Adiós al punk

Empezó a publicar a los 38 años, pero de un modo arrollador: parte de la generación vanguardista, bohemia y lacaniana de fines de los ’60, era un publicista exitoso en plena dictadura cuando ganó el Premio Coca-Cola con Mis muertos punk (1979) y empezó un nuevo capítulo en la narrativa argentina. Sus libros de cuentos (Música japonesa, Ejércitos imaginarios, Pájaros de la cabeza, Restos diurnos) entendieron como pocos la vida cotidiana bajo la dictadura y la transición democrática. Los pichiciegos (1982), escrita durante la guerra, se cuenta entre las mejores novelas bélicas del siglo. Sus artículos periodísticos envolvían en provocación un desafío lúcido a los lugares comunes del pensamiento. Sus poemas lo mostraban inquisitivo ante el extrañamiento de la vida. Y sus novelas, sobre todo las publicadas a partir de Vivir afuera (1998), como un bisturí sociológico de la Argentina. Además, su editorial La Tierra Baldía alentó a los poetas y escritores más radicales de su época. Pero siempre su obra y su mirada estuvieron puestos en rasgar el complejo velo de palabras que cubre ese lugar en el que vivimos y que llamamos realidad. La semana pasada, Rodolfo Enrique Fogwill, el escritor que quiso convertir su nombre no sólo en adjetivo sino también en marca, murió a los 69 años. Radar lo despide a través de amigos, escritores y lectores de la obra que dejó.

La muerte según Fogwill

Por Vera Fogwill
Cuando casi adolescente empecé a escribir, nada casualmente Fogwill se quitó el Rodolfo Enrique y el Quique y pasó a ser, no sé cómo, sólo Fogwill para todos, incluso para mí. Una manera egocéntrica de saber que todo le pertenecía a él. Incluso los Fogwilles de Devon en su sangre y toda raza o estirpe menor que le sucediera. A mí me queda pensar si podré seguir siendo Fogwill, más allá del absurdo título de condesa que heredé. Si debo firmar simplemente así, como hubiese querido él, o debo cambiarme el nombre definitivamente por el seudónimo literario con el que desde hace años escribo.
Ser la hija de Fogwill es como el poema que escribí el otro día sobre Borges que titulé “Las pobres hijas de Borges”, en alusión a lo que no tuvo y a lo que, si hubiera tenido –una hija que escriba–, le habríamos dicho todos: “Pobre hija de...”. Es intentar ser actor siendo hijo de Vittorio Gassman, intentar hacer cine siendo hijo de Ozu, intentar ser meditativo siendo el hijo de Osho, intentar ser persona siendo el hijo de un animal.
“Escribo para no ser escrito”, se limitaba a decir siempre él. ¿Y ahora qué carajo hago, papá? ¿Escribo para que no seas escrito o dejo de escribir? Me quedo impregnada de las palabras que me envió Teresa Lamborghini, otra pobre hija de, al día siguiente del funeral de mi padre, que fue casualmente pocos meses después que el de su padre y en el mismo lugar. “Fui a saludarte, Vera... a verme supongo... Tensiones que ni llorar podés... Entre los hermanos, las actuales, las ex que llegado el momento no quieren perder actualidad, las que iban a ser o creyeron ser o quisieran ser y al revés... Que si se lo crema al muerto, que si se lo entierra, que si se lo atendió debidamente, que... Esto es sólo el comienzo, te dije con un abrazo fuerte con el que de paso me abracé, cosa que no había tenido tiempo de hacer desde noviembre, cuando yo estaba ahí adonde ahora estás. Sigue que empiezan a reescribir, adelante nuestro, ahí, ‘cosas’ que uno sabe que ni remotamente fueron como se las está relatando... Y ahora tantos escribirán.”
Sólo puedo escribir estas líneas a pedido de mi íntimo y querido amigo Martín Pérez, y lo hago en breves minutos, en medio de la noche, casi sin detenerme a pensar. Cuando salí del quirófano, en mi parto, antes de que me den a mi hijo, pese a tener prohibido aparecer, él ya había logrado inmiscuirse e invadido mi habitación del sanatorio a media noche. Ya había llamado a todo el mundo para contarles y me esperaba allí, creo que fumando. Yo quería asesinarlo, pero tanto amor me lo impidió. No puedo dejar de oír sus comentarios a su nieto cuando volvían de la plaza: “Ni una mina, una pálida, todas viejas chotas de veinte con culos gordos, ¿no, Aki? ¿No hay otra plaza por acá?”.Mi padre para mí, como padre, fue un gran escritor. No se lo podía molestar, no se le podía quitar minutos a su silencio ni a su pensamiento. Su mejor novela es su vida, una vida más impactante que cualquier escrito que hayan podido encontrar o leer de él y/o sobre él. La mejor literatura la hizo en las noches arrullándome para dormir, jamás –mientras me tocaba estar con él– me dormí sin un cuento de mi padre, jamás. Hasta de grande era capaz de meterse en mi cama a contarme un cuento, pese a que yo, dormida, me sobresaltaba y le decía: “¡Papá, ya estoy grande para cuentos!”, “¿Papá, estás drogado?”, “¡Papá, soy tu hija!, ¡Papá!”.
Debo confesar que no creo en la muerte, en la única muerte que creo es en la mía. Ahí dejarán de existir todos, los que están y los que no están, porque viven en mí. De beba me llevaba en moto, y caminaba poniéndome adentro de una bolsa de mercado. Mi cabecita salía por esa hamaca ya desorbitada. Mi padre durante mi infancia no me llevó a Disney, a pesar de tener colecciones de autos antiguos, excéntricos y barcos y mucha plata, o guitas, como decía o dice él. Me llevaba a la pensión donde vivía su amigo Leonardo Favio y me hacía practicar y tocar frente a ellos en la guitarra milongas y gavotas. En sus años brasileños me llevaba de visita a lo de su amigo Caetano Veloso y lo observaba componer tristes canciones. En sus años de barco me hacía vivir solos en alta mar. Una vez mi abuela me llevó a verlo a Londres, donde estaba viviendo. Yo no entendía por qué no llevábamos equipaje, ni tomábamos aviones. Londres era finalmente la cárcel. Allí lo visitaba. Y él no tenía problema en presentarme a un asesino que había matado a su mujer por rompe-pelotas. Y me explicaba que por fin allí escribía en paz, sin chicos hinchando las bolas, tráiganme puchos.
Mi padre era de esos que te enseñan y te obligan a dar el asiento a los mayores, pero se queda cómodamente sentado mientras lo hacés vos. Pero también era de los que llegaban cargados de chocolates para entregar al colegio en plena época de Malvinas. Creo que fue esa sola vez a mi colegio, porque nunca lo vi en los actos. Tenía once años y mi mayor preocupación era pensar cómo podía pagar todas las deudas, éramos nuevamente muy pobres. Un abogado me explicó que las deudas no se heredaban, pero se equivocó. Se hereda otra cosa: la herencia es la vivencia. Llego a lo de mi viejo, está cagado a palos, viene un cana a llevarse la tele, la puerta abierta siempre, me mira y se la lleva igual. Fogwill parecía un monstruo, estaba desfigurado, pero estaba bien, no había pasado nada, nena. Me levantaba en la mañana y mi padre siempre me dejaba una nota al pie de mi diario íntimo. Lo había estado chusmeando a fondo. Analizaba mis textos sobre pijamas parties como textos de Proust. Me explicaba por qué estaba bien o mal escrito. Yo sólo tenía escrito “me gustan Los Parchís”, o “mi amiga Viole es lo más”. Sin embargo, él precisaba saberlo todo. Todo lo que yo hacía era genial, siempre fue un fan mío, por no decir suyo.
No me enseñó a manejar. Las minas no pueden manejar, por eso le robó el Citroën a mi vieja. Cuando no puedo dormir, nada mejor que escuchar el tipeo de una máquina de escribir IBM. Traía a genios como Laiseca para que compartamos el mate, prefería llevarme a geriátricos a ver tíos abuelos moribundos, prefería llevarme a velorios a ver amigos ya muertos, prefería llevarme al bar La Paz a escuchar sobre los que se habían ido hasta la hora que llegaba la revista Billiken, que siempre me compraba antes de irme a dormir a la madrugada.
Finalmente, luego de haberme explicado toda su vida qué era la muerte, la muerte de las creencias de cualquiera que sea que uno tenga, de cualquier sueño que uno quiera, de cualquier cosa que uno vea, me la mostró. Cuando una semana antes me dieron sus cosas en el hospital, elegí un libro de los que tenía con él. Era una novela de Elvio Gandolfo: Cuando Lidia vivía, se quería morir. La abrí al azar y decía algo así como “el padre se despide de la hija muerta”. La cerré aterrada. Mi papá me estaba avisando que él no se moría ahora, que me moría yo. Luego de tener una semana para digerir esto y más, pude estar ahí toda esa última noche y darle la mano y ver cómo era todo eso de lo que de alguna manera me había estado hablando toda su vida. La muerte de a poco de cada parte de su cuerpo, el fallo de un órgano, la defunción de un miembro inferior, superior, la presión que se va, el latido que se apaga, así como en una cátedra de vida. Sin dolor. Ver eso, vivir eso, me posiciona en otra parte. Nacer es bello, morir lo es también. Sobre todo cuando la persona que muere lo sabía y, más que eso, lo decidía. Sobre todo cuando esa persona vivió y muy pocos lo hacen; vivir es ser, y él fue quien quiso. No todos lo logramos, no todos podemos traspasar la barrera moral y reírnos. Ahora es sólo parte de mí y no Partes del todo, como titulaba él uno de sus tantos libros. Ahora si me remito a su “Sentimiento de sí”, aquel poema magnífico que me dedicó sólo a mí: “Padres: metros maestros de palabras, restos de lo legado y lo perdido, poderes, patrias, potestades, nada...” Y en el que me puso a mano en la primera hoja: “Gracias por tu silencio”. Aquel silencio que prometí tener y que cumplí.
No puedo dejar de pensar en que se fue literariamente haciendo referencia a Piglia, con su respiración artificial. Era muy chica, se publica Help a él y le había puesto Vera a un personaje y Vera era una puta... Y esa puta soy yo, la diferencia es que en ese entonces ni siquiera sabía lo que era coger. Poco entendía de la referencia sonora a “El Aleph”, y el juego con el nombre de Beatriz Viterbo para Vera Ortiz Bety. Yo cursaba tercer grado y le pregunté, llorando: “¿Por qué le pusiste Vera a una puta que te cogés y te mea? ¡Por favor, no se lo regales a mi maestra, papi!”. En ese entonces no había Veras, así que esa Vera para la nena que era entonces sólo podía ser yo. El sólo me contestó otra cosa: “Vera es la verdad, estar cerca de ella, en la orilla. Eugenia, tu segundo nombre, es el origen de la génesis del gen, del genio”, que me dio origen, y estaba hablando de él, claro. Y agregó: “Fog-will es y será siempre estar entre la niebla, tinieblas, o mejor aún: el deseo de ellas”. Pero se parece más sonoramente al fuck.
Cuando falleció, que es sólo ya un decir, o una obra más suya, subí a mi auto estacionado en la puerta del hospital. Estaba con el amor de mi vida, a quien mi padre adoraba y en la radio empezaba a sonar “No me importa morir”, ¿de quién?, de El Otro Yo. Con Suomi nos miramos. Mi papá me trabó la puerta. El no lo vio, yo sí. Es que soy yo!, yo!, yo!, como dice aún su contestador. Yo.


Sentimiento de Sí (1996))
En Partes del Todo, Sudamericana, Buenos Aires, 1998
MINIMA VOZ
El hueco de una sombra
se ahonda
y grave, crece
como la voz, que crece
y grave, cree
su oración
a nada.



REFLEJO

La voz se crea
en su oración
a nada
y la mirada
se recrea



sobre el instante

clic
de la luz
del intervalo
que revela
su oscuridad.



MEMORIA

...cómo vuelven
las antiguas
nociones:
lo que creímos
lo soñado.



SILENCIO

La oscuridad
el hueco
el mundo aparte:
todas las sílabas
que se omitieron
vuelven.



CONCIENCIA

La voz que crea
en su oración y crece
en su oración a nada
es todo
lo que hay:
esa voz
yo.
La voz crecida.
La voz que arrastra el tú.
Efecto de un vacío
de la lengua.
Efectos de una suma paterna:
yo
voz crecida
cálida
caída.



ELLO

Voz anterior.
Voz que retorna y crece
antes de comenzar:
aquí, detrás
delante
antes de mi pasado.



TU

Voz que te trae.
Palabras que te traen.
Todo detrás
delante
todo detrás y todo
es una cifra
de la memoria:

voz llamada.



MI

Lo tuyo
lo que se ahonda y grave
crece en su oración
y en su repetición
y en el instante
se abre hacia atrás
y vuelve a ser
-detrás-
tu palabra
refleja.



ANTES

Tu palabra
refleja
lo que hay
detrás.

VISION

Yo aquí.
Yo aquí en el bálsamo de la edad.



IDENTIDAD

Yo aquí, quedándome.
(Una manera de citar
de estar
de aquí quedar).



TRAMAS

Una palabra
trae
la otra versión
de sí.
La transversión de sí:
su no
su necesario
su inaudible.



ESTADO

Yo aquí en la flotación del mundo.



VISION

¿Ves?



¿VER?




No:

oir una cadencia
entre las sílabas.



LETRAS

...cómo vuelven
las pasadas
nociones:
sus oraciones
sus silencios.



PADRES

Y cómo flotan esos muertos
en sus palabras
en sus sombras.



ENTENDER

Buscando, oyendo
esa antigua
cadencia
de sus palabras
en lo metódico
en la cifra
en la cita
de una voz anterior.



LETRAS

...y cómo vuelven
las antiguas
visiones:
las omisiones
los sentidos.



LUGAR

Vuelven aquí:
en el momento
de la voz.
Al lugar de la voz:
la sílaba
la cifra
que se despierta.



COSA

Esa forma es la voz.

NOSOTROS

En el instante de la voz.
En el instante de la palabra.
En el instante de la razón de la palabra:
el eco de una voz anterior.
Allí.
Aquí.
En el espacio temporal:
citados
cifrados.
ARS
No el canto
ni la voz
ni las modulaciones de la voz ni la música
ni el hombre, todavía.
Solo eso:
el eco
de una voz
anterior
no-oída.
PERO
Debemos decirlo todo de una vez:
debimos saberlo todo de una vez.



VER

Pasa de a ratos el aire de la verdad.
El aleteo indefinido de la verdad.



VERSOS

Padre nuestro que estás en el curso de la palabra:
¿Dónde estás?
¿Dónde estaré?



HORAS

Yo aquí
en el trabajo lento de la materia:
madera
nada.



VERDAD

Padre nuestro que estás en la voz:
¿Dónde estás?
¿Dónde estaré en la voz?



OYES

Yo aquí
en el instante de escuchar:
calado
callado
cifrado.



YO

Yo aquí en el sueño de la materia
Yo aquí en el sueño de la razón:
yo aquí soñado
tramado
dicho.



PERO

No hay nada mas allá de este pacto de la imaginación.



OBSERVACIONES

Una palabra se divide para mostrarse.
Un hombre se divide para ser uno: dos.




DOBLE

Yo aquí en el trabajo doble de la materia:
succión
succión
respiración.
Yo aquí: en el trabajo ínfimo de la voz:
nombrándose
perdiéndote
callando.



FORMAS

Y todo es una cifra de la memoria.
Y todo es una cita de la memoria repitiendo.



PREGUNTAS

Allí en la sílaba que se despierta:
aquí, detrás, delante-antes de mi pasado
¿dónde estaré en la voz?
¿dónde preguntas "dónde estaré en la voz"..?
¿dónde vos, material?
¿dónde la voz?
¿y qué la voz?
¿y qué la flotación del mundo?



RESTOS

Que todo es una cifra de la memoria.
Que todo es una cita de la memoria.
Cálculo de las sílabas.
Cálculo de las voces que se despegan de la memoria de las sílabas.
Cálculo de lo que se despega y deja un fondo de transparencia inútil.
Esa verdad.




LENGUA

Inútil transparencia:
nuestra verdad.
Resto de la nocturna invocación a nada.
Efecto de una voz contra las voces.
Efectos de la sílaba voz
contra las sílabas de la memoria.
Palabra "palabras".



LUZ

Y aquí está el sol en la cordura del poema.
Están tu voz, el sol y las palabras de todas las vecinas.
Pero no está el poema:
el poema es una intención buscada,
un fuego de palabras.
¿Apagándose?



LA ESTRELLA

Una oración a nada
a la mirada, a ella
a ella mirada,
aparecida en el poema
en lugar de la voz
que debí oir
en lugar de la sílaba
que se desplaza:

sol de un instante: nada
de todos los instantes
toda de sílabas creciendo, hecha
de una oración a nada: actuar...
El cuerpo, ese relato, la voz, el grito, la representación del sueño:
la voz que llega desde atrás, inesperada, dentro de su voz.



NOSOTROS

Llenos de sílabas
llenos de citas
llenos de voces tácitas
citados
cifrados
vamos
al lugar
de la voz
del padre.



TODOS

Y todo es una cifra de la memoria.
Y todo es una cita de la memoria repitiéndose.
Llenos de sílabas.
Vacíos de todo humano: sílabas
flotando
en esta misma
trivialidad.



CIFRAS

En lugar de la voz
que debí oir.
En lugar de las sílabas
que se desplazan
(¡Corren por una frase eterna de la memoria!)
Esta serena trivialidad:
el bálsamo
de la repetición
de un final
que fluye.



ECOS

Aquí en la flotación del mundo.
Aquí en la voz -el aire
cielo evocado, azul
gastado en el relato.
Visión.
Visión
repetición.
Imagen
sostenida
de la repetición.
Imagen duplicada
de vos.
Tú:
voz en cita.
Tú, retenida
en ritmos anteriores:

detenido
en ese aliento detenido.
Voz material,
madera: carne
de la madera
y voz a nada
gritando a nada
en el final.




Versiones de Sentimiento de Sí
Suma paterna: ¿Dónde estaré en la voz? ¿Por qué la voz? ¿Por qué esta sílaba -vos,voz,vos- que se repite? Entre nosotros: un gran secreto cunde. Son las preguntas, que de ahora en mas son siempre verdaderas. Cifras en la memoria: un clic y volveremos a memoria. Recuerdo que... Cantabas... Pero solo contaba la presencia de un gran hueco, sombra hueca agregándose y cantando: vos, voz. Cuando todas estas palabras caigan como al dictado, recién entonces hablaré. Mientras, seguiremos callando de vos, voz, de tu otra voz que se abre aquí y me enfrenta toda derramada. Sí, frente a mí, afirmación de un tono de la llamada voz Necesitamos esperar todo este tiempo de medio siglo para encontrarte y eras vos: sola allí, voz citándome. Hubo un momento como de luz, como un gran clic en la memoria: volábamos con la velocidad del sueño y pasamos al centro de ese gran grito de la memoria: toda palabra resumida allí, entera en una sílaba. ¡Y todo lo recordado y lo creído allí en el ruido resonando..!
La voz del padre: un grito apenas de su ceño -dad- resonando. ¿Era su voz, mi voz? Solo recuerdo que disparé como quien al azar aprieta una palabra buscando sílabas perdidas. El daño estaba hecho, todo anulado sin lugar, sin tiempo. Hablaba de la muerte de un padre y narraba historias de insensatez urbana: juegos triviales del hombre y la mujer, juegos de posiciones del sueño y el poder, juegos reglados en superficie, tramas de cortesía aislada y saludos y encuentros de superficies conocidas. Pero son siempre las preguntas que vuelven resonando y solo prueban el efecto del alma vacía resonando en el alma del coro. Hablaba de la visión de una madre como un cuadro liso de mar -nada de toda ella ahí- pero ocultaba esas imágenes ahuecándose y yéndose con el relato de una guerra que ni siquiera nos pertenecía. Hay una guerra grande, hay un amor -contaba- grande, pero todo eso humano transcurría fuera de la respiración mezquina de la voz voz, mientras trataba de acotarla en un vaso. ¡Pero si fue en un vaso vacío de juegos infantiles donde yo hablé y por primera vez descubrí el eco de esa otra voz que, ajena, me pertenecía..! Yo estaba en lo inaudible: atravesado por el método y en lo inaudible. Pero suena otra música -fricción, succión, respiración- y por ella vuelven a aparecer los niños, la voz se apaga y empieza la tarea: es una lámina como de mar, vacía, que se te impone contra la cara y absorbe las palabras. Voz inaudible, ahora recuerdo una mirada -ceño inaudible- y ya no puedo ver.
Despierto en otro cuadro: es un ángulo oscuro donde el polvo del sueño del salón estuvo acumulándose por años, aguardando el momento de envolverme: humo de mi respiración acabada. Allí la voz censura el estado del cuerpo: la voz, la boca, un pie que anuncia las huellas de su encuentro con superficies malas, y como redención, un ensueño de superficies muelles que nos abriguen. No quiero estar aquí. Yo necesito un aire claro para escuchar aunque vuelvan a hablarme con la voz de esos muertos.
Calado, callado, cifrado: yo soy del aire opaco. ¿Y si hubiera sabido todo de una vez..? ¡Lo que hay detrás de cada uno de los hábitos! ¡Solo cuando entreveo y sospecho vuelvo a ser..! Y aquí, en la flotación del mundo, se hizo el momento de esperar justo cuando termina el tiempo.
Soñabamos con la armonía de un vuelo y caímos en el agujero de las islas donde nos esperaba el miedo: el terror de las máquinas indescifrables, el terror de las proporciones, el terror de la desproporción. Calado por el sueño, callado por caer, cifrado por una voz de la memoria: el sí de las sílabas.
En el instante de la razón de la palabra vuelvo a oir. Es otra vez el eco de visiones entrechocadas, un ruido de la boca del padre muerto.
Padre nuestro que estás en el curso de la palabra: ¿Hay lugar? Sabía que hay ayes milagrosos que curan, pero: ¿Dónde curar? ¿Y qué? ¿Debimos dejar correr el aire indefinido de ese aleteo que nos revelaba? ¿Debo seguir en el trabajo lento de una materia que pronto se precipitará a lo suyo?
Una palabra se divide para mostrarse: imágenes de palabras que pasan arrastrando partes de materia aún viva, cordones palpitantes, restos de la memoria a punto de secarse o de descomponerse. Un hombre se divide para ser uno: dos voces tratándose de oir. Imágenes de dobles duplicándose en una sucesión de espejos abierta a nada.
Solo aturdido por esas voces que me hiceron vuevo a ser. Solo encandilado por las imágenes de un sueño vuelvo a ver el instante de la razón de la palabra . El instante de la palabra. La adoración apretada de cada sílaba apretada. Sólo sumido en la respiración de ese olor familiar se vuelve mi aire -escaso- respirable. Y solo demorando la succión de su cuerpo -sabor que llega gradualmente y colma- vuelve mi cuerpo por instantes a la forma indecisa que lo contuvo. Fricción, visión, respiración.
Versiones de esta sílaba que corre por una frase eterna de la memoria. Voz incesante, vuelve a oír. Visiones de una cifra apretada en la memoria: componen y retocan la imagen de una ciudad apagada que mas tarde amanece y vuelve a ser. Una palabra trae la otra versión de sí, la traducción de sí, y la traición así de una ciudad que debo restaurar en los sueños.
Bálsamo de la edad. Bálsamo de imaginar una ciudad en paz con sus partes intactas. Bálsamo de lo imposible. La flotación del mundo, apenas alusión a lo que busco para pasar al sueño como quien duerme.
Repetición: imagen sostenida. Nada que te rodea. Soplar ese vacío. Debo seguir el curso de esta respiración y celebrar las once sílabas de siempre. Veo ahí millones: millones siguiendo el mismo paso y celebrando estos mismos acentos. Una antigua cadencia que a cada uno le reveló a su turno la voz del padre: el tono que se oscurece y cesa -gritando a nada- hacia el final.

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