GRACIAS LAS QUE NOS ADORNAN


Hoy me llegó mi documento nacional de identidad que acredita que me llamo Camila Sosa Villada y soy de sexo femenino. Hoy inevitablemente se cierra un capítulo en mi vida. Como toda bajada de telón, como todo final de capítulo, algo en si mismo se resuelve y algo queda abierto, para siempre. Hoy con el documento en la mano, con esa foto por primera vez espléndida, reluciente, con esa mueca espantosa en la que nos detienen, puedo decir que todo está por venir. Otra vez, nacer de nuevo. Otra vez, inventarse nuevos motivos para seguir la marcha. Nuevos hogares me esperan, nuevas banderas me ondean, nuevas batallas me atemorizan.
Hace 31 años mis viejos tuvieron un hijo. Me llamaron Cristian Omar Sosa Villada. Fui un niño entrañable. Tenía perros que amaba, amigos que amaba, aprendí a leer solo, aprendí a escribir solo. Era un niño querido. Escribía poemas. Armaba muñecos, robots, a escondías me pintaba con los maquillajes de mi vieja. Me enamoraba en secreto de mis compañeros de banco, de mis profesores. Fui un niño que conoció muchas tristezas de golpe. No alcancé a aprender a mear de parado y ya me había enemistado para siempre con mi papá. Me crié en el campo, me crié de mudanza en mudanza, entrenándome en conocer gente nueva todo el tiempo, casas nuevas, refugios nuevos. Fui creciendo, creciendo, y ya no fue posible negar todo el tumulto que se agitaba dentro de mí. En ese momento me sentía una mujer. Hoy me doy cuenta que nunca supe cómo sienten las mujeres, ni los hombres. Hoy puedo hablar sobre cómo me siento yo. Y eso no es poco decir. Hoy siento así: soy un ser partido a la mitad por las trampas del destino, por los mandatos que se disfrazan de destino y te hacen creer que hay cosas irreversibles, por los designios que secretamente guardan para determinado tipo de personas, para determinado tipo de pueblos, para determinado tipo de almas. Hoy estoy partida en este pasado, con ese hombre que fui y que estoy orgullosa de haber sido, aún cuando sabía para siempre que en algún momento iba a terminar enfundándome en un vestido y subida a un par de tacos altos. Aún así, escondiéndome incluso de mi misma, de ese destino con el que le retrucaba a mis viejos, a la gente, a los maestros, a los curas y a todos los que se pensaron con derecho sobre mi alma.
Hoy soy este presente y también soy todo ese pasado, exactamente la mitad y mitad. Lo que me resta de vida, seguramente lo viviré como Camila. Pero de ningún modo habré de borrar de mi registro a ese pibe que se la pasaba solo en los recreos mirando como los demás tenían tan servido el banquete. El pibe que se quedaba callado, que se disfrazaba de todo lo que podía para que cuando se vistiera de mujer no sorprendiera tanto. El pibe que se enamoraba de sus profesores, de sus compañeros y siempre se quedaba callado. El pibe que no podía llorar, que no podía pedir ayuda, que no podía hacer una mierda consigo mismo. Ese pibe anulado, está hoy dentro de mí, todavía esperando bocados de paz, los pocos bocados de paz que le arrojo cuando me sobra algo.
No tenemos idea de cuán pasado somos. Cuan tiempo pasado somos.
Hoy este documento que dice que al menos para el país ya no soy ese pibe, me hace pensar en la lucha de Attta por demostrar que las travas tenemos alma. Por la lucha más legítima, más real, más honesta que es no morirnos en la calle, no morirnos de hambre, no morirnos sin trabajo. Attta debería ser un ejemplo para todas las organizaciones políticas del país, desde las más progresistas hasta las más retrógradas, porque lleva consigo una lucha genuina, la lucha primaria de los seres humanos: la dignidad. La ley de identidad de género, es una ley sobre la libertad, sobre el derecho a decidir sobre una misma, pero de ningún modo es una ley que venga a solucionar nada, porque las travestis, lejos de las modas, lejos de esta humanidad unificada, de las modas y de los mandatos, somos lo que mostramos. Llevamos lo que somos en la frente, en las tetas, en las pelucas, en las manos. Somos travestis, y no hay manera de ocultarlo. Incluso las más femeninas, las más pequeñas, por las que se juraría que son mujeres hechas y derechas, llevan la marca de Caín, la marca que indica que un día nos cagamos en todo y decidimos ser lo que quisimos ser.
El ojo con que nos miran los demás, el resto, no se apiada con una ley de identidad de género, no se vuelve más tierno con una ley de identidad de género. Ese ojo no se vuelve más gentil ni más solidario, ni más empático ni más amoroso.
Ese camino se construye de a poco.
Lo construimos todas las que nos travestimos en los pueblos de mierda donde crecimos, todas las que nos travestimos y soportamos que la gente que más amábamos nos diera la espalda. Lo construimos haciendo trámites y mostrando un D.N.I. en el que figuraba nuestro nombre de varón y teníamos que explicar quiénes éramos. Lo construimos todas las travas que anduvimos en la calle sin gusto, que fuimos a buscar trabajo y se nos rieron en la cara, lo construimos todas las travas que comenzamos a ocupar los lugares que no nos estaban habilitados, desde el bolichón más chongo y cuadrado hasta la universidad. Lo construyó Cris Miró y Pía Baudraco. Lo construimos todas las travas que nos agarramos a las piñas con cuanto boludo nos insultaba por ser travas. Lo construimos cada vez que nos veíamos cara a cara con la policía, con la burocracia, con el rechazo. Y también lo construyeron nuestros amigos, los verdaderos, los que nos abrazaron cuando estuvimos tristes, los que nos trajeron comida cuando las temporadas de putanear se ponían duras. Lo construyeron también los que se dejaron tocar por lo hondo que teníamos dentro y no por nuestra apariencia. Qué mundo de mierda este que me encuentra diciendo los lugares comunes.
Hoy, yo, que siempre fui rebelde y que siempre fui por el camino contrario, no se por qué, tengo que revisar por dónde continúo la guerra. De qué manera manifiesto, de qué manera lucho. Esa lucha sencilla por hacer entender a la burocracia que soy Camila en este momento de mi vida, hoy se termina. Y tengo una enorme nostalgia de ello. Una enorme tristeza me separa de aquellas guerras. Hoy que tengo otras puertas abiertas delante de mí, espero estar a la altura de lo que se viene. Hoy queda todo por decir y por hacer. Todos los bosques que hacer renacer, todos los hambres que saciar, todas las penas que amansar. Hoy queda mucho territorio y agua dulce que defender. Mucha cultura que mantener latiendo. Hoy hay mucho que recordar.
Hoy, las travestis nos sentamos a su mesa, tomamos de los mismos vasos que ustedes toman, comemos lo mismo que ustedes, compramos en los mismos supermercados, nos vestimos con la misma ropa, compartimos los mismos hombres, nos aquejan las mismas enfermedades, taconeamos las mismas veredas.
Hoy las travestis estamos despertando del letargo en el que nos mantuvieron criogenizadas. El ataúd de la sombra y la discriminación está terminado.
Hoy la tienen adentro señores y van a tener que aprender a vivir con eso.


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