Al siguiente artículo de Cippodromo (crítico tecnodigital de arte y cultura) le falta algo de la ya en desuso palabra política, del conflicto, de la hegemonia de las tecnologías. En donde asumimxs la construcción pulucionada y contaminada de los cuerpos, de los cyborgs de D. Haraway (todxs somos Cyborgs en el tecno capitalismo avanzado de nuestros dias: híbridos de máquina y cuerpos biológicos) como metáfora, ontología y mito poético político de nuestra era (véase el Manifiesto Cyborg de Donna Haraway al respecto), o en términos Foucaultianos nuestro era como 'suelo epistémico' de lo pensable, de lo decible de lo experimentable. Pero por asumir las actuales condiciones de producción de subjetividades, de biotecnologías de los cuerpos, no debemos aceptarlas como tal, al decir de San Foucault, por reconocer relaciones de poder no podemos olvidar correlativamente los espacios de resistencia a las prácticas y ejercicios del poder mismo. Donde vemos Cuerpos Cyborgs, mediaciones tecnológicas que se hacen carne, materialismo tecnopolítico contemporáneo, no podemos olvidar el espacio del conflicto político, de las relaciones de opresión y de hegemonía Cybertecnológicas en estas contrucciones y representaciones contemporáneas.
Si en los tiempos modernos, el inconsciente óptico (Rosalind Krauss dixit) fue el fértil campo de batalla de un eros irrefrenable, la virtualidad digital de nuestros días no es más que su continuidad e imperio.
Pero el código fuente que todo lo atraviesa, que despliega su hegemonía sobre toda información a nuestro alcance, conoce otro atávico dominio que no es sino su doble: Tánatos jamás fue tan anfibio.
Aclaremos mandos: existe una pornografía que podríamos denominar clásica, que ya no es más que otro de los ejemplos de los reinos de la infoxicación. Admite un contrato pasivo en el cual el usuario (consumidor) sólo produce en tanto voyeur. Clásica, aunque informatizada: indica la muerte de la vieja industria pornográfica (cuyos últimos capítulos de soporte fueron en VHS y el DVD) y su mudanza a los miles y miles de pornowebsites.
Se despliega en géneros-tags de toda índole (colegialas, bondage, orgías, interraciales, amateurs, asiáticas, pornostars, lesbianas, gay, manga),
cada cual un segmento de disciplinarios mercados-imaginarios en pugna: el deseo de todo voyeur tiene sus reglas, dogmas, mandatos.
Allí no hay imaginación, sino sólo formas preconcebidas, estereotipados kamasutras.
No se pierdan el reportaje de Vanesa Gringoriadis a la Princesita Hardcore Sasha Grey en el número de la Rolling Stone (Argentina) de junio. Dave Navarro (ex Jane’s Addiction, Red Hot Chili Peppers) es su co-manager y la dirigió en su película, Broken.
Sasha es empresaria, actriz de Hollywood (Soderbergh), lectora de Nietzsche y Brecht y fan de Godard, pero ante todo es una estrella pop.
A su lado, la Cicciolina (tan retro-kitsch) es una encantadora figura del museo del varieté. Sasha es la última encarnación del más clásico porno.
Sobre este clasicismo se vienen montando más y más emergentes del post-porno, invariablemente político y activista: la política porno desembarcando en la institución arte. Agitporn (o porno revolucionario: Bruce Labruce), porno queer (“Dominatrix Waitrix”), porno experimental (Shu Lea Cheang), pornoterrorismo (LXS Zombies y la Chica Dálmata), pornolabs (La Revuelta Obscena).
El mundo del arte ya tiene a su reina porno-clásica-crítica: Annie Sprinkle. Ex actriz porno devenida teórica-crítica-performer que analiza-disecciona sus antiguas prácticas con herramientas del arte contemporáneo.
Son los mismos moldes, intervenidos, saturados, desbordados. Otras subjetividades en un casting inédito para los géneros que conforman el género. No es casual que esta explosión-apropiación suceda tan justo en la era de las webcams porno.
¿No es risible que avatares-escorts en Second Life anuncien en sus perfiles “tengo cámara web”? ¿No da la sensación de que las cámaras de vigilancia a distancia se entrometen sin descanso en los metaversos como si controlaran las mercaderías en un supermercado?
Todas las variantes del post-porno adolecen de la misma histeria de identidad; al fin de cuentas ese universo trazado por una de las novelas argentinas de Gombrowicz (La Pornografía) sigue mutando.
Hace tiempo, el escenario se transforma tanto como se reelabora el cuerpo (física y conceptualmente).
Rosa María Rodríguez Magda: “El sexo se percibe no como un destino biológico sino como un espacio abierto, modificable y elegible, los tratamientos hormonales o la cirugía así lo posibilitan, (lo transexual es una metáfora sociológica, en el sentido de Baudrillard, y el pensamiento queer protagoniza un inusitado apogeo).
Desde un aspecto terapéutico o estético, las prótesis, los implantes, la nanotecnología, transforman a los individuos en un híbrido de máquina y fisiología. El cuerpo se convierte en un kit dispuesto al bricolage, algo que sólo tras su transformación se adecua a quien realmente deseamos ser. (…)
El ciberespacio nos habla de una zona real que existe sólo en el interior de los ordenadores, esa velocidad de la fibra óptica encaja mal con nuestras lentas traslaciones físicas. Es por ello que desde hace mucho la ciencia ficción ha creado un imaginario, que ahora es compartido como horizonte de referentes por toda una generación.”
El cybersexo parece dar un giro.
No evoluciona desde la fotografía o el cine, no es esa su tradición.
Por el contrario, es mucho más antigua, milenaria. El cybersexo redescubre la máscara, se desentiende de la identidad, la pone entre paréntesis, desata la esquizofrenia. Interroga al cuerpo desde el software.
Tanto que infatigablemente perturba: los metaversos comienzan a restringir la sexualidad (Linden Lab avanza en este sentido) al tiempo que Tánatos irrumpe victorioso y sin límites conocidos.Juan Soto Ramírez: “Así como los animales se vuelven más humanos por la antropomorfización de sus “comportamientos”, los prototipos digitales adquieren características más humanas en el momento en que se establece un perfil de su personalidad. Los etólogos, que aún siguen discutiendo sobre la condición innata o instintiva del “comportamiento” animal, son expertos en humanizar a los animales y los etnólogos por su parte, esa extraña clase de antropólogos, son expertos en humanizar humanos.
Los miembros de las compañías que diseñan personalidades virtuales son una especie de etólogos pues se dedican, entre otras cosas, a humanizar prototipos digitales no sólo creando sus historias personales sino dotándolas de movimiento. El caso de Kyoto Date, una cantante “sintética” de 17 años, es tan sorprendente como el de Webbie pues causó furor en Japón apareciendo en programas de televisión y hasta se hizo de una buena cantidad de seguidores en todo el mundo. Digital Beauties, un libro publicado por Taschen en el 2002, del germano brasileño Julius Wiedermann, es un catálogo en donde están reunidas las mujeres digitales más hermosas del planeta, de acuerdo con la selección del periodista, claro está.”
Los cuerpos digitales no envejecen del mismo modo.
Se niegan a morir. Se apoderan del código fuente.
Tanto, que poco a poco las fronteras (siempre culturales) se confunden.
Copyleft 2009 / WalterEgo y Martin De Mauro
Pornografía digital ilimitada
Sucede que es la realidad la que está pornografizada.Si en los tiempos modernos, el inconsciente óptico (Rosalind Krauss dixit) fue el fértil campo de batalla de un eros irrefrenable, la virtualidad digital de nuestros días no es más que su continuidad e imperio.
Pero el código fuente que todo lo atraviesa, que despliega su hegemonía sobre toda información a nuestro alcance, conoce otro atávico dominio que no es sino su doble: Tánatos jamás fue tan anfibio.
Aclaremos mandos: existe una pornografía que podríamos denominar clásica, que ya no es más que otro de los ejemplos de los reinos de la infoxicación. Admite un contrato pasivo en el cual el usuario (consumidor) sólo produce en tanto voyeur. Clásica, aunque informatizada: indica la muerte de la vieja industria pornográfica (cuyos últimos capítulos de soporte fueron en VHS y el DVD) y su mudanza a los miles y miles de pornowebsites.
Se despliega en géneros-tags de toda índole (colegialas, bondage, orgías, interraciales, amateurs, asiáticas, pornostars, lesbianas, gay, manga),
cada cual un segmento de disciplinarios mercados-imaginarios en pugna: el deseo de todo voyeur tiene sus reglas, dogmas, mandatos.
Allí no hay imaginación, sino sólo formas preconcebidas, estereotipados kamasutras.
No se pierdan el reportaje de Vanesa Gringoriadis a la Princesita Hardcore Sasha Grey en el número de la Rolling Stone (Argentina) de junio. Dave Navarro (ex Jane’s Addiction, Red Hot Chili Peppers) es su co-manager y la dirigió en su película, Broken.
Sasha es empresaria, actriz de Hollywood (Soderbergh), lectora de Nietzsche y Brecht y fan de Godard, pero ante todo es una estrella pop.
A su lado, la Cicciolina (tan retro-kitsch) es una encantadora figura del museo del varieté. Sasha es la última encarnación del más clásico porno.
Sobre este clasicismo se vienen montando más y más emergentes del post-porno, invariablemente político y activista: la política porno desembarcando en la institución arte. Agitporn (o porno revolucionario: Bruce Labruce), porno queer (“Dominatrix Waitrix”), porno experimental (Shu Lea Cheang), pornoterrorismo (LXS Zombies y la Chica Dálmata), pornolabs (La Revuelta Obscena).
El mundo del arte ya tiene a su reina porno-clásica-crítica: Annie Sprinkle. Ex actriz porno devenida teórica-crítica-performer que analiza-disecciona sus antiguas prácticas con herramientas del arte contemporáneo.
Son los mismos moldes, intervenidos, saturados, desbordados. Otras subjetividades en un casting inédito para los géneros que conforman el género. No es casual que esta explosión-apropiación suceda tan justo en la era de las webcams porno.
¿No es risible que avatares-escorts en Second Life anuncien en sus perfiles “tengo cámara web”? ¿No da la sensación de que las cámaras de vigilancia a distancia se entrometen sin descanso en los metaversos como si controlaran las mercaderías en un supermercado?
Todas las variantes del post-porno adolecen de la misma histeria de identidad; al fin de cuentas ese universo trazado por una de las novelas argentinas de Gombrowicz (La Pornografía) sigue mutando.
Hace tiempo, el escenario se transforma tanto como se reelabora el cuerpo (física y conceptualmente).
Rosa María Rodríguez Magda: “El sexo se percibe no como un destino biológico sino como un espacio abierto, modificable y elegible, los tratamientos hormonales o la cirugía así lo posibilitan, (lo transexual es una metáfora sociológica, en el sentido de Baudrillard, y el pensamiento queer protagoniza un inusitado apogeo).
Desde un aspecto terapéutico o estético, las prótesis, los implantes, la nanotecnología, transforman a los individuos en un híbrido de máquina y fisiología. El cuerpo se convierte en un kit dispuesto al bricolage, algo que sólo tras su transformación se adecua a quien realmente deseamos ser. (…)
El ciberespacio nos habla de una zona real que existe sólo en el interior de los ordenadores, esa velocidad de la fibra óptica encaja mal con nuestras lentas traslaciones físicas. Es por ello que desde hace mucho la ciencia ficción ha creado un imaginario, que ahora es compartido como horizonte de referentes por toda una generación.”
El cybersexo parece dar un giro.
No evoluciona desde la fotografía o el cine, no es esa su tradición.
Por el contrario, es mucho más antigua, milenaria. El cybersexo redescubre la máscara, se desentiende de la identidad, la pone entre paréntesis, desata la esquizofrenia. Interroga al cuerpo desde el software.
Tanto que infatigablemente perturba: los metaversos comienzan a restringir la sexualidad (Linden Lab avanza en este sentido) al tiempo que Tánatos irrumpe victorioso y sin límites conocidos.Juan Soto Ramírez: “Así como los animales se vuelven más humanos por la antropomorfización de sus “comportamientos”, los prototipos digitales adquieren características más humanas en el momento en que se establece un perfil de su personalidad. Los etólogos, que aún siguen discutiendo sobre la condición innata o instintiva del “comportamiento” animal, son expertos en humanizar a los animales y los etnólogos por su parte, esa extraña clase de antropólogos, son expertos en humanizar humanos.
Los miembros de las compañías que diseñan personalidades virtuales son una especie de etólogos pues se dedican, entre otras cosas, a humanizar prototipos digitales no sólo creando sus historias personales sino dotándolas de movimiento. El caso de Kyoto Date, una cantante “sintética” de 17 años, es tan sorprendente como el de Webbie pues causó furor en Japón apareciendo en programas de televisión y hasta se hizo de una buena cantidad de seguidores en todo el mundo. Digital Beauties, un libro publicado por Taschen en el 2002, del germano brasileño Julius Wiedermann, es un catálogo en donde están reunidas las mujeres digitales más hermosas del planeta, de acuerdo con la selección del periodista, claro está.”
Los cuerpos digitales no envejecen del mismo modo.
Se niegan a morir. Se apoderan del código fuente.
Tanto, que poco a poco las fronteras (siempre culturales) se confunden.
Publicado originalmenmte por Rafael Cippolini
Hola WalterEgo y Martin De Mauro
ResponderEliminarVolvamos otra vez a la intermediación: la tecnología es nuestra continuidad (San McLuhan Dixit) pero esa continuidad no se establece sin un acuerdo, sin un pacto de anexo. Porque debemos aceptar, previamente, ese anexo. En esa coyuntura se redimensiona la política, en el cómo aceptamos esa continuidad. Lo que llamamos sujeto tiene muchos anexos, muchas continuidades. Pero estas jamás son naturales aunque tantas veces las incorporemos como tales. Es uno de los trabajos de la cultura política: invisibilizar y volver a hacer visibles las violencias de anexión. Sentarnos frente a un televisor, a un monitor, escuchar música desde un mp3, usar celulares, viajar en colectivo, usar un reloj pulsera, los anteojos y los lentes de contacto, los anexos son demasiados y de hecho la forma en que los llevamos y usamos nos definen. Ahora bien y esta es la pregunta ¿la propuesta sería no utilizarlos? ¿o repensar cuánto dependemos de ellos?
Cippodromo
He ahi nuevamente el atolladero que vemos en vos Cippo y en Haraway (por mencionar a quien da merecida cuenta de las contemporaneas mediacioes tecno constitutivas del la subjetividad) aceptar el orden de lo dado. "la tecnología es nuestra continuidad (San McLuhan Dixit) pero esa continuidad no se establece sin un acuerdo, sin un pacto de anexo". Es la continuidad un inevitable, un destino ineludible?. La pregunta se reduce entonces a "¿repensar cuanto dependemos de ello?" paradójica pasividad: aceptamos activamente pero nos reducimos a la mera contemplacion pasiva del desarrollo tecnologico en la era del capitalismo de flujos y codigos corporales. ¿Por qué no pensar que podemos hacer con la viejas tecnologías de poder, como ejercer relaciones de poder en esas mismas continuidades?. La única puerta de escape (y con esto no nos referimos a un adentro/afuera de utilizar la tecn, o de escaparnos románticamente de estas) es aceptar la continuiddades y pensar (platónicamente) la dependencia que nos ata?. Queremos pensar que la política aveces no es sólo meta reflexión o tráfico de influencias, sino diagramas contingentes, azarosos y multifacéticos de resistencia, apropiación y por qué no desafíos ético-culturales.
ResponderEliminarSeguimos sin entender el salto lógico de entender nuestra ontología del presente a aceptarla como lo dado. De la descripción al estado solo posible de las cosas (cuerpos-subejtividades). Vemos en Foucault un proyecto bivalente: descriptivo en términos de relaciones de poder y hegemonia en las contrucciones tecnocorporales y por lo mismo una apuesta a la resistencia de los mismos.
Es de sumo placer poder compartir comentarios y apostillas con Ud.
saludos,
WalterEgo y Martin De Mauro
desde www.circo-analisis.blogspot.com
Hola WalterEgo y Martin De Mauro, nuevamente
ResponderEliminarInsisto, podemos invisibilizar de mil modos esas continuidades, negarlas, hacerlas hablar (en nuestro pacto) lenguas incomprensibles, inventadas. Pero ellas está ahí. Nuestros modos perceptivos no serían los mismos sin Capitalismo cognitivo, capitalismo en hardware ¿cómo salimos de él? ¿Convirtiéndonos en eternmos denunciantes? Ahí está el contrato que establecemos con la tecnología. Cada vez que la utilizamos lo renovamos. Ahora bien ¿en qué lengua lo hacemos?
Neguemos al cuerpo. Admitamos un simple y puro devenir. Ya no subjetividades, sólo flujos. El contrato es como el dinosaurio de Tito Monterroso: simplemente sigue ahí.
Cippolini Rafael