Lógica de funcionamiento


de Mauro Ï Cabral, el Martes, 23 de noviembre de 2010 a las 18:05





Hace mucho tiempo que quiero escribir sobre esto. Nunca encuentro el momento apropiado, y quizás nunca lo encuentre.  Mientras tanto:

Cuando se habla o se escribe sobre intersexualidad por lo general se habla o se escribe acerca de la conexión intrínseca de la intersexualidad con la producción e incorporación biomédica del género -lo que es decir, acerca del manejo médico intersexualidad como un dispositivo generizador destinado a encarnar, una y otra vez, cuerpos (hetero)sexuados. Este procedimiento se denuncia no solamente por su implicación constante y literal con la heterosexualidad obligatoria. También se denuncia por sus consecuencias: mutila.

La mutilación puede describirse. Es difícil, pero no imposible. Y su dificultad no proviene solamente de su ferocidad, ni de su irreversibilidad, ni de su diferencia; proviene, además, de su temporalidad ambigua. Nunca es posible delimitar cuándo comienza y, mucho menos, cuándo termina.

La mutilación es un juego de espejos.

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Mi cuerpo fue intervenido hace más de veinte años con un solo propósito: que ese cuerpo, el mismo cuerpo, le resultara sexualmente atractivo a un hombre a quien yo todavía no conocía, ni conozco. Era, en realidad, el hombre de los sueños de mi cirujano, el hombre que él soñaba para mí pero en sus sueños, no en los míos  (y algún día escribiré también sobre ese extraño pacto homoerótico sellado con mis entrañas como garantía). Dos cirugías y seis años de dilataciones transformaron ese cuerpo en algo bien distinto. Los análisis, las ecografías, las exploraciones, las cirugías y las dilataciones lo convirtieron en una oportunidad para el misterio: cicatrices internas de recorrido dudoso, dolores sordos de procedencia inexplicable, insensibilidad al roce, al calor y al frio, campo magnético ingobernable. El mismo intento que me abrió de par en par y en profundidad para volverme apetecible-en-tanto-accesible hizo de mi cuerpo esto que es: un territorio donde apetitos y accesos rara vez se encuentran en el mismo sitio.

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Me encantaría decir que eso es todo, que se termina acá. No se termina.

Mi cirujano suponía que el hombre de sus sueños no podría lidiar con un cuerpo como el mío: había que mejorarlo. Las "mejoras" han convertido mi cuerpo en algo con lo que yo no consigo lidiar. Tampoco el resto de los hombres, soñados o no.

Duele, molesta, se seca, se saca siente de más o de menos, se resiste; tiembla. No está listo para el placer ni ahora ni más tarde, se cierra con obstinación. Se defiende de todo sin necesidad alguna, ataca preventivamente, se cuida y se desprecia. Se oculta. Se sustrae. Se enfurece, se estrella. Hace más de 20 años que con y contra mi voluntad eso, mi cuerpo, se resiste.

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Cuando yo era un adolescente de cuerpo impenetrable fui condenado por el juicio de la performance: sin cirugía no habría performance sexual posible. Hoy todo es distinto y tan sin embargo la misma cosa. La celebración de los "cuerpos no normativos" no deja espacio para la materialidad de su latido: se celebran los "cuerpos no normativos" pero, finalmente, se espera que funcionen a la carta. Hay espacio visual para la cicatriz y su belleza, pero ningún espacio para los efectos de su paso. Hay deseo por los derrames de la norma, pero las normas del deseo son las mismas.

Las biotecnologías médicas de la intersexualidad siguen en ejercicio y no porque hayamos fracasado en contaminarlas con nuestras estrategias sexuales. Más bien, me parece hoy, hemos fracasado en deconstruir el funcionamiento del cuerpo como lógica sexual implacable.

Mi cuerpo, por ejemplo, está en cortocircuito. No funciona.

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Sé que lo que escribo no es ni fácil de leer ni fácil de aceptar. Lo sé porque aunque esta es la primera vez que lo escribo llevo conversándolo muchos años. La verdad es que aún quienes se enfrentan a este sistema a través de cuestionar su sentido común biotecnológico terminan por ofrecer la misma receta sistémica: lo que no funciona de un modo siempre puede y debe funcionar de otro. Lo importante es que funcione.

La lógica del funcionamiento corporal se reproduce a través de la producción imparable de ejemplos: ahí está la historia de aquella a quien le cortaron una parte pero goza por la otra; por ahí está también la historia de aquel que no siente nada pero lo compensa con un empoderamiento que lo rehabilita; por todas partes están aquell*s que aunque masacrad*s aprenden a producir su atractivo. A veces no sé quiénes relatan estas fábulas de moraleja prístina. Algunas hubieran podido ser escritas o narradas por mi cirujano. Todas dicen lo mismo: lo importante es que el cuerpo funcione, porque ahí afuera no hay nadie, pero nadie, capaz de lidiar con lo que no funciona. Se tiran las computadoras, los televisores, las licuadoras; los juguetes a pila, las heladeras, las cocinas y, en general, todo lo que se rompe. Hay que funcionar, entonces, porque sino los cuerpos también se tiran, y con ellos también se tira a la basura a la gente que los vive.








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