De vez en cuando me pasa encontrarme con personas trans que recurren a la intersexualidad para explicar lo que les ha pasado y/o les pasa, o con personas cis que piensan que la intersexualidad es la mejor manera de defender los derechos de las personas trans. Personalmente creo que el recurso a la biología es un mal argumento -pero quién es uno, finalmente, para juzgar los argumentos ajenos. Déjenme decirles, nada más, que ese recurso no es más que una fantasía. O, mejor dicho, está sostenido en creencias que son fantasías. Amig*s, la intersexualidad no se trata de tener dos sexos, odiar uno y amar el otro; tampoco se trata de saber desde el primer momento de vida cuál es la verdad del sexo "propio", ni encarnar desde ese mismo momento una femineidad masculina o una masculinidad femenina. Ser intersex no significa venir al mundo con un plus de saber acerca de quién se es, sino enfrentarse a la misma intemperie encarnando un cuerpo que contradice un par de expectativas tristes. No somos la verdad del asunto, y ni siquiera, por lejos, una verdad.
Por supuesto, cada cual es libre de incorporar las fantasías que mejor le convengan a su supervivencia -y, en este caso, lo problemático no es el recurso a la intersexualidad, sino el anhelo normativizante que lo acompaña. La intersexualidad no se trata de anhelar la alineación entre el yo y la carne, la claridad de un diagnóstico o la intervención certificadora. Mejor dicho: puede tratarse de todo eso, pero no hay nada en nuestros cromosomas, nuestras gónadas o nuestros genitales que diga que, indefectiblemente, andamos por el mundo adorando la norma y padeciendo la desdicha de cuerpos supuestamente malformados.
Esta conversación podría seguir así, amablemente, como un intercambio educado sobre la apelación a la naturaleza con tal o cual fin -podría seguir así, si no fuera que día tras día, acá y en todas partes, se mutila a niñ*s intersex. Y si no fuera, como es, que nos siguen mutilando porque todavía hay quienes creen que la intersexualidad se trata de tener dos sexos, y que uno es el equivocado. Lo que es decir: por favor, a joder con la determinación biológica, las malformaciones génito-cerebrales y la patologización de mierda a otro lado. No en mi muro, no en mi mail, no conmigo. Porque es cierto que soy un tipo intersex y trans, pero como escribiera Gabriela Liffschitz, para la devastación no hay aquí un cuerpo que se ofrezca.
Por supuesto, cada cual es libre de incorporar las fantasías que mejor le convengan a su supervivencia -y, en este caso, lo problemático no es el recurso a la intersexualidad, sino el anhelo normativizante que lo acompaña. La intersexualidad no se trata de anhelar la alineación entre el yo y la carne, la claridad de un diagnóstico o la intervención certificadora. Mejor dicho: puede tratarse de todo eso, pero no hay nada en nuestros cromosomas, nuestras gónadas o nuestros genitales que diga que, indefectiblemente, andamos por el mundo adorando la norma y padeciendo la desdicha de cuerpos supuestamente malformados.
Esta conversación podría seguir así, amablemente, como un intercambio educado sobre la apelación a la naturaleza con tal o cual fin -podría seguir así, si no fuera que día tras día, acá y en todas partes, se mutila a niñ*s intersex. Y si no fuera, como es, que nos siguen mutilando porque todavía hay quienes creen que la intersexualidad se trata de tener dos sexos, y que uno es el equivocado. Lo que es decir: por favor, a joder con la determinación biológica, las malformaciones génito-cerebrales y la patologización de mierda a otro lado. No en mi muro, no en mi mail, no conmigo. Porque es cierto que soy un tipo intersex y trans, pero como escribiera Gabriela Liffschitz, para la devastación no hay aquí un cuerpo que se ofrezca.
Mauro Cabral
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