Consumo ergo sum


 La necesidad primordial del sistema económico cultural actual, donde los conceptos de capitalismo, neoliberalismo e incluso sistema económico se vuelven eufemismos para la producción, entrenamiento y adoctrinamiento de cuerpos consumibles, más allá de la mercancía y aún más allá del capital, el bien consumible es el consumidor en sí mismo, y sus representaciones o mejor dicho sus figuraciones comerciales, que los son todas, consumimos nuestras propias figuraciones, incluso las de la pobreza, del abandono, la lucha ( la izquierda también vende, no quepa ninguna duda), el llamado problema de la pobreza mundial no está en la necesidad ética de alimentar o dar mejores condiciones de vida a tantos cuerpos hacinados en las categorías de ciudadanos de segunda, cuarta o ausentes o extranjeros sino en la perdida fundamental que acarrea para el sostenimiento del sistema general de miles de cuerpos en estado de no consumición, es decir, en la perdida de consumidores posibles. Así, la figuración de la pobreza se vuelve una mercancía accesible al bolsillo de todo buen consumidor por unos céntimos demás que deja en cualquier caja de eroski, farmacity o similar, y así se paga el impuesto al consumidor faltante.

¿A quién le importa el capital? De una u otra manera todxs somos  la pre figuración del  perfecto consumidor, sostenemos los dispositivos de control y distribución de las mercancías y el valor de ellas con nuestro deseo de portar  los cuerpos, los géneros, las duchas y las zapatillas, y las canciones y las ideas, y los portátiles y los zapatos que están disponibles para consumir, sin ninguna duda el deseo de sentarnos a la mesa  sostiene a los miles de pie que sirven en cualquier bar en cualquier punto del mundo. Sostenemos  las tecnologías de  sujeción con nuestro propio deseo. Con nuestros  propios cuerpos.
¿Podemos vender y comprar desobediencia? Si.


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