La curva pornográfica


La curva pornográfica
El sufrimiento sin sentido y la tecnología
por Christian Ferrer
"Abundan tanto que ya no sorprende el rápido despliegue y exitosa implantación de las industrias del cuerpo. La farmacopea de la felicidad, las sucesivas generaciones de antidepresivos, las mareas de pornografía y los enclaves urbanos en los que se formatea el cuerpo son reveladoras de síntomas a la vez que experiencias bienvenidas. Su profusión adquiere sentido en sociedades altamente tecnificadas que promueven el valor de intercambio del cuerpo: cumplen tareas de amortiguación. El origen de estas industrias de la metamorfosis carnal puede
ser rastreado en efectos no-previstos nutridos al rescoldo de los acontecimientos pugnantes de la década de 1960: la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana, las batallas por los derechos civiles de las minorías, la descolonización del África. Pero también fue época de desobediencias culturales cuya resonancia sería duradera y que harían lugar al reclamo de experimentación en temas de libertad sexual, uso del cuerpo y placer cotidiano. Una vez que los programas políticos
maximalistas de entonces se marchitaron o fueron absorbidos por agencias gubernamentales, quedó en pie, rampante y acuciante, la demanda de cambio de costumbres. El “juvenilismo” licuó a las filosofías de la historia y huir del dolor se transformó en anhelo urgente.Una opinión corriente supone que aquellas amplitudes libertarias condujeron al actual “libertinaje” y a una obscenidad digna de emperadores romanos. Los voceros de la iglesia y de grupos conservadores peticionan por restricciones al desenfreno. Otro discurso, aparentemente contrastante pero en verdad simétrico enfatiza que el “libertinaje” es un efecto desagradable aunque disculpable causado por la ampliación de las libertades de elección, y promueve el uso
responsable de la permisividad en asuntos sexuales y equivalentes. Ambos comparten el eje alrededor del cual polemizan. El proceso puede ser invertido: como hace décadas que las costumbres se han vuelto obscenas, entonces se hace necesario un género específico que las represente. Ese género es la pornografía, y su evolución difícilmente sea comprendida si únicamente se presupone una época tolerante. La esencia de la pornografía no se evidencia tanto en el primer plano anatómico como en su promesa de felicidad perfecta. En tanto la demanda de
goce se vuelve creciente y pregnante tanto más se hacen imprescindibles las ortopedias y amortiguaciones garantizadoras de placer. Se ha pasado de la relajación selectiva de los umbrales del pudor, que en la década de 1960 estuvo condensada en grupos juveniles, bohemios o radicalizados, a una amplia porosidad que desdibuja los tabúes establecidos sobre el uso del cuerpo.Tradicionalmente, el diferenciador social por excelencia era el dinero, a su vez reemplazo del honor estamental. En una coordenada vertical en la que eran arrojados todos los recién nacidos, la posesión o desposesión de riqueza regía el destino. Quien disponía de fortuna, pasaba por la vida pertrechado de placeres y comodidades. Quienes subsistían en la parte inferior de la coordenada sólo podían esperar, luego de una lucha intensa y de resultado incierto en el campo de batalla definido por la economía, ascender unos escalones de la pirámide. Pero en los últimos cuarenta años otra coordenada que recién comienza a desplegarse inserta a las personas en otro diferenciador social, que cruza al anterior: la coordenada que contiene valores definidos por la belleza y el cuerpo joven. Quien dispone de esos atributos y de un mínimo de audacia puede ascender socialmente con inusitada celeridad, posibilidad que antes estaba sometida a variadas
restricciones. El mundo de la prostitución de lujo podría ser considerado un laboratorio que apuntala y extiende esta coordenada. Pero quien está ubicado en el otro extremo, y mucho más si carece de otros recursos, se encuentra sometido a intensas presiones que sólo pueden agravar su malestar existencial. Pero justamente las industrias del cuerpo se dedican a compensar la posición desfavorecida de quienes están ubicados en el extremo débil de la nueva coordenada. Antidepresivo, viagra, cirugía estética, turismo sexual, diagnóstico de preimplantación seguido de anhelos de remodelación de la dote genética de quien aún no ha nacido: tales son las ofertas actuales de amortiguación del sufrimiento. Flujos de capital se encuentran con flujos libidinales sobre una mesa de disección del cuerpo.La pornografía es un género que ha recorrido una larga marcha: de la vieja literatura “sicalíptica” destinada a ser leída en retretes a la fotografía y peep-show en blanco y negro a la revista arropada en celofán en kioscos al video alquilado o comprado por correspondencia a los canales codificados de televisión paga a los sitios gratuitos proliferantes en la red informática. La emancipación de la pornografía no fue obra de sus aficionados sino de la necesidad colectiva de
identificar un género que diera cuenta de nuevas experiencias y expectativas sensoriales. Y la esencia del género se condensa en un mensaje de felicidad compartida. Habitualmente, y si se dejan de lado algunos extremos criminales, los actores pornográficos son felices y su mensaje es que todos merecen el derecho igualitario al orgasmo y sin distinción de sexos, razas o clases sociales.
Más específicamente, la pornografía puede ser englobada en un género mayor, al cual podemos llamar “idílico”. En la tradición del idilio, el vínculo entre los enamorados, o entre un héroe popular y sus seguidores, no podía ser amenazado por ninguna peripecia. Curiosamente, la pornografía comparte esta ambición armónica con los programas infantiles, en los cuales el conflicto está prohibido, o bien con las antiguas visiones del jardín del Edén.
Sin embargo, la mayor parte de la población mundial carece de acceso a la pornografía, o bien intima con ella en dosis poco significativas, pero son interpelados de modo indirecto por ese género antes vituperado y ahora motivo de atracción. La pornografía se presenta en sociedad promoviendo una curvatura, haciendo presión sobre costumbres y expectativas sociales: sobre la dieta alimenticia, el trabajo de gimnasio, el consumo de apliques eróticos, el diseño de moda y sobre otros géneros mediáticos, en cuyos bordes proliferan decenas de industrias para un mercado emergente: del sex-shop a la cirugía estética, de la liposucción a la prostitución de lujo, del rastreo biotecnológico de los genes del placer a la selección de promotoras de mercancías, y de la autoproducción de la apariencia, bien para el orden laboral bien para animar fiestas de quinceañeras.
El etcétera es largo y las molestias e inconvenientes que estas gimnasias suponen son sobrellevadas porque se las percibe como sufrimientos dotados de sentido. Desde 1960, cuando se lanzó al mercado la píldora anticonceptiva, esas industrias han tomado al cuerpo de la mujer como campo estratégico de experimentación, y quizás como efecto del proceso ahora la curvatura pornográfica intima preferentemente con la imaginación erótica femenina. Pronto llega el momento en que el orden masculino demandará amparo a fin de eludir la calamidad subjetiva. Así como el proyecto “genoma humano” pretende alcanzar la última e infinitesimal célula del cuerpo humano, así la pornografía indaga los confines de las nervaduras del placer. En ambos casos, se promete felicidad garantizada:descubrir y anular el gen de la gordura o la calvicie; actualizar y perfeccionar el kamasutra.
Una serie de acontecimientos brotados en torno de las rebeliones subjetivas de la década de 1960 hacen confluir a las tecnologías del cuerpo con demandas acuciantes de felicidad. Placer, sufrimiento, políticas de la vida y tecnología se constituyen en las piezas de una maquina social aún no ensamblada del todo. No sólo la “libertad de cátedra” sino también la “curvatura pornográfica” y la necesidad de “acolchonamiento subjetivo” ante la intemperie del mundo movilizan la investigación y producción de prótesis biotecnológicas. Las consecuencias de esas presiones recaen sobre distintas instituciones y costumbres. A modo de ejemplo: algunas innovaciones jurídicas de los últimos años promovidas por problemas de coexistencia en ciertos espacios se vinculan a esa presión, entre ellas las figuras jurídicas del acoso sexual en el orden laboral.
El crecimiento de la casuística y regulación judicial no sólo lanza amarras hacia la voluntad política y cultural del feminismo por evidenciar ultrajes de vieja data y por resguardar a la víctima; también hacia la promoción de una logística amortiguadora de los estragos subjetivos que la curvatura pornográfica descarga sobre “espacios cerrados”. Próximamente seremos informados de normativas regulatorias del turismo sexual europeo y norteamericano a los países del tercer mundo. Por el momento, esa práctica disfruta de los beneficios propios de los períodos de emergencia de una “industria salvaje”.La voluntad de huir del dolor y la producción seriada de amortiguación tecnológica son clima y símbolo de los tiempos. Sólo cuando la ola se retire, el inventario de la resaca acumulada revelará si se trataba del umbral de un terreno ontológico en el cual se formatea una nueva configuración del ser humano, o si estas prevenciones han sido un ejercicio alarmista e inútil. Lo que parece incontestable es el marchitamiento de los proyectos políticos de subjetivación de índole existencialista. La meditación moral sobre la relación entre técnica y sufrimiento sólo puede abrirse espacio en un mundo que considere que la “interioridad”, el cuidado del alma, el cultivo de la curiosidad, la forja de la conciencia y el ideal del “conócete y ayúdate a ti mismo” sean vigorizadoras de la idea colectiva de dignidad. Pero difícilmente en un mundo en donde cada persona prefiere sostenerse a base de píldoras, implantes y emparches. Son formas de apuntalar el laberinto, más que al minotauro. Y si bien esas fórmulas y apuestas han probado ser eficaces, no dejan de estar amenazadas por el plazo fijo. Que todos soñemos con salir indemnes de nuestro paso por la existencia es comprensible. Pero al despertar de esta ilusión Arthur Schopenhauer la llamaba “dolor”."

Aparecido en revista Artefacto N°5 (2004)
www.revista-artefacto.com.ar
(artículo completo acá)

Comentarios

  1. tengo q dar una clase de esto... y me esta matando ajaj aunque lo entienda no paro de dar vueltas para poder esplicarlo

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