¿que significa matar alguien por ser-lesbiana?


Pepa Gaitán Fusilada por Lesbiana.

de Juan Manuel Burgos, el Viernes, 26 de agosto de 2011, 12:48



“Se mató a una persona, independientemente de si era mujer  o si era masculina o de sus preferencias sexuales… no se qué esperan estas agrupaciones. Se mató a un ser humano y eso es lo que se debe juzgar” comentaba una usuaria bajo el nickname  madre_y_esposa  en el foro virtual de un periódico cordobés.

Del total de los mensajes posteados en tal plaza virtual, lejos de aquellos absurdamente fóbicos, piadosa y compasivamente católicos o activamente militantes, éste fue el que me resultó más inquietante, me sentí interpelado y no pude evitar hacerme ciertas preguntas  e intentar ensayar algunas respuestas.

¿Cómo puede  alguien que se nombra a si misma madre_y_esposa creer que la vida y la existencia de las personas son independientes del género en el que éstas se identifican, del modo en que lo expresan y de los deseos que suscitan? ¿Cómo podríamos pensar en un ser humano obviando la materialidad del cuerpo que porta dicha humanidad y de la lengua que la nombra-o que no la nombra?

Tan indisolubles devienen estas configuraciones identitarias de aquellos cuerpos que las encarnan que a lo largo de todo el juicio contra Daniel Torres por el asesinato de La Pepa Gaitán ni la querella, ni el fiscal, ni la defensa pudieron hacer la vista gorda de la orientación sexual lesbiana y la expresión de género masculina de la víctima. Claro que con motivos muy diferentes: mientras la querella buscaba visibilizar la lesbofobia axiomática del crimen (y se pronunciaba, como expresó la querellante Graciela Vásquez orgullosa del lesbianismo de La Pepa), el fiscal Fernando Amoedo intentó desarticular tales especificidades proponiendo que sólo hubo violencia de género y que no podía comprobarse que se tratara de discriminación por preferencia sexual, finalmente César La Pascua el abogado defensor pretendió criminalizar todos los rasgos de masculinidad  presentes  en la víctima, invirtiendo en sus argumentaciones los roles víctima-victimario al punto que fue necesario recordarle en varias oportunidades que el juicio “no se trata(ba) de una cacería de brujas” y que “no se está(ba) juzgando a la víctima si no al imputado”.

¿Qué es lo que resulta tan amenazador en ser un tortón, una mujer-macho, un chongo, que anima a una mitad de la sociedad a estigmatizar, perseguir y torturar nuestras identidades y a la otra mitad le impide pronunciar siquiera la palabra lesbiana? ¿Cuáles son los paradigmas que se quebrantan para que se sientan tan negativamente implicados los lectores de un diario ante la (in)existencia lésbica de una persona asesinada?

Es que ni siquiera alcanza con que La Pepa haya sido borrada de un escopetazo, también sería oportuno borrarla de un plumazo y reescribirla simplemente como un ser humano más asesinado. Lógicamente humanizarla implica una supresión, depurar eso de monstruo, de enferma, de criminal, de perversa que tenía. Reconocerla humana implica desconocerla como lesbiana y como machona. Su madre lo dice clarito: la mataron como a un animal (como a una lesbiana).

Y en este punto la ablución que hacen tanto el fiscal Aomedo como madre_y_esposa al referirse a la “preferencia sexual” de la víctima es una operación más de lesbofobia. Decía Adrienne Rich que “en un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas es poder, el silencio es opresión y violencia”. La masculinidad y la orientación sexual de La Pepa no eran sólo una preferencia, ni una práctica íntima y privada, eran un rasgo innegable y fundamental de la construcción de su identidad, fueron los motivos por los cuales fue expulsada del sistema educativo, era detenida con frecuencia por la policía cuando caminaba por el centro, la razón por la que no conseguía trabajo y enfrentaba toda clases de violencias cotidianamente.

Lo que al fiscal se le escapa al sostener que hubo violencia de género pero no lesbofobia es que género no es sinónimo de mujer ni lesbiana es simplemente un atributo, una práctica o una preferencia. Siguiendo a Monique Wittig recordaremos que “lesbiana es un concepto que está más allá de las categorías de sexo, porque el sujeto-lesbiana no es una mujer en el sentido económico, ni político, ni religioso”. Y con esto no quiero desconocer a todas aquellas que sin politizar la categoría lesbiana la consideran una práctica sexual más en sus vidas, en ese sentido claro que es posible quemadre_y_esposa sea además una mujer con prácticas o preferencias sodomitas, en ese punto la categoría no es excluyente. Lo que sí es fundamental reconocer es que algunas existencias lésbicas parecen poner evidencia y sacar a la luz las mayores miserias y contradicciones del régimen heterosexual.

Las preguntas vuelven. ¿cuál es el interés en reducir y neutralizar  esta realidad? ¿por qué silenciar y minimizar con tanto fervor e insistencia los pronunciamientos afirmativos sobre el lesbianismo? ¿Cómo es posible relegar al ámbito de lo privado aquello que públicamente era injuriado y castigado, cómo si en todo momento las propias creencias morales de la defensa y de la fiscalía fueron enunciadas (como sospechas o como omisiones) a modo de doctrina jurídica? ¿Es viable sostener que ser torta es sólo parte de la intimidad de La Pepa  si al mismo tiempo estamos evaluando el modo más adecuado de proceder con esa intimidad que entendemos no nos concierne?

Pero no nos quedemos únicamente con la politización de la palabra lesbiana, para echar luz sobre estos interrogantes es necesario pensar también en la heterosexualidad como un régimen político y económico, como un sistema de repres(entac)ión  sexista, médico y jurídico-normativo. Vivimos insertos en un sistema que se beneficia de la división del trabajo a partir de los roles y mandatos que culturalmente se imponen a los cuerpos de acuerdo a su sospechada genitalidad, donde la desigualdad entre los géneros es la regla.

Aprendemos de muy niñ*s que la masculinidad en sí no es mala, lo reprochable y descalificable es la transgresión resultante de la apropiación inapropiada e ilegítima que hacen de ella quienes han sido asignadas al sexo femenino. La matriz heterosexual que nos vuelve reconocibles como personas convulsiona ante la incoherencia entre los genitales que tenemos, el modo en que nos identificamos, la forma en que nos expresamos y aquello que deseamos.

Así opera la heterosexualidad obligatoria, impidiendo a las mujeres elegir opciones sexuales autónomas, así se evade hablar de ellas y al no reconocerlas no es necesario discutirlas. Soslayando la polémica y las instancias públicas de reconocimiento del lesbianismo y la lesbofobia, se obstruye la legitimación de estas opciones transgresoras y disidentes. Estos mecanismos de control basados en el silenciamiento tienen por objeto neutralizar el impacto de la autonomía sexual de las personas.

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El martes 23 de esta semana se conocieron los fundamentos con los que se sentencia a Daniel Torres por el homicidio de La Pepa Gaitán. Los vocales hablan de preferencia, orientación y condición sexual, de relación afectiva y sentimental, de apariencia masculina. La palabra lesbiana no se desprende del puño de ninguno de ellos, más que para citar textualmente las declaraciones de la mamá de la víctima, y sólo uno menciona la palabra lesbofobia para desacreditar su pertinencia por falta de pruebas fehacientes. Sin embargo que un Juez pueda nombrarla implica que la lesbofobia está siendo reconocida, que la violencia que hemos intentado demostrar ha sido revisada, que puede instaurarse como problemática en el ámbito jurídico, que existe y que ese reconocimiento nos habilita a seguir revisando cómo opera.

madre_y_esposa se preguntaba qué esperamos las agrupaciones con todo esto, y no puedo dejar de pensar en esa frase estencileada que dice: “Si juntas gritamos tortillera se acaban el miedo, la muerte y el silencio”, porque lo que esperamos es justicia y como predicaba una poeta en el desierto neuquino “Justicia es que no vuelva a ocurrir.”

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