Tekoporâ es derecho, puto gobierno

Paraguay, la agri-cultura y la cultura (espiritual)



“El descubrimiento de América es el principio de la modernidad: (...). Todo el pensamiento de la modernidad está influenciado por este acontecimiento. (...). La Reforma, el Renacimiento, la revolución liberal (...), La Ciudad del sol, la utopía comunista de Tomás de Campanella,  (...)”

José Carlos Mariátuegi



                (...). Del segundo mundo -al que accedimos gracias a Carlos- realizamos un salto hacia atrás en el tiempo y empezamos a vivenciar, una vez más, las deliciosas desventuras del mundo de los de abajo (y no tan a la izquierda).

                Encarnación es un gran mercado fronterizo que carece de mayor encanto, a lo sumo, promete ser una playa-costanera bonita. A esa altura, apenas comenzada la odisea aprendimos en serio lo que es sudar, deshidratarse y sentir una sed que quema. (...). Partimos para Ayolas, un pequeño pueblito pesquero a orillas del Paraná a fin de conocer Yacireta. (...). Se trata, ni más ni menos, de unas de esas maravillas técnicas muy distintas de las pirámides que Marx señalara como del “estilo” (por decirlo así) de la burguesía. Pasada la excursión, recorrimos el pueblito es un parte vieja. Una delicia ribereña, donde las casitas-casuchas de madera y entejadas atrapan la sensibilidad de cualquiera que disfrute de la paz y sencillez de la vida en el campo (...). Para mayor encanto, Ayolas vieja se encuentra bastante abandonada y tiene por momentos un aspecto tenebrosamente fantasmagórico. (...). La faena de niños pescadores -serios y concentrados en su laboriosa niñez- más el guaraní que es la lengua popular por fin dejaron en nosotros esa sensación de extrañamiento que parecemos siempre andar buscando. El idioma es rarísimo, pues si atendemos a que el guaraní carece de raíces latinas y ya es de por si extraño a nuestras articulaciones orgánicas del habla, la mezcla constante con el español lo vuelve más llamativo todavía (digan lo que digan los paraguayos, aquí, el idioma oficial es el español -que domina toda la cartelería comercial, la televisión y los discursos oficiales-, pero el guaraní es el que manda en las lenguas de las personas y el vehículo simbólico por el que se comunican todo el tiempo).

                En fin, nos despedimos de Ayolas y las peripecias de los bondis hicieron acto de presencia (...). De allí, en otro bondi lastimoso hasta Trinidad y las reducciones jesuíticas. El pueblito es bien pequeño y de bonitas calles empedradas que junto al rojizo de la tierra lo tornan bastante atractivo. (...). Las ruinas (por las que ya saben que tenemos una debilidad patológica: Viajamos tras las huellas del aura) por vez primera nos han hecho sentir algo distinto respecto de la colonización. Y es que uno no puede no estremecerse allí ante las “energías utópicas” (Habermas dixit) propias de la modernidad (¿y no es acaso eso lo que caracteriza a la época posmoderna; el agotamiento de las energías utópicas?). El afán ya no de descubrir un nuevo mundo, sino de crearlo es lo que se aprecia en éstas ciudadelas de los jesuitas (más allá de la evangelización y la conquista). Es en verdad una visita llena de éxtasis poético-místico (...). Por la noche, ya si el espectáculo-sensacionalista toma el lugar que le corresponde en un lugar como este y se realiza una visita guiada con juego de luces y sonidos (se pretende que uno sienta algo de lo que pudiera haber sido la actividad cotidiana de la ciudadela), que conjugados realizan un bonito espectáculo (más o menos arruinado por la estupidez turística).

                De allí vuelta a Encarnación -otra vez parados-, y de este mercado de frontera en un largo y tortuoso camino hasta un pueblo grande como es la ciudad de Pilar (...). Pilar apenas si cuenta con un pequeño casquito histórico, pero el camino entre San Ignacio y ésta ciudad es bastante muy embriagador (surcado por esteros, humedales, palmerales, sabanas, etc). Allí uno pude sentir lo que pudiera ser una “vuelta a la naturaleza”. El motivo de nuestra excursión por estos lares era apreciar los rastros de la guerra “contra” la triple alianza visitando un circuito de tres pueblitos de la zona. Lastimosamente, sólo pudimos visitar uno, pues si ustedes han prestado atención a lo que vengo contando de los bondis, imagínense su andar por caminos de tierra -o los arenales, como les llaman-. Un camino en donde uno depende por entero de la hospitalidad y la curiosidad de los pasajeros del bus para soportar el camino y lo abrazador del calor -se toma mucho tereré, que es básicamente agua helada con yerba mate-. Humaitá fue el caserío al que llegamos, una localidad pintoresca donde se libró una batalla de dos años para poder pasar hasta Asunción (de frío testimonio queda la iglesia derrumbada). Otra vez nos extasiamos con la vida a orillas de un río (ésta vez del Paraguay). La pesca, alguno que otro barco navegando e interrumpiendo el ruido silencioso de la orilla con sus bocinas, y cuando vuelve la calma el sonido bajo, lejano pero permanente de los chamamés cantados en guaraní (y otra vez inmerso en esa bucolía ribereña, me puse a leer a Derrida, es extraño).

                En Ayolas disfrutamos de un ecosistema mesopotámico, en Pilar la cosa ya se pone más chaqueña. Por estos parajes, también se vive del yuyito protagonista del mundo según monzanto, pero su dominio del paisaje debe competir con otros cultivos y con una extensa ganadería donde manda el cebú. Las chacras familiares y las grandes estancias se conjugan con zonas boscosas y hacen del paisaje una maravilla, tanto que en ocasiones parece que recorremos un gran parque nacional. Por fin partimos para Asunción, pero esa ya es otra historia. (...).

                Asunción se nos mostró como una moderna –en sentido de infraestructura- capital tercermundista. Más allá del carácter popular que toda terminal y sus alrededores parecen poseer, el centro histórico asunceño esta, por decirlo así, un paso atrás que el centro de Lima (Perú). Si el de la capital peruana es una suerte de museo turístico, el de la capital paraguaya parece por momentos abandonado, con muchos edificios derruidos, destruidos, arrumbados en una suerte de deconstrucción llevada a cabo por el olvido y el lúgubre paso de la parca histórica. Pero no todo lo que brilla es oro, y también se pueden encontrar edificaciones más o menos restauradas o con planes de conversión futura. Una peculiaridad es la presencia de una villa miseria (la chacarita. Algo que nació como un rancherío, en los buenos viejos tiempos de los López, o más o menos. Y en vías de desalojo y resistencia) que se ubica exactamente debajo del cabildo y la zona colonial. Exactamente a los pies de las estatuas. Curiosa metáfora del subdesarrollo.

                La ciudad nos enseño que el guaraní es más campesino que citadino, más popular que de clases más pretenciosas de “urbanidad”, en fin, que es también una frontera interna. En las calles, entre los comercios modernos, los edificios públicos y las antiguas cazonas, pululan una diversidad de vendedores callejeros y ambulantes de toda calaña. (...). La zona del puerto es, acaso, la más atractiva por su actividad y lo vetusto de sus dispositivos. Más allá del centro, se destacan la zona de los shoppings, caserones residenciales, palacetes (...), y los mercados populares, de los cuales el más grande es el así llamado mercado cuatro. Una suerte de mercado-feria-galería-villa/conventillo que ocupa varias manzanas y en el que se puede chalanear hasta la vida. En ésta época, la ciudad se encuentra prácticamente invadida y ocupada por el turismo brasilero que viene apoyado por el potente fuego de artillería de sus reales (también hay bastantes europeos, pero su pálida tez se ve opacada por la ola de piel morena). Es en éste escenario que los indios guaraníes realizan simulaciones de los supuestos de sus culturas para llamar la atención de las hordas turísticas y ver si consiguen devolverle a buen precio sus espejitos de colores (...).

                Y es que estos muertos vivos no se han dejado de molestar y mientras la sociedad oficial se empecina en encerrarlos en museos (son los únicos seres humanos que forman parte del museo de ciencias naturales de aquí), los muy bárbaros se han puesto a ocupar plazas para reclamar por tierras. (...).  En fin, “nuestros paisanos, los indios”.

                La bahía de Asunción se encuentra más o menos rodeada de cadenas montañosas que aquí se les dice cordillera (ningún cerro paraguayo alcanza los mil metros) cubiertas de bosques (sub)tropicales. Salir de la ciudad es todo un periplo. (...). Las avenidas de entrada son largas y el transito complicado. (...). Al salir, la cosa es más o menos conocida; pueblitos más o menos pintorescos, countrys, colonias, y así hasta haber tomado la suficiente distancia y conseguir llegar a tierra adentro. Un lago de baja estatura que antes era de culto aristocrático, ahora devenido en balneario popular. Un parque nacional tropicalísimo sede de la “revolución industrial” paraguaya (...), y lo más discreto y raro de todo nuestro peregrinar. Una escuadra paraguaya varada en plena sierra a la que llego metiéndose por un arroyo para escapar de la flota imperial allá por la época de la triple alianza (el entorno desolador, parecía de tierra arrasada. Toda una imagen de lo que quedo de Paraguay al terminar esta “guerra grande”).

                La cultura oficial mantiene la idealización de la “belle epoque” de los López, no tan solo en el discurso, sino en la materialidad de museos y monumentos (el ferrocarril quizás sea el mayor orgullo). Por lo demás, digna es de visitar la quinta de estos “heroicos” padres fundadores situada en lo que es hoy el jardín botánico y zoológico.

                Para nuestra suerte, hoy dejamos el hotel (...), pues ya nos estaba siendo difícil escaparle a esa forma tan cretina y engañosa de conocer, como lo es el turismo (un acercamiento inaprehensivo).  Digamos que se nos antoja que nuestra forma de viaje no es de arqueologxs –en el sentido de andar buscando monumentos y tesoros de éste tipo- sino de aurologxs, y nuestra faena aquí y allá es la aurología. Un cultivo de la intuición poética que se lleva muy mal con el tour-sensacionalismo y con ese lema que ha reemplazado ya al de libertad, igualdad y fraternidad y que ahora se nos enseña a rezar: “calidad, servicio y limpieza”. En fin, ahora partimos con el inquietante plan de navegar una de las venas abiertas de América latina, pero esa ya es otra historia...

                (…). Pero antes que nada, entendámonos. No se trata de un elogio de la marginalidad, ni de un panegírico de la inmundicia ni, menos aún, que a nosotrxs nos agrade mirar el mundo desde las ventanas de un lupanar. Sucede que nos estremecen algunas cosas y, antes que nada, se trata de saber apreciar y dar justo valor a los esfuerzos condenados que se hacen para vivir con algo de dignidad en medio de tan precarias condiciones materiales de existencia. Es todo.

                Nos fuimos de Asunción hacia la ciudad-pueblo de Concepción, el viaje fue noctámbulo y sin mayores novedades. De la ciudad poco podemos pintarles, pues estuvimos muy poco tiempo y de madrugada. Una terminal muy de acá, es decir, casi anclada en medio del siglo XX y sin mayores actualizaciones. Entre los taxis, figura aún el uso de “carros” (carretas) tiradas a caballo y/o burros. Es de esa manera que generalmente se va desde la terminal hasta el puerto -de similares características de antaño- y, también, son el medio más utilizado -el único casi que podríamos decir- para llevar la carga hasta la zona de embarque. (...). El barco Aquidabán es el principal medio de conexión para muchos de los pueblos y comunidades que están río arriba, en la zona del alto Paraguay y de los pantanales. Se trata de un viejo barco mercante que hace honor a tal denominación, puesto que no sólo transporta carga y pasajeros, sino que funciona como un mercado al cual los lugareños de donde va atracando abordan a fin de hacer sus pedidos. Se vende desde alimentos hasta ropa. (...). El pasaje podemos caracterizarlo como popular, religioso y contaminante (pañales, cajas, botellas, mierda, etc. Todo arrojado al agua). Las cabinas son unos cuartuchos cuyo único privilegio es el de alguna intimidad, pues son unos verdaderos saunas con el piso bastante carcomido y devenido en basurero, además de la atención propia de azafatas que nos brindaban las cucarachas. Por momentos se parecían a una suerte de guarderías, por momentos a una celda de marginados. De a ratos un lugar para turistas, de a ratos un cuchitril para la tripulación. Afuera, la gente o duerme en el piso o en algún banquito o, los más acomodados, en las “perezosas” (hamacas paraguayas) que se distribuyen a lo largo de todo el navío, exceptuando las bodegas.

                (...). La cocina funciona todo el tiempo y se puede comer allí (...), en todo caso, el mercado también funciona como despensa de a bordo. La tripulación -totalmente masculina (...). Gente muy reservada (salvo en la cocina que son más abiertos al arte de la conversación) y metida en su trabajo.Así, de puerto en puerto hasta alcanzar Vellemi, capital cementera del país y donde el micro-mundo del barco adquiere nuevas voces, colores, gestos, etc. (lo de Vallemi es interesante remarcarlo pues en Paraguay no parece haber mucha industria que digamos -apenas algo en la gran asunción y no mucho más-. En el mismo económico sentido, la ganadería es más apreciada que la agricultura). (...). En Vallemi, las caras brasileñas -ya no de turistas sino de gente de la zona y, sobre todo, de campesinos- se suman a las paraguayas. Los fenotipos indígenas se hacen más presentes y contrastan con el de algunos gringos (alemanes y yankee) que comparten la odisea de estos verdaderos parias de la tierra.

                Atardeceres de antología e historias rústicas. La agrí-cultura y la cultura (espiritual) se van conjugando de modo más o menos caprichoso con el paso de los días. El calor se vuelve insoportable, la mugre va ganando lugar y la incomodidad aprisiona. En las costas se empiezan a ver algunos toldos (en sentido literal) que yo supuse de puesteros de estancias (que nos gritaban cosas para pasar su noche), pero que no estoy muy seguro de poder aseverar. Aquidabán sigue navegando y cada llegada a un puerto es todo en acontecimiento popular. Ya cerca de nuestro destino, entramos en la zona “dominada” por las parcialidades de indios chamacocos del lado paraguayo, y estancias pantanosas del lado brasileño. Así fue que atracamos en la comunidad indígena de Puerto Esperanza y el evento adquirió ribetes en verdad comunitarios. Los indios parece que hubieran subido todos juntos al barco (fue en el único lugar donde la descarga de cosas las realizaba la misma gente del lugar, y no los tripulantes del barco). Luego sí, por fin en Bahía Negra. Ultimo puerto paraguayo en el río. Un pequeño poblado de más o menos dos mil habitantes y a dos kilómetros de la comunidad chamacoco de Puerto Diana. Ambas localidades se parecen en su arquitectura, pero no así en su trazado. Las casas hechas con troncos de palmera y con baños “a la antigua” caracterizan a ambos lados, pero en Bahía Negra hay edificios de la iglesia y el ejército, la policía, etc. (por lo demás, en puerto diana, como parece ser en toda comunidad nativa, no hay plazas ni nada de eso). En fin, esta gente coexiste y convive. Según alguno de bahía, los indios se creen “mejores personas” que ellos y no se consideran paraguayos. Según una maestra de la comunidad de Puerto Esperanza (con la que tuve una buena charla en el barco), la gente de su comunidad, es “muy valiente” al afrontar las condiciones de vida en las que habitan. En fin, las opiniones continúan, pero siempre marcando la “diferencia”.

                (...). Atravesamos la zona menos pantanosa de los pantanales en medio de los ya clásicos palmerales y en imponente bosque chaqueño en un“viaje del chancho” diría una mujer del lugar (...). Aves de todo tipo en un paisaje agreste. Algunos animales silvestres, la tierra y los menonitas (“menno”) rusos y canadienses. Sus colonias son prosperas, austeras y sobrias. Allí ellos son los patrones de los nativos y estos les respetan. En sus pueblos comienza el asfalto y se nota algo de agricultura. Luego, ya de vuelta para Asunción nos volvimos a dar -cuando pensamos que la habíamos dejado atrás- con la miseria de los condenados de la tierra. Más o menos desde la localidad de Pozo Colorado, hasta Villa Hayes (en las puertas de Asunción) pueden apreciarse recurrentes caseríos de lo que parecen ser campesinos-indígenas sin tierra. Sus ranchos y toldos (pues en verdad parecen sacados de una gráfica del Martín fierro), son mucho más que precarios, son, son  ...acaso son la vergüenza y la infamia mayor de nuestra propia forma de vida. Una afrenta sin fin a la condición humana (uno no puede dejar de sentir un profundo odio y malestar cuando estas realidades de la civilización se presentan en forma tan cruda). Estas pocilgas se sitúan entre la banquina de la ruta y los alambrados de los campos, estiradas y a lo largo por falta de espacio hacia adentro (de todas formas algunas ya están bastante asentadas y cuentan con alguna que otra infraestructura decorosa, entre las que se destacan, como no podía ser de otra manera, los puestos policiales).

                De nuevo en Asunción y no me alcanzan las palabras. El viaje ha sido enriquecedor y estremecedor, de una vez. El aura deviene en cloaca y la cloaca nos muestra el pozo sin fondo de nuestras miserias. (...)  ...y fuimos dejando la capital paraguaya con su nostalgiosos edificios de la modernidad lopizta (palacio presidencial, teatro, etc.). La fuimos dejando, también, con sus rencillas literarias de lopiztas y antilopiztas (azuzado debate con motivo del bicentenario). Sus chipaneros, nuestras mochilas. Nos íbamos para Ciudad del este con el repiqueteo de algunas palabras resonando en nuestras cabezotas. En la Tv privada se celebraba el trabajo de las pulposas colegas de Larissa Riquelme (su arte del exhibicionismo y la seducción grosera) y en la calle -por decirlo así- se criticaba la cultura del no trabajo de algunos grupos indígenas que “viven” de la ayuda gubernamental. Es raro, pues se les cuestionaba el que se dedicasen sólo “a la caza y a la pesca”, sin incursionar en la agricultura (ciertamente un típico campesino paraguayo se distingue en su vestir -pantaloncitos de vestir, camisa y sombrero tejido-, de los varones indígenas -que se arropan como cualquier muchacho de barrio popular). Nosotrxs tuvimos la suerte de ver menear los senos de las vedettes (en “cuidados” primer plano) y de apreciar el armado y reparación de redes de pesca (no filmados por nadie). Quizás sea esto a lo que se refiere Beatriz Preciado al hablar del capitalismo actual como un capitalismo farmacopornografico. Acaso sea, no lo sé.

                Asunción nos quedo atrás y entramos en la zona de la “agricultura mecanizada”, de la que nada supimos, pues nuestro viaje fue en penumbras (supimos, sí, de la picazón de algunas pulgas con efecto retardado). Llegamos a la triple frontera y sólo podemos decirles que en verdad es un colador por el que se puede hacer entrar un rico hasta el reino de los cielos. (...). Tres países distintos y una sola ciudad. Distintos Estados, el mismo Estado, hasta que por fin, nuestro final feliz. Y es que visitamos un destino turístico, nos sumergimos de lleno en las cataratas. Es en verdad un paisaje maravilloso y de una gran potencia (¿existe la belleza en los estados más silvestres de la naturaleza?. ¿O es que la belleza es sólo producto de la artificialidad propia de la naturaleza humanizada?. Me inclino por lo segundo).

                En fin, nos metimos también de lleno en un circuito turístico y llegamos a comprender que el turismo es la celebración de la mercancía autoconsciente, y la explotación fetichista del aura. Que un destino turístico es un lugar o un ecosistema cuyo aura se encuentra colonizado hasta la saturación por el fetichismo de la mercancía y que, por fin, un paquete turístico es la reproducción técnico-sensacional de la experiencia del viaje y la aventura. Como sea, las cataratas fueron un digno final para nuestro viaje (...)[1]. Dicen las paredes: “Tekoporâ es derecho, puto gobierno”







[1]    Nuevamente, y para evitar malos entendidos. De lo que hemos tomado distancia en estas crónicas, no es tanto del desarrollo de la infraestructura de servicios que la industria turística ha significado (aunque sin dudas habría que realizarle modificaciones sustanciales), sino del tipo de trato social que el turismo implica y promociona, junto con los espacios que coloniza (el aura silvestre es una lejanía específica respecto de los dispositivos técnico-políticos de acercamiento; es decir, el específico “halo de su autonomía”). Nos gustaría oponer a la “calidad, servicio y limpieza” del trato comercial, la triada de “esmero, sencillez y amabilidad” más propia de una relación hospitalaria. Por lo demás, salta a la vista que hay ciertos lugares que carecen de mayor encanto paisajístico o cultural, pero que son masivamente visitados por la gran oferta de servicios que presentan. Los hay, también, aquellos que pueden ser bellos o maravillosos, pero que dependen del servicio como condición sine qua non para su disfrute. Pues bien, eso es lo que aquí llamamos destinos turísticos.


Por orko de la puntania tomandoelcieloporasalto@hotmail.com



¿Por qué derrocaron a Lugo? (link)

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