de los abusos de una tercerizada “burocracia”
del Estado, sino que, peor aún, de su “fuerza metafísica”,
es decir, quedará preso de esa dimensión paralela, saturada de
fantasmagorías -el propio Estado como complejo de personas y
ficciones jurídicas, él mismo en su impotente transfiguración
cívica y las sociedades anónimas que lo contratan,
“desvinculan” y maltratan (la composición escenográfica
del anonimato empresarial está bien lograda)- con las que solo se
puede tratar adecuadamente contratando los servicios de un médium
más o menos eficaz; es decir, mediante un abogado.
Por otro parte, ese
deambular entre realidades paralelas se nos volverá patente como la
división entre lo público y privado que hace a la vida cívica
moderna, como la colisión entre las peripecias ciudadanas de nuestro
personaje, y el mundo de la felicidad doméstica en el que se
encuentra encerrada su esposa. O una cosa, o la otra; o “el
hombre” o “el ciudadano”. De remate, la
materialización de la prisión pública aparecerá irónicamente
como la paradójica posibilidad de desarrollar un trato más
“humano”, entre los reos.
Pero si la metafísica
del poder se nos manifestaba hasta aquí como transcurriendo
primordialmente en espacios públicos disputados por individuos
sociales y fantasmas jurídicos. En el próximo capítulo, esa fuerza
metafísica del Estado aparecerá tras bambalinas, como condición
de posibilidad para la magia de sus médiums. Este acápite
transcurre en los espacios privados de las clases acomodadas y dará
lugar no tanto a una escena de lucha de clases, sino, más bien, a
una situación de negociación entre los representantes de las
mismas. El dinero y las ficciones jurídicas son los mecanismos con
los que se operará. El uno para comprar voluntades, las otras para
transustanciar los sujetos. Para expiar un crimen, se necesita un
“ciudadano” culpable como tal, pero su figura abstracta
puede ser encarnada por cualquier “hombre”. Una persona
con dinero puede no solamente comprar voluntades, sino también hacer
jugar a los fantasmas jurídicos a su favor. Por lo demás, el
escenario se vuelve a mostrar patético. Los muertos reales poco
importan -aunque sí para negociar el precio del trato- y los
representantes tipificados de las distintas clases sociales se nos
muestran igual de miserables y ambiciosos.
Por último, este
entrelazamiento cotidiano entre personas morales (ideales o
abstractas) e individuos sociales, se muestra como la condición
de posibilidad para una doble vida -y si digo condición de
posibilidad es porque considero que el hecho cierto de este
entrelazamiento no implica que opere en todos los casos de la misma
manera, ni que todos los individuos sociales puedan hacer jugar a los
fantasmas jurídicos en su favor. Ni que aquellos que sí lo pueden,
lo hagan de la misma forma-. Un varón que encubre sus aventuras
amorosas tras la parafernalia matrimonial y una mujer que al
descubrir el truco, amenaza con servirse de la ficción jurídica que
los constituye en matrimonio, para arruinarle por completo la vida.
El devenir de la escena hace jugar a la violencia -a través de la
cual se han resuelto todos los capítulos- ya no como violencia
bruta, catarsis justiciera o venganza social, sino más bien
fanonianamente, es decir, como violencia redentora. Por fin la
violencia (femenina) rompe con los espacios sociales donde se
encarnan las ficciones, irrumpe tras bambalianas, nos descubre la
mecánica y la humanidad de los “plomos” que la sostienen,
vuelve al escenario para jugar el juego de las máscaras y
desenmascararlo todo; la música, las cámaras, las selfies y todo
“el paquete” de felicidad prefabricada. Todo será
deconstruido en un arrebato de ira sin mucha dignidad. Y al final,
redemption song. La posibilidad renovada de animar un romance
genuino y de encarar una relación sin hipocresías, más no sea por
un momento.
Si este no es un mensaje
esperanzador, entonces no sé cuál otro pudiera ser. No es casual
que éste sea el punto final de la película.
Para finalizar yo, diré
que a mi juicio la película no muestra algo así como una violencia
irracional inherente a una condición humana in abstracto. Ni
siquiera se puede decir que muestre la violencia de algo así como
“el sistema” en general. Apenas si re-presenta la
violencia que atraviesa al conjunto de nuestras relaciones sociales,
y que se manifiesta en situaciones concretas, cada una con las
articulaciones sociales puntuales que hacen a su diferencia
específica. ¿Destotalización?. No lo creo, sino una totalidad como
unidad de lo diverso y no como una totalización abstracta. La
división de la película en cortos no es algo así como la
manifestación del fin de los grandes relatos, se trata, antes bien,
de un modo estético de apreciar las diferencias dentro de una
unidad.
Muy interesante tu análisis! Abre a muchas preguntas!! Gracias por compartirlo!
ResponderEliminarHe visto la película Relatos Salvajes y me ha gustado mucho, ahora uno de los actores, Leonardo Sbaraglia estará en la serie El Hipnotizador, por el tráiler se ve que será un estupendo trabajo al igual que la película
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