Adujo que "un ataque de esquizofrenia" había vuelto ininteligible su lenguaje de señas, pero su performance tradujo una verdad subyacente.
Nuestras vidas cotidianas son en su mayor parte una mezcla de rutina apagada y sorpresas desagradables –pero, cada tanto, ocurre algo inesperado que hace que la vida tenga sentido. Algo de este orden ocurrió en la ceremonia de homenaje a Nelson Mandela hace dos semanas.
Decenas de miles de personas escuchábamos las palabras de los líderes mundiales. Y entonces... "ocurrió" (o, más bien, venía ocurriendo desde hacía cierto tiempo hasta que lo notamos). De pie al lado de dignatarios mundiales como Barack Obama había un hombre rollizo vestido formalmente, un intérprete para sordos, traduciendo el acto al lenguaje de señas. Los versados en este lenguaje poco a poco fueron dándose cuenta de que algo extraño estaba pasando: el hombre era un impostor; hacía sus propias señas; agitaba las manos pero sin ningún sentido.
Al día siguiente, la investigación oficial reveló que el hombre de 34 años, Thamsanqa Jantjie, era un intérprete calificado contratado por el Congreso Nacional Africano a su empresa South African Interpreters. En una entrevista con el diario The Star, de Johannesburgo, Jantjie atribuyó su comportamiento a un repentino ataque de esquizofrenia, por la que está medicado: estaba oyendo voces y alucinaba. "No podía hacer nada. Estaba solo en una situación muy peligrosa", dijo. "Trataba de controlarme y no mostrarle al mundo lo que estaba pasando. Lo lamento mucho. Me encontré en esa situación". De todos modos, Jantjie insistió provocativamente en que estaba contento con su actuación: "¡Totalmente! Totalmente. Lo que he estado haciendo, creo que he sido un campeón del lenguaje de señas".
La jornada siguiente trajo consigo otro giro sorprendente: los medios informaron que Jantjie había sido arrestado por lo menos cinco veces a mediados de los Noventas, pero que supuestamente había eludido la cárcel porque no era mentalmente apto para ser procesado. Fue acusado de violación, robo, asalto y daño malicioso a la propiedad; su último roce con la ley tuvo lugar en 2003 cuando enfrentó acusaciones de asesinato, intento de homicidio y secuestro.
Las reacciones a este extraño episodio fueron una mezcla de diversión (cada vez más contenida por vergonzosa) e indignación. Por un lado estaban, naturalmente, las cuestiones relacionadas con la seguridad: ¿cómo era posible, con todas las medidas de control, que semejante persona estuviera tan cerca de los líderes mundiales? Lo que asomaba detrás de estas preocupaciones era la sensación de que la presencia de Thamsanqa Jantjie era una suerte de milagro –como si hubiera surgido de la nada, o de otra dimensión de la realidad. Esta sensación pareció más confirmada aún por las reiteradas garantías de las organizaciones de que sus señas no tenían sentido, que no correspondían a ningún lenguaje de señas, como para aplacar la sospecha de que hubiera, tal vez, algún mensaje oculto transmitido a través de sus gestos -¿y si acaso estaba dirigiéndose a alienígenas en un lenguaje desconocido? La presencia misma de Jantjie parecía apuntar en esa dirección: no había ninguna vivacidad en sus gestos, ningún rastro de participar de una broma –realizaba sus gestos con una calma inexpresiva, casi robótica.
El comportamiento de Jantjie no dejaba de tener sentido –precisamente al no transmitir ningún sentido particular (los gestos carecían de sentido), representaba directamente el sentido propiamente dicho – la pretensión de sentido. Los que oímos bien y no entendemos el lenguaje de señas suponíamos que sus gestos tenían sentido, pese a que no podíamos entenderlos.
Y esto nos lleva al quid de la cuestión: ¿los traductores de lenguaje de señass para los sordos están pensados realmente para quienes no pueden escuchar la palabra hablada? ¿No están mucho más pensados para nosotros? –hacen que (los que podemos oír) nos sintamos bien viendo al intérprete, satisfechos porque estamos haciendo lo correcto, ocupándonos de los no privilegiados y los que tienen dificultades.
Recuerdo que en las primeras elecciones "libres" de Eslovenia en 1990, en una transmisión de TV de uno de los partidos de izquierda, el político que pronunciaba el mensaje estaba acompañado por una intérprete de lenguaje de señas (una joven agradable). Todos sabíamos que los verdaderos destinatarios de su traducción no eran los sordos sino nosotros, los votantes comunes: el verdadero mensaje era que el partido representaba a los marginados y los discapacitados.
Era como esos grandes espectáculos de beneficencia que no tienen que ver en realidad con los niños enfermos de cáncer o las víctimas de inundaciones, sino con hacer que nosotros, el público, seamos conscientes de que estamos haciendo algo fantástico, exhibiendo solidaridad.
Ahora podemos ver por qué las gesticulaciones de Jantjie generaron un efecto tan sorprendente cuando fue evidente que no tenían ningún sentido: nos pusieron ante la verdad sobre las traducciones al lenguaje de señas para los sordos –en realidad no importa si entre el público hay algún sordo que necesita la traducción; el traductor está ahí para hacer que nosotros, los que no entendemos el lenguaje de señas, nos sintamos bien.
¿Y acaso no fue ésa también la verdad sobre toda la ceremonia de homenaje a Mandela? Todas las lágrimas de cocodrilo de los dignatarios fueron un ejercicio de auto-congratulación, y Jangtjie los tradujo en lo que efectivamente eran: un sinsentido. Lo que estaban celebrando los líderes mundiales era el aplazamiento exitoso de la verdadera crisis que estallará cuando los sudafricanos negros pobres efectivamente se conviertan en un agente político colectivo. Ellos eran el Ausente al que se dirigía Jantjie, y su mensaje era: a los dignatarios ustedes, en realidad, no les importan. A través de esa falsa traducción, Jantjie volvió palpable la falsedad de toda la ceremonia.
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Por SLAVOJ ZIZEK
Traducción de Cristina Sardoy
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