Oigo a las campanas sonar en mi jardín. Mis gusanos se sacuden. No se si amarlos o matarlos. Harto de no poder con miedos y verdades me declaré la guerra y me construí un disfraz. Harto de no creer y no poder cumplir ni el más simple de mis deseos, liberé a los demonios. Sabía que estaban ahí. Siempre vivos. Siempre susurrando. Nunca quise escucharlos. Como castigo les vomitaba rectitud y soberbia. Sus gritos y llantos de agonía y furia causados por mi férrea voluntad me divertían sádicamente. Me mofé de los débiles. Pasaron mil años y sin embargo la protectora rutina y las agujas opiáceas del reloj me traicionaron. Como una gota que se desprende, perdí mis imponentes montañas e infinitos ríos, abismales océanos y tormentas pasajeras. Sangré para que la utopía viviera, pero, me fue imposible sostener sus murallas. Monstruos corrían a los gritos y a las carcajadas por los pasillos más oscuros de mi cuerpo y mente. Me navegaron y poco a poco me conquistaron. Me dieron todo lo que necesitaba. Todo. Pasaron mil años y sin embargo mi piel desprendía el perfume del miedo.
Oigo a las campanas sonar en mi jardín. Mis gusanos se parten. No se si rendirme y amarme o vencer y matarme. Esta guerrilla no tiene pies ni cabeza.
Oigo a las campanas sonar en mi jardín. Mis gusanos se convirtieron en mariposas y mis huesos en algas.
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