La Divina Revelación

He pensado mucho en mi obra estas semanas. En todo lo que he hecho estos casi 33 años. La razón no es un ataque de ego sino que me siento muy solo. Es decir, me siento muy bien. Y si fuera ego tampoco habría problema. La gente que ni siquiera es capaz de decir ‘yo’ me da un poco de lástima. Aplastada y anulada por el capitalismo. Me gusta conversar con personas con ego, que no tienen miedo ni culpa de ser lo que son, porque les puedo exigir. A los que se dicen brillantes les exijo que sean brillantes. Es divertido. Lo que más hay en mi casa son ejemplares de mis libros. Me sirven de repisa para la ropa, de librero, para afirmar la puerta de la corriente de aire. Vivo con ellos y ellos conmigo. El año pasado terminé “La Divina Revelación” acá en Colima y este año los libros están aquí, más algunos que traje de Chile. Repartidos por una casa con tres dormitorios y un patio con pastito. Parecieran mirarme y decirme “¿y ahora qué? ¿y ahora qué, maricón culiao?” No sé qué responderles. Doy vueltas por la casa. No hay mucho para comer, hasta anoche habían cortado el agua y los vecinos gritan hasta el amanecer. Antes de ayer llovió de una manera impresionante por una hora. Se anegó la mayoría de calles de la ciudad. La tormenta fue excepcional. Nunca vi tantos rayos y relámpagos (no sé cuál es la diferencia entre ellos). Los truenos duraban minutos y como ando leyendo “La Iliada” y “La Odisea” me daban ganas de salir corriendo al descampado que hay cerca y gritarle a Zeus, el que amontona las nubes. Luego pensé en qué le gritaría a Zeus y me detuve a medio camino debajo de la lluvia. Quizá le hubiese preguntado si es cierto que la palabra ‘deus’ (Dios) proviene de Zeus y me habría devuelto. En este momento anochece y sigo en mi patio japonés come me gusta decirle ahora que puse las tres banquitas. Seis ladrillos y tres tablas. Mistraliano zen. Uno que otro zancudo picotea pero cumplen con su trabajo y está bien. Desde que vivo en esta casa mi vida gira en torno a los fenómenos naturales, los insectos y mis libros. Diría los libros en general pero no tengo más de diez. Estoy seguro que hay allí una secreta correspondencia. Un adentro y un afuera en el cual estoy yo. Pienso en el concepto de Lezama Lima de ‘sobrenaturaleza’ y me da vueltas sin saber muy bien lo que quiere decir pero me hace un enorme sentido. Una naturaleza sobrenatural como la que imaginé con el Río de los Huesos, el Desierto de la Ceniza, el Valle de la Serenidad o las miles de luciérnagas que revolotean en todo lo que he escrito. Mis libros son como sueños que tuve. Sueños de una naturaleza de otro mundo. Un mundo con el que sueño e imagino desde muy niño. Ahora que viven los libros aquí los leo de a poco y pienso en lo que pensé al escribirlos. Me acuerdo de casi todo, lo cual es raro porque por lo general no me acuerdo de casi nada. De algún modo como si mi memoria hubiese hecho una selección de los recuerdos de mi vida y sólo dejó los que tienen que ver con la literatura. Esto mismo es lo que pensaba acá. Soy un escritor, eso es lo que soy. No sé si lo había sentido antes tan así. Mi vida y la escritura ya son una. Esto mismo es un pensamiento que por alguna razón extraña está escribiéndose. Tampoco sé muy bien lo qué es ser un escritor. No me interesa mayormente el sistema literario. Anoche volví a soñar con hormigas. Eran miles que arrasaban con la computadora, los cables eléctricos, los restos de comida. Parecían bandadas de pájaros a lo lejos en las paredes. Querían devorarse todo a toda velocidad. También he soñado con mi hermana pero cuando era bebé. Me gusta recordarla así. La quiero. Escucho las cigarras. Piso la tierra y el pasto. Siento una nostalgia muy profunda. Imagino extraer de mi vida todo lo que es la literatura y no me quedo con nada. Vuelvo a tener trece años y mucha tristeza. Las estrellas brillan bonito esta noche. Unas gotas comienzan a caer. Entro mis papelitos y yo me entro con ellos. Buenas noches.
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