El oficio de morir



A mi madre poeta

Todos mueren, todo muere, el día en la noche, el invierno en la primavera, la oruga en la mariposa, el niño en la niña, Dios en el hombre, la piedra en el agua. Engendrada por el movimiento la muerte va y viene a la manera de las olas sobre la arena. Mirando el mar desde la costa podemos imaginar el recorrido perpetuo y lejano del agua y observar la descarga de toda su fuerza frente a nosotros; tal vez suceda que nuestros pies se mojen, pero el rompimiento siempre se produce unos metros antes. Del mismo modo miramos la muerte. Imaginamos su recorrido desde siempre, podemos observar que habita en los cuerpos, que avanza en las propias manos que se arrugan, pensar en su relación con la vida como polos inseparables que alimentan su sentido recíprocamente, sostener que somos seres para la muerte, en la muerte, consustanciales a ella y escribir: en este momento estoy muriendo. En todos los casos, no podemos otra cosa que mirar la muerte, siempre se comporta a la distancia, su acontecer es necesariamente en otro; en palabras de Rilke, la muerte es ese lado de la vida que no se halla vuelto hacia nosotros y que nosotros no iluminamos . La muerte no es algo que me suceda , no hay un espacio subjetivo donde la muerte sea, donde se realice el acto de que muero. Sólo moriremos cuando otros digan que hemos muerto.
Michel de Montaigne., Los Ensayos: La ejercitación, Acantilado, Barcelona, 2007
(danke  Sole Crocce)

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