Renée Kantor entrevista a Georges Vigarello
La obsesión por el cuerpo es típica de nuestra época. Sin embargo, siempre han existido curiosas distribuciones de grasa, mondongos, vientres prominentes. ¿Cómo ha evolucionado la gordura con el tiempo? Georges Vigarello, reconocido historiador francés y autor de un libro sobre el tema, responde en esta entrevista exclusiva para El Malpensante.
Primero hay que llegar al hall E de la descomunal biblioteca François Mitterand en París y esperar unos minutos hasta ver aparecer a un hombre de baja estatura y aspecto delicado. Lleva traje azul, jersey negro, mocasines, y sostiene una cartera de cuero gastado, típica de los catedráticos de su edad. Se trata de Georges Vigarello, un historiador francés de 69 años, profesor de la Universidad de París V y director de estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.
Vigarello es relativamente conocido en lengua española, aunque tal vez no tanto como debería serlo. De sus ocho libros, dos fueron traducidos en Argentina (Corregir el cuerpo e Historia de la belleza) y dos en España (Historia de la violación y Lo sano y lo malsano). Taurus editó, a la par que Éditions du Seuil, la obra colectiva Historia del cuerpo, en tres volúmenes, dirigida por él en compañía de Alain Corbin y Jean-Jacques Courtine.
No han sido traducidos al español sus textos sobre el deporte, determinantes para convertirlo en un autor extre-madamente popular en Francia. Nada de sorprendente en esta predilección: monegasco, hijo de un profesor de gimnasia del Principado de Mónaco, Vigarello también dio –como su padre– clases de educación física y fue incluso campeón de salto con pértiga. En todo caso, su interés por el deporte, y por todo aquello que tenga relación con el cuerpo humano, va más allá de su inclinación inicial por la gimnasia y de su pasión por el Mónaco Fútbol Club. Hace más de treinta años que Vigarello explora ese territorio enigmático que nos resulta tan próximo y lejano a la vez: nuestro cuerpo.
Sentado, casi acurrucado en un sillón de la librería, parece aún más endeble que de pie. Con voz suave, monocorde, empieza a hablarme de su último libro: Les métamorphoses du gras. Histoire de l’obésité, publicado hace pocos meses por Seuil.
¿En qué momento surge una definición de lo que se entiende por obesidad?
La primera definición importante de la obesidad aparece en el tratadoLa grande chirurgie, chirurgica magna, escrito por Guy de Chauliac en 1363, donde dice que una persona es gorda cuando “se convierte en un gran montículo de grasa y de carne que le impide caminar sin enojo, tiene dificultad para calzarse los zapatos a causa del tumor de su vientre y no puede respirar sin impedimento”. Es un texto decisivo que muestra muy bien las dificultades que había en el siglo XIV para hacer una distinción sutil entre gordo, grasa y carne.
Usted afirma que para escribir una historia de la obesidad hay que prestar atención a las palabras. ¿Podría explicar en qué consiste este estudio de la historia a partir de las palabras?
Esa pregunta es muy importante y concierne a la historia del cuerpo en general. ¿Cuáles son las fuentes? Hay dos grandes tipos de fuentes: los discursos y las imágenes. Si hablamos de discurso, me parece evidente que el cuerpo se describe por medio de las palabras, y los cambios en los términos son a veces muy reveladores sobre los cambios en la repre-sentación e incluso en una manera de vivir el cuerpo. Cuando advertimos que hay nuevas palabras para designar la obesidad, constatamos que esas palabras corresponden a una época, que enriquecen la mirada sobre la obesidad e incluso la transforman. Le pongo un ejemplo: la palabra “obesidad” comienza a utilizarse en Francia a comienzos del siglo XVIII y se la equipara a un concepto ligado a una representación patológica. A partir de allí se multiplican los vocablos que atañen a la obesidad –por ejemplo: grueso, rollizo, regordete, corpulento, orondo, robusto–. Podemos asociar este enriquecimiento del vocabulario a un enriquecimiento en los matices del significado que adquiere la palabra. Nos acercamos a un concepto más diversificado. La mirada se toma su tiempo para percibir formas de gordura diferentes para luego objetivarlas.
Usted refiere algo similar en la Historia de la violación...
Sí, sí, en efecto. Es un ejemplo que muestra hasta qué punto las palabras son importantes. No tiene que ver ni con la obesidad ni con la apariencia, pero sí con la historia del cuerpo. En el derecho antiguo no se menciona la palabra “violación” sino “rapto”. Rapto quiere decir retener a alguien y por lo general se consideró un delito. En la jurisdicción francesa había dos niveles de gravedad: por un lado se hacía referencia al rapto de seducción, que consistía en cautivar a una joven, apartarla de su hogar y convencerla de tener relaciones íntimas para forzar el matrimonio. O sea, consistía en sustraer a la mujer a sus autoridades legítimas: el padre o la familia. Por otro lado, estaba el rapto de violencia, que fundamentalmente era apropiarse de la mujer con malos tratos, aunque en los expedientes nunca se menciona la palabra “violación”. Esto sugiere un matiz importante; quiere decir que cuando uno utiliza la frase rapto de violencia se continúa en un universo donde la mujer depende de alguien, uno se la saca, se la quitaa otra persona. En algunos textos de la época podemos leer que el rapto de seducción es todavía más grave que el rapto de violencia, porque en el primero uno transforma la mentalidad de alguien, mientras que en el segundo no. Es solo a partir de la Revolución Francesa que la palabra “violación” aparece en el código penal. Esto significa que si no se utiliza la palabra “rapto” es porque ya no se considera que uno le sustrae la mujer a alguien, sino que esa mujer toma sus decisiones y actúa como un individuo independiente. Lo anterior demuestra hasta qué punto el cambio de terminología es revelador de un cambio de representación, un cambio de la mirada sobre el cuerpo.
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