Fabricación y venta de armas: trabajo. Dar muerte a alguien aplicando la pena capital: trabajo. Torturar un animal en un laboratorio: trabajo. Frotar un pene con la mano hasta provocar una eyaculación: ¡crimen! ¿Cómo comprender que nuestra sociedad democrática y neoliberal se rehúsen a considerar los servicios sexuales como un trabajo? La respuesta no debe buscarse de lado de la moral o de la filosofía política, sino más bien en la historia del trabajo de las mujeres en la modernidad. Excluidas del dominio de la economía productiva en nombre de una definición que las convertía en bienes naturales inalienables y no comercializables, los fluidos, los órganos y las prácticas corporales de las mujeres han sido el objeto de un proceso de privatización, de captura y de expropiación, que se confirma actualmente con la criminalización de la prostitución.
Tomemos un ejemplo para comprender este proceso: hasta el siglo XVIII, numerosas mujeres de clases obreras ganaban su vida vendiendo sus servicios en tanto que nodrizas profesionales. En las grandes ciudades europeas, más de dos terceras partes de los hijos de las familias aristocráticas y burguesas urbanas, fueron amamantados por nodrizas.
En 1752, el científico Carl Von Linné publica el panfleto “la nodriza madrastra” (La Nourrice marâtre), en el cual exhorta a cada mujer a amantar a sus propios niños para “evitar la contaminación de razas y clases” por la leche, y exige a los gobiernos prohibir, en beneficio de la higiene y del orden social, la práctica del amamantamiento por otra persona. El tratado de Linné, conllevará a la devaluación del trabajo femenino en el siglo XVIII y a la criminalización de las nodrizas. La devaluación de la leche sobre el mercado de trabajo, se acompaña de una nueva retórica en torno al valor simbólico de la leche materna. La leche, representada como un fluido material a través del cual se transmite el vínculo social nacional de la madre al hijo, debe ser consumido en la esfera doméstica y no debe ser más un objeto de intercambio económico.
Fuerza de trabajo que las mujeres proletarias podían poner en venta, la leche se vuelve un precioso líquido biopolítico a través del cual fluye la identidad racial y la nacional. La leche deja de pertenecer a las mujeres para pertenecer al Estado. Un triple proceso se consuma: devaluación del trabajo de las mujeres, privatización de los fluidos, el confinamiento de las madres al espacio domestico.
Una operación similar se está implementando con la extracción de las prácticas sexuales femeninas de la esfera económica. La fuerza de producción del placer de las mujeres no le pertenece: ella pertenece al Estado –es por eso que el Estado se reserva el derecho de poner una multa a los clientes que hacen uso de esta fuerza, cuyo producto debe restituirse únicamente a la producción o a la reproducción nacional. De la misma manera que la leche, las cuestiones de inmigración y la identidad nacional, están en el centro de las nuevas leyes contra la prostitución.
La prostituta (migrante, precaria, cuyos recursos afectivos, lingüísticos y somáticos son los únicos medios de producción), es la figura paradigmática del trabajador biopolítico en el siglo XXI. La cuestión marxista de la propiedad de los medios de producción, encuentra en la figura de la trabajadora sexual, una modalidad ejemplar de explotación. La causa primera de alienación en las prostitutas, no es la extracción de la plusvalía del trabajo individual, sino que depende ante todo del no reconocimiento de su subjetividad y de su cuerpo como fuente de verdad y de valor: se trata de poder afirmar que las putas no saben, que ellas no pueden, que ellas no son sujetos políticos ni económicos completamente.
El trabajo sexual consiste en crear un dispositivo masturbatorio (a través el contacto corporal, la lengua y la puesta en escena), susceptible de desencadenar unos mecanismos musculares, neurológicos y bioquímicos, que rigen la producción del placer del cliente. El trabajador sexual no pone su cuerpo en venta, sino que transforma, como lo hacen los osteópatas, el actor o el publicista, sus recursos somáticos y cognitivos en fuerza de producción viva. Como el osteópata, ella/él usa sus músculos, y él/ella realiza una succión con su boca, con la misma precisión que el osteópata manipula el sistema musculo-esquelético de su cliente. Como el actor, su práctica resalta su capacidad de teatralizar una escena de deseo. Como el publicista, su trabajo consiste en crear formas específicas de placer a través de la comunicación y la relación social. Como todo trabajo, el trabajo sexual es el resultado de una cooperación entre sujetos vivos basada sobre la producción de símbolos, de lenguaje y de afectos.
Las prostitutas son la carne productiva subalterna del capitalismo global. El hecho de que un gobierno socialista haga de la prohibición de las mujeres a transformar su fuerza productiva en trabajo una prioridad nacional, dice mucho de la crisis de la izquierda en Europa.
Beatriz Preciado es filósofa, directora del Programa de Estudios Independientes del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba). Esta crónica se aseguró en alternancia por Sandra Laugier, Michaël Fœssel, Beatriz Preciado et Frédéric Worms.
Traductores: José Reyes y Roque Urbieta
(merci Emma Theummer)
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