Ensayos > Si alguna vez decir que algo era “porno” indicaba casi un juicio moral, hoy todo parece haber cambiado. Es la era del porno virtual y el post porno, tan lejos de los libros baratos envueltos en bolsitas de celofán.
Por Santiago Rial Ungaro
La publicidad es pornográfica. Una jovencita poniéndose un producto de belleza parece como si estuviera teniendo un orgasmo”, dijo alguna vez Balthus, “defendiéndose” del carácter supuestamente pornográfico de su obra plástica. La anécdota, viendo la influencia y la aceptación que tiene la pornografía en el arte y la cultural actual, pone en evidencia cuánto han cambiado las cosas.
Lo porno hoy es, para los autores de este libro, “una esfera autónoma”, una estética omnipresente que se multiplica como un virus, al punto de que en este libro su editor se anima a plantear la necesidad de un pensamiento “postporno”. Intimamente relacionada con el sexo (o más bien con la sexualidad, y con la explotación cultural del sexo), la pornografía sigue buscando generarnos confusión. Y por más que en el comienzo de esta antología se explique el origen etimológico de esta palabra (la traducción de porné y graphos vendría algo así como “escritura de la puta”), la realidad es que lo que para algunos es sagrado (la privacidad sexual, por poner un ejemplo demodé), para otros es una mercancía espectacular; y lo que para algunos es pornográfico (la obra de Balthus) para otros es pura belleza y ternura.
Dividido en seis capítulos, esta investigación –un ensayo entre poético e histórico– está editada, prologada y mayormente escrita por Roberto Echavarren, y empieza haciendo un poco de revisionismo con un breve texto de Amir Hamed. Saltando de Freud a las sacerdotisas de Astarté, Hamed opone el “oscurantismo” occidental, temeroso de las mujeres y de los placeres sexuales al descubrimiento moderno de un paganismo sodomita, con prostitutas consagradas en Babilonia, buscando, en parte, explicar la demonización del sexo en nuestra historia occidental.
Más preciso a nivel histórico es el capítulo dedicado a la Invención del Porno, en el que Echavarren se detiene en Sins of The Cities of The Plain (supuesta autobiografía de un prostituto de 1881 que exalta la sodomía entre varones) y Fanny Hill (exaltación de los placeres de una prostituta, de 1748) dos hitos del porno que funcionan como ejemplos de la doble moral victoriana de la esposa y la prostituta, modelos de la novela pornográfica del siglo XX.
En este siglo XXI la pornografía ha ido superando todas las prohibiciones y limitaciones, en parte por los avances tecnológicos pero también por las luchas de minorías en las sociedad civiles de los países occidentales hartas de persecuciones a menudo muy injustas y conscientes de sus derechos a consumir y consumirse sexualmente según sus berretines.
Como bien señala Echavarren en el prólogo, a nivel literario o artístico la pornografía es, en definitiva, un género fantástico. Y todo hace pensar que la humanidad siempre ha fantaseado y experimentado la sexualidad de formas infinitamente variadas. Pero, y ahí está el punto más interesante de este libro, si nuestra imaginación es inagotable, nuestras conductas siempre están limitadas por los valores de las sociedades en que vivimos.
Después de la explosión y la liberación de la industria pornográfica a fines de los 60 los diferentes ámbitos culturales de la sociedad se han visto impregnados por la pornografía, en una vertiginosa avalancha de imágenes sexuales que han influido en generaciones hiperconscientes del discurso y de los modos de la iconografía pornográficos. En este punto, el postporno toma una dimensión ecológica. A pesar de convertirse en mercadería, en espectáculo fragmentado y abrumador, detrás de la pornografía sobrevive algo misterioso, original: el sexo. Y la vida sexual tiene, por lo menos en teoría, una dimensión pública y otra privada, personal, íntima.
Y sólo basta echar un vistazo en un kiosco cualquiera para recordar, con cierta pornonostalgia, la época en que la pornografía se vendía, en los kioscos, envuelta en celofán.
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