Porno 4.0

¡Reinventar la obscenidad!
Una tautología, claro. Pero ardua, demasiado ardua. La tarea, ya lo sabemos, no presenta ninguna facilidad. El porno, su aliado durante décadas (¿siglos?) se retrae cada vez más de la escena: a medida que se expande, se exhibe más y más limpio.

La digitalidad reformatea sus normas de higiene. Es claro: vivimos en tiempos de porno progresivamente menos obsceno.

¿Acaso The Game, o Virtual Hottie 2, por citar apenas unos pocos softwares de inspiración porno, no son tan asépticos como una clase de biología?

¿El porno en la era del Photoshop no tiene demasiado de un clásico como Et on tuera tous les affreux (Que se mueran los feos”) de Boris Vian? Recordemos: una exhibición de anatomía tan diseñada que consigue que los feos, por simple diferencia, se transformen en los ejemplares más sexys del universo.

¿Acaso Megan Fox (absolutamente ubicua en estos días: ayer conté cinco tapas de revistas con su imagen en un kiosco) no es una suerte de Simone, la belleza programable craneada por Andrew Niccol en la película protagonizada por Al Pacino y Rachel Roberts?
No se pierdan este video sobre sus “agentes de post-producción” (Megan Fox como un inventario de efectos especiales).

¡Hasta las imperfecciones son pautas de diseño!
Cuando Diablo Cody escribió su guión para Jennifer’s body (estrenada hace poco entre nosotros como ¡Una diabólica tentación!) lo sabía perfectamente. Esta especulación es la que puede volver interesante la maniobra.

Pues bien: la obscenidad, por definición, incesantemente debe reinventarse (de allí nuestra imputación de tautología: no existe obscenidad que no exhiba constantes síntomas de mutación). Obscenidad, digámoslo de otro modo, no es más que reinventar los modos de suciedad cultural.
Así fue siempre.

¿En qué consistió, históricamente, su suciedad? Quizá sus clásicos aspectos vergonzantes nos proporcionen una pista. O muchas. El pornógrafo y su socio discreto, el consumidor, hablaron siempre en voz baja. ¿Acaso Wikipedia no equipara la biografía de cualquier pornostar a la de las actrices cine que jamás hicieron un desnudo? Tampoco la desnudez es lo que era porque lo vergonzoso, en tanto síntoma cultural, muta vertiginosamente.

¿Desvergüenza o neovergüenza?
Entre los dos términos se perfilan abismos.

Si el porno molesta, si provoca, lo hace en cada vez más reducidos sectores. Digámoslo así: el porno ya no abre ninguna puerta de nuestras zonas oscuras. A menos no el porno que se nos ofrece como primera opción en las listas de cualquier buscador web.
¿La obscenidad se dispara acaso a las zonas más secretas de la industria?

Adhiero a esta hipótesis: la digitalidad, al reformular las posibilidades de lo virtual, alteró definitivamente la matriz de lo que llamábamos porno.
Virtualidad, lo hemos dicho y repetido, no es sino una versión extrema de lo físico (de un modo no tan diferente a la concepción que tenían los artistas concretos de lo abstracto como último refugio de lo figurativo; la comparación no es casual ni banal).

El porno 3.0 se sostiene en el mainstream del porno, esto es, en los clisés de belleza. Lo dije en otro sitio: el porno nos obliga a reconocer la vulgaridad de nuestros deseos. Con los avatares (con los sitios de sexo en los mundos virtuales –pensemos en Zindra de Second Life-) esta proyección se entroniza en su obviedad máxima. El porno es la práctica donde la innovación no resulta efectista.

Es cierto, el post-porno, en tanto respuesta e intervención político-estética, recupera y reelabora zonas que aún pueden resultar molestas, pero ¿a esta altura no lo hace también sobre clisés?
Volveré en otros posteos sobre el tema de la distancia: la virtualidad altera incesantemente la distancia entre los cuerpos. Si esta distancia, atávicamente, servía para sostener diferencias, para remodelarlas, para establecer resistencias, hoy parece un espacio publicitario entre otros.
Sí, sí: la publicidad siempre supo que el porno es una herramienta fabulosa. Pero ahora la ecuación se invirtió por completo: el porno no es más que una profiláctica currícula de operadores comerciales.

Decididamente: seamos tautológicos y reinventemos la obscenidad.
Extraído de Cippodromo, jueves 22 de octubre de 2009

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