Paris está en llamas


Una pequeña fama
I / Introducción
Uno de mis personajes preferidos de “París en llamas” es la gran Dorian Corey. El lugar que esta legendaria drag queen ocupa en la película de Jennie Livingston es bastante ambiguo, pero sospecho que de allí proviene la sobrada lucidez de su análisis. Dorian es la única blanca frente a cámara, y se refiere a un fenómeno que involucra casi exclusivamente a negrxs y latinxs. Por otra parte, ha estado en el circuito de los bailes drag desde los años 60’; suficiente como para mirar con cierta distancia los cambios que a finales de los 80’ afectan a este movimiento. Su voz, podría decirse, está casi tan desterritorializada como la de la propia Livingston; al punto que no es difícil advertir cierta alianza teórica entre la directora y Corey, cuyas intervenciones prácticamente abren y cierran el film. Aún así, quisiera poder comenzar a escribir con la sobriedad que destila Dorian Corey al maquillarse. Quisiera tratar mi discurso como ella trata su peinado: como algo personalísimo que no deja de rehacerse; desearía instalarlo en el punto donde lo accesoriamente adquirido deviene aquello a lo que pertenecemos sin opción, allí donde surge la posibilidad de crear, modificar o identificarnos con nombres propios.
Detrás de la distancia, del desapego que por momentos sugiere su figura, Dorian está siempre “de vuelta”, como representando el lugar de una posible comodidad queer. A diferencia de la mayoría de los personajes de “Paris en llamas”, ella no sueña con alcanzar el reconocimiento unánime bajo la forma de un gran estrellato. Si bien el nombre propio reconocido, el que sobrevive a la muerte personal, sigue siendo un deseo inclaudicable, Corey sostiene que el mero hecho de atravesar este mundo es suficiente para dejar en él una marca y valer el recuerdo de algunos allegados; de esta manera, contrasta con figuras como las de Octavia St. Laurent que, si bien se reconoce como “alguien”, desea ser “alguien rico”. La habitación de Octavia esta decorada con fotos de modelos que admira devotamente, de una de sus preferidas dice: “Sería la persona más feliz del mundo con sólo saber que puedo compararme a Paulina, que puedo pararme a su lado y tomarme fotos con ella”. Pero no se trata, claro está, de valorar positivamente a Dorian sobre Octavia; sino de remarcar la fragilidad de los deseos más abiertamente identificados con el star-sistem, aquél que los bailes drag buscan imitar y, en cierta medida, subvertir.
No habría que confundir demasiado fácilmente la posición de Dorian con la resignación. Es cierto que sus últimas recomendaciones llaman a “apuntar más bajo” en nuestro deseo de reconocimiento y que, según ella, toda promesa fantasmática con la que la sociedad nos llama a identificarnos, contiene en sí misma una dosis de decepción. Pero la sobriedad del rostro de Corey no busca diluir el deseo, aún si una quimera se oculta tras cada una de sus embestidas. Como toda drag, pretende emitir en sus performances aquella atracción que por sí solos ejercen los íconos sociales, ese sutil brillo que se fija en los dientes de quienes sonríen ante los rostros proyectados de una Marlene Dietrich, una Marilyn Monroe, o una Lena Horne. Sucede, como bien sabe nuestra personaje, que los íconos cambian y pasan de ser estrellas de cine a ser modelos, miembros de la realeza o incluso líneas de diseño. Además de ser socialmente variable, este ideal –indispensable en el proceso de auto o re-identificación del Yo– es por definición inaprensible, pues provoca el deseo, pero está siempre fuera del proceso de producción. Ante tal errante, pero inevitable, situación; Dorian receta cierta prudencia:
Siempre tuve esperanzas de convertirme en una gran estrella. Luego observé que a medida que uno se pone viejo apunta un poco más abajo y simplemente dice: Bueno, quizás todavía cause alguna impresión. (...) No hace falta torcer el mundo entero, pienso que es mejor disfrutarlo; pagar tus cuentas y disfrutarlo. Si disparas una flecha, y llega muy alto: ¡Hurra por ti!
Valdría la pena oponer esta virtud a la que aprendió Nicómaco, pues si ambos aceptarían compararla a un buen negocio, la medida del éxito es para Dorian la salud del cuerpo y no un bien trascendente.(1) Esta preocupación por la salud nos parece el punto más interesante de la figura de Dorian Corey, y por eso utilizaremos su primera intervención como un disparador de preguntas que apunta a las lecturas de Judith Butler y Beatriz Preciado mantenidas a lo largo del seminario(2):
Liz Taylor es famosa. Pepper Labeija también. En cierto sentido, también yo lo soy; aunque en una proporción muy diferente, claro. Ninguna revista correrá a cubrirme si voy a un estreno. Pero es todavía una fama, una pequeña fama. Uno la absorbe y la toma, y le gusta. Gusta de la adulación, del aplauso, de la gente alentándote, del ganar. Es como un subidón físico. Es... un buen subidón; un subidón adictivo, como todos, pero es un subidón que no te lastimará. Si todo el mundo fuera más a las galas y tomase menos drogas, sería un mundo mucho más divertido, ¿No? (3)

Esta breve pero contundente intervención establece una identidad entre la performance drag y la experiencia farmacológica. Ante esto sólo podemos decir: ¿Es Dorian Corey la madre de una casa para la que desfilan Judith Butler y Beatriz Preciado? En caso de encontrar pasarelas que efectivamente las reúnan, restaría preguntarse: ¿Puede una hipérbole compararse realmente al efecto de una droga, o se trata de una mera metáfora? ¿Es posible administrarse nombres, personalidades o sentimientos? ¿Es el deseo un tipo de droga? Y en un caso como tal, ¿Quién sería su usuario?
Notas
1-Consigno a continuación el insinuado pasaje de Aristóteles. Moral a Nicómaco, libro sexto, capítulo IV: “El rasgo distintivo del hombre prudente es al parecer el ser capaz de deliberar y de juzgar de una manera conveniente sobre las cosas que pueden ser buenas y útiles para él, no bajo conceptos particulares, como la salud y el vigor del cuerpo, sino las que deben contribuir en general a su virtud y a su felicidad. La prueba es que decimos que son prudentes en tal negocio dado, cuando han calculado bien para conseguir un objeto honroso, y siempre con relación a cosas que no dependen del arte que acabamos de definir.” (Patricio de Azcárate. Obras de Aristóteles. Madrid 1874, tomo 1, páginas 157-158)
2-Se refiere al Seminario optativo de grado, Escuela de Filosofía, Universidad Nacional de Córdoba (prof. Mauro Cabral, Eduardo Matio & Liliana Pereyra), intitulado "del posfeminismo a la teoría Queer" (2009).
3- Traduzco el inglés high por “subidón”, intentando señalar el momento en el que una droga afecta a su usuario con mayor intensidad. Una palabra igual de rara pero quizás más aceptada en español sería “chute”, pero en mi opinión refiere a la ingesta de la droga más que a su efecto. También utilizo “gala” para traducir ball, aunque a lo largo del trabajo me refiera a las galas simplemente como bailes.

Copyleft 2009 / Gonzalo Gutirrez

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