Autorretrato diferido


A gus

Siempre he sido renuente a los relatos autobiográficos, supongo que esto también pasa en los autorretratos pictóricos. Después de mucho tiempo de haber leído autobiografías y de haber leído, en el interior de las cuestiones de género y las cuestiones políticas en general, relatos, justamente, políticos, en primera persona, he tenido la sensación de que una aclaración precedente era, cuando menos, necesaria. Necesario decir, verbigracia, que un relato político en primera persona no es el relato de un sujeto político privilegiado. En cuanto a las autobiografías, me resultan algo imposible, algo que debe, creo, ser precedido por la aclaración de que allí no se encontrará La verdad de ninguna vida, de ninguna bios, de ninguna grafía.

          Razón por las cuales, decido, por el momento, seguir en el intento siempre infructuoso de pensar. Decido, entonces, diferir el juicio un momento. Recordando, por si las dudas, que “yo” es una palabra que requiere explicación y crítica, dos movimientos necesarios después de siglos de monadismo, en un mundo en el que aún, a pesar de haber corrido tanta agua bajo el río, el monadismo sigue reproduciéndose de maneras complejas, sutiles y, a veces, burdas.
          Hay aquí un problema que, creo, debe ser pensado: el problema, el viejo problema del espejo: quién mira cuando nos miramos, qué miramos cuando nos miramos, que es mirar sin tener en cuenta los demás sentidos que pueden concebirse, tal vez, como infinitos? Pero el oído del que lee una autobiografía, de esos lectores que seguimos teniendo hormigas en la cabeza, no se detiene. Asumimos la lectura y, muchas veces, lo hacemos más apasionada que reflexivamente, cuando la reflexión sin pasión ha sido siempre un imposible. Autoengaño? Tal vez, como decía, hay que seguir difiriendo el juicio, se ha dicho muchas veces que la virtud de los sabios es la paciencia, no quiero ni puedo imitar a los sabios (pese a mi gusto por la sofística), quiero observarlos, tocarlos, escuchar lo que dicen, detenerme en ese silencio que es paz sin dejar de ser ciencia, o, yo preferiría, arte.

          Abandonar al autor es una premisa que nos han propuesto muchos de nuestros viejos y nuevos maestros, pero, ¿qué significa abandonar al autor? Tal vez debamos comenzar diciendo que la autoría, como ha revelado, tal vez, Kojeve, es más que nada un acto creador: algo así como tener un hijo. Y otro sabio, un poco más desde oriente, nos ha dicho que nuestros hijos no son nuestros hijos, no son nuestros, y si no son nuestros, supongo, es porque son, pese a todo pesar, libres: libres de nosotros, libres del autor, libres de un yo o un uno (máscara de yo) o, incluso, de un ilusorio nosotros.

          El maestro de un maestro o simplemente lo que yo consideraría, humildemente si me permiten, un maestro, me dijo “aquí no falta nada, pero lo que falta, falta” y , probablemente, lo erróneo de la frase popular “mejor que sobre y no falte” es que lo que no sobra, lo que falta es principio de movimiento, principio del camino, principio de lo que aun no somos y de las posibilidades de nuestro ser. Lo que también implica, que a ese maestro haya tenido que decirle que lo único que pido es un maestro ignorante.

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