«I AM WHAT I AM»,

by El Comité Invisible
Emmanuel Alejandro

«I AM WHAT I AM». Este es el último ofrecimiento del marketing mundial, la última fase de la evolución publicitaria; siempre hacia adelante, muy por delante de todas las exhortaciones para ser diferente, ser uno mismo y tomar Pepsi. Tantos conceptos para solo llegar ahí, a la pura tautología. YO = YO. Él corre en una trotadora frente al espejo de su gimnasio. Ella regresa del trabajo al volante de su Smart[1]. ¿Se encontrarán en algún lugar?
«YO SOY LO QUE SOY». Mi cuerpo me pertenece. Yo soy yo, tú eres tú, y eso está mal. Personalización en masa. Individualización de todas las condiciones: de vida, de trabajo, de desgracia. Esquizofrenia difusa. Depresión servil. Atomización de fines particulares paranoicos. Histerización del contacto. Mientras más quiero ser yo, más tengo el sentimiento de vacío. Cuanto más me expreso, más me agoto. Cuanto más me persigo, más cansado estoy. Yo tengo, tú tienes, todos tenemos nuestro ‘Yo’ como una mirilla fastidiosa. Nos hemos convertido en los representantes de nosotros mismos, en un comercio extraño, en los garantes de una personalización que, finalmente, tiene todas las características de una amputación. Así, garantizamos la ruina misma con una torpeza más o menos disfrazada.
En la espera, hago gerencia. La búsqueda de sí, de mi blog, de mi apartamento, de las últimas estupideces de moda, de las historia de pareja, de culos… ¡lo que sea haga falta de prostético para poder tener un Yo! Si «la sociedad» no se hubiese convertido en esa abstracción definitiva, ella designaría el conjunto de todas las muletillas existenciales que se me tienden para poder arrastrarme una vez más: designaría el conjunto de todas las dependencias que he contraído pagando el precio de mi identidad. El minusválido es el modelo de la ciudadanía por venir. Y no es sin premonición que, actualmente, las asociaciones que explotan al individuo exijan para él una «renta de existencia[2]».
Por todas partes, la exhortación a «ser alguien» resguarda el estado patológico que hace de esta sociedad algo necesario. La exhortación a ser fuerte origina la debilidad por la que ella misma se mantiene; lo hace a tal punto que todo parece tomar un aire terapéutico, incluso el trabajo, incluso el amor. Todos los «¿cómo estás?» que se intercambian en una jornada de trabajo hacen pensar en los numerosos chequeos de temperatura que se suministran unos a otros en una sociedad de pacientes. Ahora la sociabilidad se encuentra hecha de mil pequeños nichos, de mil pequeños refugios donde se mantiene uno caliente. Donde siempre se está mejor que en el frio de afuera. Donde todo es falso, puesto que todo es solo un pretexto para recalentarse. Donde nada puede ocurrir porque todos están muy ocupados titiritando a la vez. Pronto esta sociedad ya no se sostendrá más que por la tensión de todos los átomos sociales que se dirigen hacia una curación ilusoria. Es una central que obtiene su fuerza motriz de un contenedor de lágrimas gigante que siempre está a punto de desbordarse.
«I AM WHAT I AM». Ningún sistema de dominación jamás había encontrado una palabra de orden menos sospechosa. El cuidado del ‘Yo’ en un estado de casi-ruina permanente, en una casi-incapacidad crónica, es el secreto mejor guardado del orden de cosas actual. El Yo débil, deprimido, autocritico, virtual es por esencia ese sujeto indefinidamente adaptable que requiere de una producción basada en la innovación, en la obsolescencia acelerada de tecnologías, en la conmoción constante de normas sociales, en la flexibilidad generalizada. Es al mismo tiempo el consumidor más voraz y, paradójicamente, el Yo más productivo el que se lanzará con mayor energía y avidez a la caza del menor de los proyectos para luego volver a su estado larvario original.
«LO QUE YO SOY», ¿entonces? Desde la infancia, soy algo inundado por océanos de leche, olores, historias, sonidos, afecciones, canciones, sustancias, gestos, ideas, impresiones, miradas, cantos y manduca. ¿Lo que yo soy? Por todas partes, algo vinculado a lugares, sufrimientos, ancestros, amigos, amores, eventos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que sin duda alguna no son yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los lazos que me constituyen, todas las fuerzas que habitan en mí no tejen una identidad como se me estimula a alabarla, sino una existencia —una existencia singular, común, viva y de donde emerge por instantes, por lugares, ese ser que dice «yo»—. Nuestro sentimiento de inconsistencia es solo el efecto de esa necia creencia en la permanencia del Yo, y del poco cuidado que concedemos a lo que provoca en nosotros.
Ver reinar así el «I AM WHAT I AM» de Re book sobre un rascacielos de Shanghái causa vértigo. El occidente se expande por todos lados como su caballo de Troya favorito, esa antinomia asesina entre le Yo y el mundo, el individuo y el grupo, entre el apego y la libertad. La libertad no es el gesto de deshacernos de nuestros apegos, sino la capacidad práctica de operar sobre ellos, de moverse entre ellos, de establecerlos o de cortarlos. La familia solo existe como familia, es decir, solo como un infierno para quien ya ha renunciado a alte rar los mecanismos debilitantes, o no sabe cómo hacerlo. La libertad de pelearse por siempre ha sido el fantasma de la libertad. No podemos desembarazarnos de lo que nos pone trabas sin perder al mismo tiempo aquello sobre lo que nuestras fuerzas podrían ejercerse.
«I AM WHAT I AM», por lo tanto no soy solo una mentira, ni una simple campaña publicitaria, sino una campaña militar, un grito de guerra dirigido contra todo lo que hay entre los seres, lo que circula indistintamente, lo que los une invisiblemente, contra todo lo que pone obstáculos a una desolación perfecta, lo que hace que existamos y hace que el mundo no tenga el aspecto de una autopista, de un parque de atracciones o de una nueva ciudad, en una palabra: aburrimiento puro, sin pasión y bien ordenado, espacio vacío, glaciar donde solo transitan cuerpos matriculados, moléculas automóviles y mercancías ideales.
Francia no es la patria de los ansiolíticos, el paraíso de los antidepresivos, la Meca de la neurosis, sin ser simultáneamente el campeón europeo de la productividad por horas. La enfermedad, la fatiga, la depresión pueden ser tomadas como los síntomasindividuales de lo que es necesario curar. Ellas trabajan al cuidado del orden existente, de mi dócil adaptación a las normas débiles, de la modernización de mis propias muletas. Ellas abarcan en mí la selección de inclinaciones oportunas, conformes, productivas, y aquellas a las cuales va a ser necesario ofrecer gentilmente condolencias. «Hay que saber cambiar, tu sabes». Pero, consideradas como hechos, mis incapacidades pueden llevar también al desmantelamiento de la hipótesis del Yo. Entonces, se hacen actos de resistencia de la guerra en curso. Se hacen rebelión y foco de energía contra todo lo que conspira para normalizarnos, para amputarnos. El Yo no es lo que está en crisis dentro de nosotros, sino la forma de él que se busca infundirnos. Se quiere hacer de nosotros Yoes bien delimitados, bien separados, clasificables y almacenables por calidad, resumiendo: controlables, a pesar de que somos criaturas entre las criaturas, singularidades entre nuestros semejantes, carne viva que teje la carne del mundo. Contrariamente a lo que nos repiten desde la infancia, la inteligencia no es saber adaptarse (si eso es una inteligencia, es la de los esclavos). Nuestra inadaptación, nuestra fatiga son soloproblemas desde el punto de vista de quien quiere someternos. Indican más un punto de partida, un punto de confluencia para complicidades inéditas. Dejan ver un paisaje que de otro modo sería más ruinoso, pero infinitamente más divisible que todas las entidades fantasmagóricas que esta sociedad mantiene por su cuenta.
No estamos deprimidos, no estamos en huelga. Para quien se niegue a hacer gerencia, la «depresión» no es un estado, sino un pasaje, un hasta luego, un paso hacia la desafiliación política. A partir de allí, no hay otra conciliación sino la medicamentosa o la policiaca. Es precisamente por ello que esta sociedad no teme imponer Ritaline a sus niños más despiertos, que fabrica correas de dependencias farmacéuticas y que pretende detectar los «problemas del comportamiento» a partir de los tres años de edad. Esa es la hipótesis del Yo que se desquebraja por todas partes.

[1] “MCC Smart” (Micro Compact Car Swatch Mercedes Art): automóvil de uso urbano.

[2] Renta básica.

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