Pienso en Gelman no sólo como un poeta, sino como algo más básico, radical y necesario: un maestro artesano que, al igual que Pound o Leónidas Lamborghini, nos ha enseñado que el lenguaje en todos sus niveles (léxico, sintáctico, morfológico) es una materia que debe ser trabajada como un herrero lo hace con el metal o el carpintero con la madera. A partir de esto, asistimos fascinados a la aparición de sustantivos que se verbalizan o cambian de género; de textos como un tramado donde la voz del sujeto dialoga con la voz un poeta norteamericano o de una mística española del siglo XVI. Gelman nos deja algo más que una obra en un sentido convencional: nos deja un conjunto de técnicas, modos de empleo y – sobre todo – una ética de la escritura.
En fin. Creo que todo lo que pueda decir ya lo dirá otro y muchísimo mejor. Sin embargo, quiero señalar algo que desde hace mucho tiempo me llama la atención: la escritura del periodista que redactaba las contratapas de Página / 12, trabajo que cumplió hasta último momento con una energía y compromiso militante. Tengo en mis manos el ejemplar del último domingo 12 de enero. Allí está la última nota de Gelman, titulada “Francia: oro sí, China no” y que arranca de un modo contundente denunciando las operaciones militares de Francia en Mali y República Centroafricana: “El gobierno del socialista Hollande no renueva las viejas fórmulas del colonialismo que su país practicó desde el siglo XVII hasta que tuvo que irse de Argelia en 1962”, afirma en la primera oración.
¿Qué relaciones pueden establecerse entre su escritura poética y la periodística, entre el trabajo artesanal donde renovaba el lenguaje y esa prosa secamente referencial, escrupulosa en el manejo de las fuentes y los datos y por momento sutilmente irónica? Me atrevo a pensar que debe leerse la producción gelmaniana en ese espacio de contactos y resonancias de registros, donde se opera el cruce de su voz con la de Edgar Lee Masters o Santa Teresa de Ávila, pero también de las distintas textualidades que él mismo practicó, acaso como parte de un mismo compromiso ético.
Escritura poética.
Escritura periodística.
Escritura, sin más.
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
En fin. Creo que todo lo que pueda decir ya lo dirá otro y muchísimo mejor. Sin embargo, quiero señalar algo que desde hace mucho tiempo me llama la atención: la escritura del periodista que redactaba las contratapas de Página / 12, trabajo que cumplió hasta último momento con una energía y compromiso militante. Tengo en mis manos el ejemplar del último domingo 12 de enero. Allí está la última nota de Gelman, titulada “Francia: oro sí, China no” y que arranca de un modo contundente denunciando las operaciones militares de Francia en Mali y República Centroafricana: “El gobierno del socialista Hollande no renueva las viejas fórmulas del colonialismo que su país practicó desde el siglo XVII hasta que tuvo que irse de Argelia en 1962”, afirma en la primera oración.
¿Qué relaciones pueden establecerse entre su escritura poética y la periodística, entre el trabajo artesanal donde renovaba el lenguaje y esa prosa secamente referencial, escrupulosa en el manejo de las fuentes y los datos y por momento sutilmente irónica? Me atrevo a pensar que debe leerse la producción gelmaniana en ese espacio de contactos y resonancias de registros, donde se opera el cruce de su voz con la de Edgar Lee Masters o Santa Teresa de Ávila, pero también de las distintas textualidades que él mismo practicó, acaso como parte de un mismo compromiso ético.
Escritura poética.
Escritura periodística.
Escritura, sin más.
Por Mario Ortiz
Recuerdo de Juan Gelman en la Biblioteca Nacional
La poesía de Gelman está escrita y tallada a la vez. Escrita, porque sale del rumor de los lenguajes mas arcaicos, en estado de anunciación amorosa. Tallada porque sus imágenes aparecen construídas a veces con la brusquedad del que quiere disimular su ternura. Así surgen frases donde lo lírico aparece como parte de un tratado de física y lo amatorio como si desprendiera partículas de materia que lo hicieran inalcanzable. Detrás de esta eminente poética hay siglos de rezos, antiguos paganismos populares, humor del desterrado, amores perdidos, juegos de absurdo y compasión con las pequeñas criaturas sufrientes. Su muerte nos hace un poco más desvalidos, o nos susurra que hay una desventura más. Pero fue por eso que forjó una de las poéticas más doloridas de la época, y en sus huecos, palabra que le gustaba, dejó que habite la esperanza. Supo hacer de las palabras apenas consideradas un artículo de diccionario o una abstracción con significados aparentemente fijos, individuos flotantes a la búsqueda de cualquier sentido que las renovara. La esencia de la poética de Gelman es la de la palabra que primero está yacente en un catálogo sin significando y sin que se sepa cómo corresponde emplearla, o si contiene algún tiempo verbal, o si alude a un objeto, o si es una abstracción científica. El acto de tomarla como de una pecera incierta es el gesto de Gelman, gesto de religiosidad laica del poeta, que no inventa palabras, toma las ya usadas por la humanidad, desde hace milenios, y les da la chance de convertirlas en objetos vivos, en nuevas metáforas amorosas, así como actos cotidianos, acostarse, olvidar, oleaje, se transforman en actos de la naturaleza u objetos encantados. Lo abstracto se hace concreto y lo concreto abstracto, a veces con una repentina brusquedad que solo esconde un pudor extremo. En ese péndulo sitúa su poesía amorosa, y quizás su tragedia política. Es el “cuchillo brusco” al que alude Gotán.
Gotán
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
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