Agujereó mi paciencia. Será porque pude descifrar la pregunta que modulaban sus labios. Será porque después de una mañana de miradas incrustadas en mi cuerpo, en especial en mis tetas, en el corte de pelo, los hombros y las caderas, portaba un copioso memorial de ojos inquisidores. Será porque acumulo muchas mañanas como esas, tardes y noches de violencia de la decodificación genérica.
“¿El o ella?”. No fueron los pronombres. No fue la interrogación. Fue la conjunción disyuntiva que las unía y que, en el cuerpo, las excluía. La “o” con que la máquina binaria captura el mundo con efectos de reducción y aniquilamiento. El estilo corporal normalizado, el género adecuado, el deseo correcto. La máquina de pensar en “o” define la política de guerra del régimen heterosexual. Una gramática de la existencia que borra y oblitera posibilidades, ambigüedades, promiscuidades. Ser esto “o” aquello, distancia que se mide con la òptica del miedo. Una máquina de organización de los cuerpos en dos casilleros, en dos letras, en dos vocales, en dos filas, en dos mitades, en dos vidrieras, en dos baños. Máquina que, ajustada a los tiempos del capitalismo global, tritura las diferencias y las vomita en una serialización domesticada.
El gobierno de la “o” estimula las dinámicas polarizantes que menosprecian la riqueza sensible del antagonismo. Infinitos pares semánticos en gradación asimétrica ocupando la cadena de producción de la vida. Industria del odio, cuya premisa de pureza asedia los límites escénicos de la pregunta de respuesta clausurada. Pero siempre hay un plus que subsiste en la vivencia y en la mezcla indetenible de los cuerpos, en el encuentro de los signos y sus fragmentos. “Chùpame el código”, desafía el “Manifiesto de la zorra mutante”[1] para interrumpir el circuito que atenaza la legibilidad corporal y sus narrativas canónicas. Las anomalías de la “y” transitan por la vida, volviendo la ambivalencia una publicidad a la vez asertiva y expuesta de nuestra carne. Ensayar la conjunción copulativa como una táctica celebratoria y de tensión poética. El territorio de las “y” comunica heterogeneidades, implosiones, recombinaciones, transposiciones y conexiones parciales.
Desarmar la “o”, ese collar de ahorque con el que los cuerpos son atrapados en cápsulas de obviedad. Sabotearla, lengüetearla hasta la oquedad, convertirla en esfínter, en orificio antisistema de flujo proliferante. No es la resolución de un problema de gramática ni una receta de libertad la urgencia, es una inflexión cardinal en la sintaxis biopolítica que articula posibilidades de vida y de muerte. Perforar el lenguaje hegemónico de la ley que regula la economía del saber de los cuerpos como método casero que configure una práctica perceptiva de la rareza como montaje de la norma. Una tarea mínima, casi invisible, de producción artesanal de mañanas, tardes y noches en que respirar sea un ejercicio más gozoso, con vacilaciones, pero menos escabroso para todos esos/nuestros cuerpos que encarnamos de múltiples y singulares formas las masculinidades y feminidades sin ataduras a lo que tenemos entre las piernas.
[1] “Manifiesto de la zorra mutante” de VNS MATRIX en http://www.estudiosonline.net/
“¿El o ella?”. No fueron los pronombres. No fue la interrogación. Fue la conjunción disyuntiva que las unía y que, en el cuerpo, las excluía. La “o” con que la máquina binaria captura el mundo con efectos de reducción y aniquilamiento. El estilo corporal normalizado, el género adecuado, el deseo correcto. La máquina de pensar en “o” define la política de guerra del régimen heterosexual. Una gramática de la existencia que borra y oblitera posibilidades, ambigüedades, promiscuidades. Ser esto “o” aquello, distancia que se mide con la òptica del miedo. Una máquina de organización de los cuerpos en dos casilleros, en dos letras, en dos vocales, en dos filas, en dos mitades, en dos vidrieras, en dos baños. Máquina que, ajustada a los tiempos del capitalismo global, tritura las diferencias y las vomita en una serialización domesticada.
El gobierno de la “o” estimula las dinámicas polarizantes que menosprecian la riqueza sensible del antagonismo. Infinitos pares semánticos en gradación asimétrica ocupando la cadena de producción de la vida. Industria del odio, cuya premisa de pureza asedia los límites escénicos de la pregunta de respuesta clausurada. Pero siempre hay un plus que subsiste en la vivencia y en la mezcla indetenible de los cuerpos, en el encuentro de los signos y sus fragmentos. “Chùpame el código”, desafía el “Manifiesto de la zorra mutante”[1] para interrumpir el circuito que atenaza la legibilidad corporal y sus narrativas canónicas. Las anomalías de la “y” transitan por la vida, volviendo la ambivalencia una publicidad a la vez asertiva y expuesta de nuestra carne. Ensayar la conjunción copulativa como una táctica celebratoria y de tensión poética. El territorio de las “y” comunica heterogeneidades, implosiones, recombinaciones, transposiciones y conexiones parciales.
Desarmar la “o”, ese collar de ahorque con el que los cuerpos son atrapados en cápsulas de obviedad. Sabotearla, lengüetearla hasta la oquedad, convertirla en esfínter, en orificio antisistema de flujo proliferante. No es la resolución de un problema de gramática ni una receta de libertad la urgencia, es una inflexión cardinal en la sintaxis biopolítica que articula posibilidades de vida y de muerte. Perforar el lenguaje hegemónico de la ley que regula la economía del saber de los cuerpos como método casero que configure una práctica perceptiva de la rareza como montaje de la norma. Una tarea mínima, casi invisible, de producción artesanal de mañanas, tardes y noches en que respirar sea un ejercicio más gozoso, con vacilaciones, pero menos escabroso para todos esos/nuestros cuerpos que encarnamos de múltiples y singulares formas las masculinidades y feminidades sin ataduras a lo que tenemos entre las piernas.
[1] “Manifiesto de la zorra mutante” de VNS MATRIX en http://www.estudiosonline.net/
Extraído de http://escritoshereticos. blogspot.com
por valeria flores
activista lesbiana feminista queer practicante de escrituras
febrero del 2008.-
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