Nacional Higienicismo


El síndrome de la sala
Vitrinas impecables, forros bordados, mesas de lustroso ébano donde no es posible reconocer las huellas delebles de un delito, acuarios mórbidos, pero que resplandecen en su limpiez detergente, sillones de blanco revestimiento sobre los cuales ni siquiera es recomendable dejar caer las sombras de estas páginas (es que las letras pueden desteñir y macular la pulida superficie).
Es impresionante -viniendo, sin ir más lejos, de la Argentina- la obsesión de orden que reina en las salas brasileras. Allá afuera, en la calle, masas de nómades tirados en la basura se pudren entre nubes de smog y detritus deletéreos. Pero, una vez transpuestos los umbrales del vestíbulo (los edificios burgueses pasan por un alucinante "devenir prisión") "toda suciedad será castigada", se entra en el dormitorio de lo pulcro:"cada cosa en su lugar, cada lugar en su cosa".Nace el orden en el interior del hogar.
Abandonado a las moscas -diríamos con Richard Sennet- el espacio público, la blanca pureza del rigor fulgura en la rpivacidad del depto. Retiro a la interioridad de la casita del caracol, en todo relacionada con la tendencia contemporánea de cerrar narcisísticamente la vida en los problematizados límites de un ego y de un cuerpo personal. Distinción en la homogeneidad, que mide en su campeonato de los cristales. Y es sintomático que, para mantener esa sofocante organización, las clases medias deban recurrir a un verdadero ejército de empleadas domésticas, a quienes pacientemente se enseña y se impone -para que las transporten de paso al seno de sus hogares periféricos y enciendan en la pobreza el digno culto del orden limpio- toda una micropolítica del espacio residencial. No son apenas damas de Santana las culturas de esta necedad almidonada. Puede ser incluso que ambidextros universitarios, adeptos a la nada existencial, compensen la ineficacia de sus tedios cazando -paño en mano- la mancha en el recóndito rincón, corrigiendo la mínima oblicuidad del velador. ¡Una verdadera obsesión!
Será preciso algún día cartografiar -a través, arriesgo, de los archivos de las investigaciones de mercado- las dimensiones consumistas de esta manía por el orden en la sala. Proliferación de una parafernalia de productos destinados a producir en el paraíso doméstico la ilusión de una infinita asepsia: detergentes, jabones en polvo, jabones de tocador, aguas sanitarias, ceras, desodorantes, etc.
Es también significativo que el orden doméstico se presente a sí mismo como batural, como lógico, como implícito, cuando en verdad no es nada más que eso: un orden impuesto autoritariamente por los poderes domésticos, tan arbitrario e insoportable como tantos otros, en el "panopticum" contemporáneo.
Néstor Perlongher (1988)
-Prosa Plebeya -Edit.Colihue


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