por Lucía Tebaldi (nació en Buenos Aires 1978, en 1996 egresa con el titulo de BAchiller Normal del Instituto MAnuel Dorrego, ubicado frente al Mercado de Pulgas. La institucuion de Colegiales es actualmente un gran Loft).
Llegabamos a la puerta de una casa antigua de mala muerte. Eramos Ilona, yo y otra gente. Nos atendía una mujer desaliñada, un poco pobre y vieja.Una mujer de puerto de película mejicana. Nos hacía subir una escalera, que era la única opción después de que se abría la puerta.Era una escalera blanca con escalones ahuecados por los años. Ilona subía adelante mío y yo la seguía como siempre. Todos hablaban entre sí (se ve que éramos un grupo de amigos). Una vez arriba había un mostrador y la misma señora que nos había recibido nos vendía las entradas.Eran Tickets de rifa, con numeros mal cortados en un verde hospital como las paredes del lugar. Yo pagaba mi entrada que salía cincuenta pesos (casi lo mismo que pagaban las crónicas). Ibamos a ver un show.Yo lo sabía porque estaba trabajando. Era un antro de pulgas y borrachos, pero el show era casi privado, para nosotros que éramos un grupo de amigos. Nos llevaron a una sala que tenía sillas de madera muy baratas casi destrozadas(ésto en la nota traté de remarcarlo). La luz era espantosa, ni amarilla, ni nada. No había música y la gente hablaba. Yo no sabía exactamente de qué se trataba, sólo me habían comentado lo de la nena, algo. La miré a Ilona, las dos esperábamos. Sentada en la silla tenía la mirada perdida, yo le miraba el vaso y ella lo giraba para mí, para que yo oyera los ruidos del hielo contra el vidrio.
Así apareció la nena, me pasó muy cerca, muy cerca, a unos treinta centrímetrosa. Era, ahí todos la llamaban la nena, pero era también una mujer que aparecería en camisón. Un camisón de tela, no seda, ni cerca, de un algodón brilloso, apelmazado, que debía oler a encierro de años. Diminuta, de no más de medio metro, la vi llegar y caminar hacia el centro de las sillas. Esta imagen me visita (incluso ahora, que la nota está entregada). Sus piernitas miniatura no eran nada raquíticas, tenía dos músculos enormes. Sus piernas de fútbol, su pelo largoi castaño, un escote impúdico. La miré a Ilona. La estaba pasando bien (quizás pensara en su mascota, la rata). Debía ser hora de empezar. Ahora le nena bailaría, supongo, sí, lo hacía de a poco, moviéndose sin música, mirándose las piernas, las axilas (esperé que no se las oliera, pero lo hizo sola) y la tela rosa de ese camisón de yérsey. El olor sin aire de ese camisón...De pronto recordé que yo estaba trabajando, que mi misión era observar, o no, ya no recordaba cuál era mi misión. Todos comentaban algo sin la decencia de susurrarlo. La mujer de la entrada estaba apartada cerca del mostrador. Supe que el lugar era clandestino. La mujer se acercó a la ronda de silla y le comentó a Ilona algo al oído. Escuché algo, una palabra. Ilona asintió interesada (bajaba la pera y pensé que se reiría como en esa pesadilla). La mujer se retiraba. Que no hubiera música me dio ganas de vomitar: Tuve la certeza (fue una cosa corporal), de que tenía que anotar (que? pagarían mas por una nota en este lugar?). Trate de anotar las cosas, como las sillas, la ronda esa. Algunos había parados, con bebidas, hablaban sin mirar el centro, focalizados en la cotidianeidad, en los movimientos que se hacen en un bar en cualuier noche de esta ciudad. Yo intentaba no ver lo que estaba demás.
Llegabamos a la puerta de una casa antigua de mala muerte. Eramos Ilona, yo y otra gente. Nos atendía una mujer desaliñada, un poco pobre y vieja.Una mujer de puerto de película mejicana. Nos hacía subir una escalera, que era la única opción después de que se abría la puerta.Era una escalera blanca con escalones ahuecados por los años. Ilona subía adelante mío y yo la seguía como siempre. Todos hablaban entre sí (se ve que éramos un grupo de amigos). Una vez arriba había un mostrador y la misma señora que nos había recibido nos vendía las entradas.Eran Tickets de rifa, con numeros mal cortados en un verde hospital como las paredes del lugar. Yo pagaba mi entrada que salía cincuenta pesos (casi lo mismo que pagaban las crónicas). Ibamos a ver un show.Yo lo sabía porque estaba trabajando. Era un antro de pulgas y borrachos, pero el show era casi privado, para nosotros que éramos un grupo de amigos. Nos llevaron a una sala que tenía sillas de madera muy baratas casi destrozadas(ésto en la nota traté de remarcarlo). La luz era espantosa, ni amarilla, ni nada. No había música y la gente hablaba. Yo no sabía exactamente de qué se trataba, sólo me habían comentado lo de la nena, algo. La miré a Ilona, las dos esperábamos. Sentada en la silla tenía la mirada perdida, yo le miraba el vaso y ella lo giraba para mí, para que yo oyera los ruidos del hielo contra el vidrio.
Así apareció la nena, me pasó muy cerca, muy cerca, a unos treinta centrímetrosa. Era, ahí todos la llamaban la nena, pero era también una mujer que aparecería en camisón. Un camisón de tela, no seda, ni cerca, de un algodón brilloso, apelmazado, que debía oler a encierro de años. Diminuta, de no más de medio metro, la vi llegar y caminar hacia el centro de las sillas. Esta imagen me visita (incluso ahora, que la nota está entregada). Sus piernitas miniatura no eran nada raquíticas, tenía dos músculos enormes. Sus piernas de fútbol, su pelo largoi castaño, un escote impúdico. La miré a Ilona. La estaba pasando bien (quizás pensara en su mascota, la rata). Debía ser hora de empezar. Ahora le nena bailaría, supongo, sí, lo hacía de a poco, moviéndose sin música, mirándose las piernas, las axilas (esperé que no se las oliera, pero lo hizo sola) y la tela rosa de ese camisón de yérsey. El olor sin aire de ese camisón...De pronto recordé que yo estaba trabajando, que mi misión era observar, o no, ya no recordaba cuál era mi misión. Todos comentaban algo sin la decencia de susurrarlo. La mujer de la entrada estaba apartada cerca del mostrador. Supe que el lugar era clandestino. La mujer se acercó a la ronda de silla y le comentó a Ilona algo al oído. Escuché algo, una palabra. Ilona asintió interesada (bajaba la pera y pensé que se reiría como en esa pesadilla). La mujer se retiraba. Que no hubiera música me dio ganas de vomitar: Tuve la certeza (fue una cosa corporal), de que tenía que anotar (que? pagarían mas por una nota en este lugar?). Trate de anotar las cosas, como las sillas, la ronda esa. Algunos había parados, con bebidas, hablaban sin mirar el centro, focalizados en la cotidianeidad, en los movimientos que se hacen en un bar en cualuier noche de esta ciudad. Yo intentaba no ver lo que estaba demás.
Pero entonces, todos rodearon a la nena un poco más de cerca y empezaron a hacer lo que habían venido a hacer, aquello por lo que habíamos pagado. Cada uno cortaba de la nena un pedazo, una pequeña tajada de carne, pero no la amputaban. Sólo pedazos, porque la nena no lloraba, sonreía, la miraba a Ilona. Seguía bailando.Aparecido en la seccion Cultura del diario Perfil (18 de enero de 2009)
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